“Puer natus est nobis…”
08/12/2021
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Puer natus est nobis, et filius datus est nobis”: “Nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un niño…”, dice el texto profético del Proto Isaías o Primer Isaías, escrito en el siglo VIII a.C., y esas son las palabras con las que comienza el Introitus de la misa en el día de la Natividad del Señor. Así como hace una semana hablamos de la historia del Adviento y de su liturgia, ahora nos enfocaremos en el tema de la Navidad, importantísima festividad en el año litúrgico de todas las iglesias cristianas, que desafortunadamente ha devenido en una terrible fiebre por comprar e intercambiar regalos y por consumir de una manera desenfrenada, nada cristiana. Una introducción al tema de la navidad y su fijación, en la mayoría de las iglesias cristianas, en el 25 de Diciembre, la expusimos en nuestra colaboración de la semana pasada.

Como sabemos, las fechas son muy importantes para todas las personas: recordamos la fecha de nuestro cumpleaños y de los acontecimientos más significativos de nuestra vida y de la de nuestros seres queridos. Por eso, también es importante recordar las fechas clave de los grandes personajes de la historia o de las religiones, pues dan cuerpo a su realidad histórica. En el caso de Jesús, es evidente que es más importante comprender y vivir su mensaje que saber cuándo nació exactamente, pero no es inútil tratar de precisar la fecha de su nacimiento, acontecimiento tan trascendental no sólo para los cristianos, sino para el mundo entero y para la salvación del género humano.

En 1983, el papa Juan Pablo II celebró el aniversario 1950 de la Redención, pero hizo la observación de que las fechas celebradas tradicionalmente no corresponden con los datos históricos, pues parece que es casi imposible fijar con toda exactitud la fecha del nacimiento de Cristo. Con esta declaración, el papa no hizo sino transmitir a los fieles algo que se sabía desde hacía mucho: las investigaciones históricas, la fecha tradicional de la conmemoración y la creencia de cuándo nació el Salvador no coinciden. Y es que en el Nuevo Testamento no encontramos ninguna fecha precisa del nacimiento de Jesús. Veamos: San Lucas (cap. 2, 1-2) sitúa la fecha en la época del censo ordenado por el emperador Augusto, que se realizó en el año 6 d.C. Mateo, empero (cap. 2, 16-18), escribe que Jesús nació antes de la muerte de Herodes el Grande. Sabemos que este personaje murió en el año 4 a.C. Aquí tenemos una diferencia de 10 años: entre el 6 antes de nuestra era y el 4 de esta era. Sin embargo, parece ser que Mateo es más preciso que Lucas.

Hay que anotar aquí que Lucas abreva, al igual que Mateo, en Marcos y en una colección, ya perdida, de palabras de Jesús. La redacción del Evangelio de San Lucas se sitúa entre los años 80 a 90 d.C. Mateo, por su parte, redactó su texto alrededor del año 80. Marcos, quien escribió el más antiguo de los evangelios, lo debe haber escrito hacia el año 70. Estos tres evangelios, llamados “sinópticos”, se distinguen en su estructura, orden de narración, selección y exposición de los temas del texto de San Juan, que tardó más tiempo en encontrar su redacción definitiva, hacia finales del siglo I. Pero ninguno de los cuatro pretendió escribir una biografía de Jesús, sino que se centraron en el mensaje, en la “buena nueva”, así que hay que buscar otras fuentes para poder determinar la fecha de la Natividad del Señor, asunto eminentemente histórico.

Otro detalle importante es que sabemos que Herodes mandó asesinar a todos los niños varones de 2 años de edad o menos en la zona en donde se suponía que habría nacido el Salvador. Esto quiere decir que también es posible que Jesús ya fuese un niño de dos años antes del fallecimiento del tirano, por lo que su nacimiento podría situarse entre los años 6 y 4 a.C. En lo que atañe al censo ordenado por Augusto (quien gobernó del 27 a.C. al 14 d.C.), sabemos que fue organizado por el gobernador de Siria, Publius Sulpicius Quirinus; como Judea era parte, administrativamente, de dicha demarcación, fue incluida también en el censo. Así que el nacimiento de Jesús, según la fecha de este acontecimiento, podría ser hacia los años 6 y 5 a.C. 

Otro aspecto que debemos considerar lo aporta también el evangelista Lucas (3, 23), cuando afirma: “Jesús, al empezar, tenía unos treinta años”, en tiempos de Juan el Bautista, quien a su vez había comenzado su prédica en “…el año quintodécimo del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes y Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea …”” (Lc 3, 1). La única época en la que podemos encontrar todos estos factores es entre los años 27 a 29 d.C. Si Jesús hacia el año 27 tenía “unos 30 años”, su nacimiento debe haber sido precisamente hacia el 6 y 4 a.C. Esto quiere decir que cuando comenzó su vida pública tendría aproximadamente 32 años, lo que concuerda con Lucas.

Un problema más para fijar estas fechas es que las comunidades cristianas de la Antigüedad tenían frecuentemente diferentes calendarios, por lo que el inicio del año no coincidía necesariamente. Para esta época paleocristiana había dos momentos trascendentales en la historia: la creación del mundo y el nacimiento de Cristo. Es por eso que el abad Dionysius Exiguus (Dionisio el Pequeño, quien murió en Roma hacia el año 550), se dio a la tarea de poner orden en las fechas de la celebración de la Natividad del Señor y trató de encontrar un punto de referencia para fijar la fecha exacta que estaba buscando. Algunos cristianos de aquella época, como los de Palestina, seguían un calendario lunar (354 días) y otro solar (365 días); en Roma prevalecía el calendario llamado “Juliano”, de 365 días, establecido en el 46 a.C. por Julio César (de ahí el nombre), así que Dionisio basó sus cálculos en dicho calendario, que comenzaba en el año 753 a.C., fecha legendaria de la fundación de Roma (“ab urbe condita”). Dionisio calculó que el año 754 después de dicha fundación de Roma sería el de la Natividad, es decir, el año 1 de nuestra era. Por eso denominó como “año 1” al primer año de la vida de Jesús.

Ciertamente Dionisio no coincide con Mateo, pero en realidad no cometió ningún error, pues, sencillamente, no tenía modo de averiguar en ese entonces la fecha exacta de la muerte de Herodes. Poco tiempo después, el monje anglosajón Beda Venerabilis escribió, hacia el 731, su Historia ecclesiastica gentis Anglorum (“Historia eclesiástica del pueblo inglés”), tomando los cálculos de Dionisio para escribir las fechas a partir del nacimiento del Señor. Esta costumbre pasó después en el transcurso del siglo VIII al reino de los francos y de allí al resto del continente europeo. Hermann de Reichenau († 1054), en su Chronicon, fue el primero en ordenar todos los acontecimientos históricos siguiendo exclusivamente el año del nacimiento de Jesús. Hacia el año 1060, esta forma de registrar las fechas fue adoptada definitivamente por la Iglesia católica.

En cuanto a la liturgia en la festividad de la Navidad, la tradición romana -que puede remontarse hasta el siglo VI- permite, hasta nuestros días, que el sacerdote pueda celebrar ese día hasta tres misas (Missa in nocte, Missa in aurora, Missa in die). Antes de esa fecha, todavía en el siglo IV, el papa celebraba una única misa a la hora acostumbrada, a las 9 de la mañana, en la antigua basílica de San Pedro; en el siglo V se añadió la misa de medianoche en la basílica de Santa María la Mayor, en donde se construyó una capilla subterránea para recordar la gruta o pesebre de Belén. Allí celebraba el papa dicha misa de medianoche. Probablemente esta costumbre estuvo inspirada en lo que hacían los cristianos de Jerusalén en la víspera de la Epifanía, en la iglesia mandada construir por el emperador Constantino sobre la supuesta gruta del nacimiento en Belén: después de cantar la misa, salían en procesión de regreso a Jerusalén, en donde se celebraba otra misa.

Hacia mediados del siglo VI se agregó una tercera misa, esta vez en la iglesia de Santa Anastasia, también en Roma. Santa Anastasia de Sirmia era una figura muy popular en el Oriente, por lo que, después de la conquista de Roma por los bizantinos (es decir, por los romanos orientales), esa iglesia consagrada a esta mujer muerta en martirio se convirtió en la iglesia de la corte. Como su festividad en el Oriente se celebraba el 25 de Diciembre, el papa cantaba una misa personalmente, quizá como condescendencia frente al gobernador bizantino. Así que este conjunto de tres misas pronto encontró su lugar en el Sacramentario papal y fue adoptado en los lugares hacia los que se “exportó” dicho documento, como, por ejemplo, en los territorios del imperio carolingio.

Así entonces, poco a poco fue conformándose la liturgia propia de la Natividad, pues, años más o años menos, Cristo vino como Redentor y como tal hay que recibirlo. Un niño que viene a servir, no a ser servido, un niño que vino con el destino de morir la peor de las muertes por la redención de los pecados. De allí que, en el Oratorio de Navidad (1734) de Johann Sebastian Bach, en la primera cantata, el coral central tiene un texto envuelto en una melodía propia de la Pasión, pero que reza “¿Cómo debo recibirte?” Sí, es el Rey de Reyes, pero que se inmolaría por nosotros. Es el rey de Reyes, pero nació en un humilde pesebre. Así lo consigna el texto del Introitus para la misa de Navidad: “…cuius imperium super humerum eius…”: el énfasis de este cántico está en el hecho de que el Imperio de Dios no descansa en los hombros de un poderoso magnate, sino en los hombros de un recién nacido. Por eso debemos preguntarnos siempre: ¿cómo debemos recibirlo?