Algunas consideraciones sobre los problemas del agua en México (primera de varias partes)
21/07/2021
Autor: Dr. Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Desde hace ya algún tiempo, la discusión acerca de los problemas ambientales en México se presenta de manera más abierta y con claros, inequívocos visos de preocupación. Dada la magnitud del problema, podríamos pensar que esta discusión se presenta todavía de manera muy limitada, pues los temas motivo de preocupación giran en torno a los temas más evidentes y populares: la contaminación del aire y del agua, el problema de la basura, la deforestación, la preocupante carencia de agua, el cambio climático que parece no tener remedio, etc. Sin embargo, otros problemas sumamente graves y severos a los que se enfrenta el medio ambiente mexicano aún no se discuten con la misma energía ni con el mismo interés: tenemos, por mencionar algunos, el terrible ejemplo de la extinción de especies animales y vegetales; los cotidianos casos del desordenado cambio de usos de suelo, al amparo de la desidia y  del desinterés de nuestras autoridades en los tres órdenes de gobierno; el caótico crecimiento -que no desarrollo- de nuestros asentamientos humanos; la falta de educación cívica de la gente, que la lleva a tirar por todos lados su basura, ya sea en ríos, lagos, carreteras, caminos, barrancos, etc.

Tampoco podemos olvidar que ahora hay incluso especies animales que literalmente desaparecen ante nuestros propios ojos, como es el caso de la vaquita marina (Phocoena sinus). Precisamente, este pasado miércoles 14 de Julio, el gobierno federal anunció oficialmente el fin de la política de mantener una zona libre de pesca para tratar de proteger a los escasísimos ejemplares que aún quedan. Esto será, seguramente, uno de los últimos clavos en el ataúd de dicha especie.

Hay además otro fenómeno que repercute desfavorablemente en el combate al deterioro ambiental en nuestro país; se trata de una “enfermedad” que no muestra señal alguna de desaparecer: la acusada tendencia al centralismo, que incluso se ha reforzado hasta la ignominia en la presente administración federal. En efecto, nuestra vida en México, en todos los ámbitos, se caracteriza por ser excesivamente centralizada en la asignación de recursos, en las facultades otorgadas y en la toma de decisiones, lo cual impide tomar en consideración los principales intereses de las poblaciones y ecosistemas locales y regionales.

Es por eso que el sistema institucional entra en conflicto abiertamente con los principios en que se basan las políticas de desarrollo ecológicamente prudentes, pues estas se enfocan hacia un desarrollo autosuficiente de las poblaciones, hacia la utilización óptima de sus recursos naturales y a desarrollar capacidades de adaptación a un medio ambiente que transforman y aprovechan sin destruir. Este centralismo, al ir en contra -entre otras cosas- de tal “desarrollo autosuficiente de las poblaciones”, no respeta entonces el principio de Subsidiaridad, esencial en toda política humanista y en toda medida de “ecodesarrollo” (llamado también por algunos “desarrollo sustentable”). Los efectos de tan perniciosa enfermedad, el centralismo, lo sufren también los estados y municipios y la misma iniciativa particular de los ciudadanos, lo cual provoca -digámoslo así- hipertrofia en el centro y atrofia en las demás partes del país. Así es que, paradójicamente, la administración federal e inclusive la manera de pensar de muchos funcionarios todavía se caracterizan por una visión centralizadora, no subsidiaria, relegando a los otros ámbitos de gobierno, al ciudadano y a la comunidad de la participación activa en tales asuntos.

Uno de los problemas ambientales y humanos más graves del país es el que tiene que ver con el agua, pero estamos muy lejos de poder decir que los problemas en torno a la calidad y suficiente disponibilidad de tal líquido sean privativos de México, sino que es una situación que encontramos prácticamente en todo el planeta. Como la vida del ser humano es imposible sin agua, vemos que a la orilla de los ríos, lagos y lagunas ha construido el Hombre sus ciudades y asentamientos a lo largo de la historia, pues eso, hasta cierto punto, garantiza agua para las siembras, alimentos, agua potable y un clima propicio para la vida. Además, los ríos pueden ser excelentes vías de comunicación, además todo cuerpo de agua corriente, salada o dulce, ha sido utilizado para deshacerse de desperdicios. Esta última forma de “aprovechamiento” es antiquísima, con la salvedad de que con la industrialización los desperdicios se fueron haciendo cada vez más peligrosos. También ha ocurrido, por ejemplo, que para facilitar la utilización de los ríos como vías de transporte, se “reconstruyeron” sus orillas, haciendo que su curso, en lugar de tener meandros, quedara recto como un canal, lo que ha tenido terribles repercusiones en el medio ambiente y en la vida de las personas, puesto que, en caso de lluvias intensas, las inundaciones se vuelven más letales, como está ocurriendo en estos días en Alemania y Bélgica.

Curiosamente, muchos ríos, lagos y lagunas han sido o son considerados como “santos” por muchos pueblos, o son tema de leyendas y canciones, o son recordados con orgullo, por lo que es paradójico que, en la actualidad, muchos de ellos estén altamente contaminados, como el Ganges, o ya no tengan en sus orillas los pantanos que fueron escenario de innumerables leyendas, como el Rin, o simplemente ya no existan y en su lugar haya pobreza, suciedad y miseria, como en el lugar donde otrora estuvo el gran lago de Texcoco.

Las consecuencias de esta manera irresponsable de tratar a los recursos acuíferos son, entre otras: a) la mayoría de los ríos que se aprovechan en el mundo para tareas agrícolas registra elevados índices de salinidad; b) más del 70% del agua superficial de muchos países está contaminado, como ocurre en India; c) 42 de los grandes ríos de Malasia han sido oficialmente declarados como biológicamente muertos; d) más de mil millones de personas sufren enfermedades causadas por el consumo de agua sucia, por lo que anualmente mueren más de veinticinco millones de personas  -la mayoría niños- por esta causa.

Un tema que muchas veces pasa inadvertido es el de los grandes ríos que atraviesan varios países, ya que generalmente los pueblos situados río arriba descargan con toda comodidad sus desechos en la corriente, a costa de los de río abajo, quienes a veces se desquitan de sus sucios vecinos cerrando la desembocadura al mar, controlando así el tránsito de embarcaciones fluviales. Se calcula que aproximadamente entre el 35 y el 40% de la población mundial vive a la orilla de tales “ríos multinacionales”; de hecho, no hay prácticamente ningún río importante en Europa o en África que no fluya a través de varias fronteras: el Níger recorre 10 Estados, el Nilo 9, el Zambeze 8, el Amazonas atraviesa 7 y el Río de la Plata 5, mientras que el Danubio y el Rin también nos llevan a través de varias naciones. Es lógico que el potencial de conflicto crezca cuando por diversos motivos el recurso -el agua- se vuelve escaso, como en el caso de la frontera entre México y los Estados Unidos.

Si bien en esta última región hay problemas y discusiones por el tema del agua, no se compara a la situación verdaderamente ríspida  de cuatro grandes ríos: el Jordán, punto central en los conflictos entre árabes e israelíes, también en el futuro previsible; el Ganges, cuyo aprovechamiento irresponsable por parte de India sigue provocando problemas con Bangladesh, uno de los países más vulnerables del orbe a los cambios climáticos. Además, Nepal -por medio de la deforestación y de las prácticas incorrectas en las labores agrícolas- está provocando una erosión tan fuerte (240 000 000 de m3 al año), que las presas en India están terriblemente azolvadas. Del Nilo dependen Sudán, Etiopía, Egipto y otros seis países, y aunque hasta ahora se ha logrado evitar hasta cierto punto de manera civilizada todo conflicto, los problemas internos en Sudán y en Etiopía dificultan el entendimiento, así como el impresionante crecimiento de la población. En Egipto, por ejemplo, la población ha crecido 8 veces en los últimos 100 años. Por último, tenemos la región del Río de la Plata, que por ser un caso latinoamericano discutiremos un poco más ampliamente.

La República Oriental del Uruguay depende económicamente de la cría de ganado lanar y vacuno, así como del cultivo de arroz, actividades que requieren del agua de los grandes ríos que fluyen por el país después de haber pasado por Brasil o por Argentina y que, por lo tanto, ya llegan altamente contaminados. Tal es el caso del río Cuareim, otrora famoso por su producción piscícola pero que ahora registra tales índices de acidez que corroe el casco de los pocos botes pesqueros que quedan. La situación de los ríos Rosario y Santa Lucía no es mejor, como tampoco lo es la del Paraná, contaminado de manera alarmante y que además recibe unas 20 toneladas anuales de mercurio, con el que los buscadores brasileños de oro en el Mato Grosso enjuagan la arena. Como vemos, el problema en la cuenca del Río de la Plata es muy grave y de no fácil solución, pues ahí viven más de sesenta millones de personas, paraguayos, brasileños, bolivianos, argentinos y uruguayos.

Si el problema anterior es dramático, el que enfrenta China, con sus catorce grandes ríos altamente contaminados, es aún peor, pero como oficialmente eso no es cierto, dejemos aquí el tema por ahora, para retomarlo Dios mediante la semana próxima.