San Fermín y los sanfermines
13/07/2021
Autor: Dr. Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Cada año, desde algún tiempo, se celebran, en este mes de Julio, en Pamplona (España), las fiestas en honor a San Fermín. Como suele ocurrir en muchos casos, la gente generalmente sabe más de la fiesta que del festejado, como ocurre por ejemplo en Navidad, festividad que incluso algunos que no creen en Dios celebran y disfrutan, y muchos que se dicen cristianos celebran igualmente, pero olvidando al del cumpleaños.

Hay diversos santos con el nombre de Fermín, pero nosotros hablaremos hoy del que está relacionado con la ciudad de Pamplona y con las fiestas de estos días: San Fermín el viejo, también llamado San Fermín mártir. Al igual que sucede con muchos de los santos y mártires de los primeros siglos del cristianismo, es muy poco lo que sabemos de él. Ha de haber nacido hacia el 272, en Pompeiopolis, la actual Pamplona. Esta ciudad fue fundada sobre un asentamiento prerromano y renombrada por Gnaeus Pompeius Magnus, el gran rival de Iulius Caesar, en el año 74 a.C. El nombre de la ciudad, como lo adivinarán mis cuatro fieles, amables y sabios lectores, es “Ciudad de Pompeyo”. Este asentamiento servía para vigilar de mejor manera el famoso y vital paso de Roncesvalles.

Las leyendas que conocemos en torno a Fermín nos dicen que era hijo de un senador romano llamado Firmus, y que fue bautizado por el sacerdote Honestus, un santo que había sido ordenado por San Saturnino de Tolosa y que se dedicó a predicar en la región de Pamplona. El padre de Fermín le encargó a San Honesto que educara a su hijo, lo que este santo señor hizo durante siete años. Más tarde, Fermín se ordenó sacerdote y llegó a ser obispo de Amiens a la edad de 24 años, en la actual Francia. Allí predicó en Agen, Clermont-Ferrand, Angers y Beauvais. Una persecución contra los cristianos lo llevó a la cárcel, en donde fue azotado, pero pudo escapar. Al poco tiempo fue nuevamente arrestado, torturado y decapitado por defender su fe, probablemente el 25 de Septiembre del año 303, si bien otras fuentes hablan del 290. Por eso se celebra su festividad ese día de Septiembre. Es patrono de Amiens y co-patrono de Navarra, junto con San Francisco Xavier. Es además patrono de las cofradías de boteros, vinateros y panaderos, protege a los niños, contra la fiebre, el reumatismo, los calambres y la resequedad, según nos dicen las leyendas y crónicas medievales.

Hay otro obispo de Amiens llamado igualmente Fermín, conocido como “el joven” o “el confesor”. Dicen las leyendas que su padre, gran admirador de Fermín el viejo, hizo bautizar a su hijo con el mismo nombre. Su fiesta se celebra el 1° de Septiembre, aunque la historiografía actual tiende a sostener que ambos personajes son en realidad uno solo. Algo similar pasa con San Valentín, pues hay dos santos con ese nombre y hoy prevalece la idea de que ambos son la misma persona.

En el año 1186, el obispo Pedro de Artajona llevó una reliquia de la cabeza del santo de Amiens a Pamplona, con lo que poco a poco se fue extendiendo la devoción a este santo en su ciudad natal. En el año 1500 llegaron otras reliquias suyas a la ciudad, cuando ya era un santo muy popular. Al parecer, las primeras fiestas en honor al santo se comenzaron a celebrar en el siglo XII, el 10 de octubre, tanto en Pamplona como en dos comunidades vecinas: San Cernín y San Nicolás; en ese entonces se pensaba que Fermín había sido el primer obispo de Pamplona. Las fiestas eran modestas y de naturaleza estrictamente religiosa: la procesión en la víspera, la octava, una ceremonia de darles de comer a los pobres, y ya.

Por su parte, el mercado de ganado y las corridas de toros están documentadas en Pamplona desde el siglo XIV y no coincidían con la fiesta de San Fermín. Sin embargo, debido a que el clima en Octubre era bastante malo, los habitantes de la ciudad pasaron la fiesta de San Fermín al 7 de Julio, fecha en la que se celebraba el mercado de ganado debido al inicio del verano. Esto ocurrió por vez primera en 1591. La fiesta duraba al principio dos días, con la participación de los jesuitas, quienes montaban una obra de teatro que narraba la vida y obra de San Fermín, había música de tambores y cornos, bailes, procesiones y corridas de toros. Después se añadieron fuegos artificiales y cada vez más actividades, por lo que todo terminaba el 10 de Julio. Hoy termina el 14.

Lo malo de todo esto es que San Fermín cada vez era más olvidado, en favor de fiestas con el acento en la diversión y el desorden y menos en la reflexión sobre el santo, su vida y su obra. Sabemos que desde 1537 las autoridades civiles y religiosas intentaron prohibir las llamadas “mécelas”, festejos típicos de Navarra en las que proliferaban los banquetes, las bebidas y los juegos. Sin embargo, al igual que con las corridas de toros y los torneos y justas medievales, en los que la prohibición y la condena de la Iglesia jamás tuvieron éxito, las fiestas en “honor” a San Fermín nunca pudieron recuperar lo que originalmente habían sido. Así que, en 1684, se derogaron todas las leyes y decretos que establecían castigos sobre este tema en Pamplona. Otras costumbres más inocentes, como el famoso “chupinazo”, el cohetón con el que comienza la fiesta, son posteriores; el chupinazo data de 1939.

La primera fuente que nos habla de corridas de toros en Pamplona es de 1385, si bien hay que señalar que en esa época era diferente a como se realizan hoy en día, pues los toros no eran lidiados a muerte. Esto hace pensar que seguramente había un “encierro de regreso”, pues después de la fiesta y de la lidia había que sacar a los animales del lugar de las corridas. En el camino de entrada por la ciudad hacia la arena, que se improvisaba en la actual Plaza del Castillo, un jinete corría delante de los toros anunciando a los habitantes que se hicieran a un lado, mientras que los pastores y demás jinetes, acompañados de toros mansos (llamados “cabestros”, que servían para tranquilizar a los toros de lidia) arreaban a los animales. A veces, algunos jóvenes, desobedeciendo las órdenes del ayuntamiento, ayudaban a los pastores y correteaban también a los toros. En algún momento, en la segunda mitad del siglo XIX, a algún loco se le ocurrió correr delante de los toros o junto a ellos, en vez de hacerlo detrás. El ayuntamiento trató de prohibir también esta práctica, pero no lo logró.

Así que las constantes e inútiles prohibiciones lo único que lograron fue fortalecer la fiesta y hacerla de la magnitud impresionante que actualmente ha llegado a tener. Todo lo que se buscaba prohibir está ahora permitido, con una plaza de toros que permite la entrada de más gente, inaugurada en 1922, con una enorme cantidad de turistas nacionales y extranjeros que siguen los pasos de Ernest Hemingway y con una peligrosa entrada de los toros a la ciudad, ahora rodeados por miles de personas que arriesgan inútilmente su integridad física e incluso la vida.

Y del santo señor obispo misionero de los primeros siglos, que arriesgó su vida por difundir el Evangelio, que murió martirizado por proclamar su fe, sólo queda el nombre y el pretexto para hacer una fiesta multitudinaria, cosmopolita y prácticamente profana. De todas formas, su labor misionera rindió frutos, llegando su fama hasta la actual Inglaterra. Aunque su fiesta oficial sea en Septiembre, recordemos ahora a San Fermín, quien fue un ejemplo de integridad, fe, generosidad y valentía.