Luz Elena Ayón Palomino
El documental Comprar, tirar, comprar coproducido por Barcelona y Francia, dirigido por la cineasta Cosima Dannoritzer trata sobre el consumo excesivo que tienen las personas en la actualidad. También introduce un concepto llamado “obsolescencia programada” la cual consiste en que los productos son diseñados y fabricados para que su duración sea corta y el consumidor tenga que comprar uno nuevo. Productos como el foco pronto fueron víctimas de esta idea que surgió en las primeras décadas del siglo xx.
El deseo de un consumidor de comprar productos que muchas veces no son necesarios es una de las razones por las cuales hemos aumentado la contaminación y agotado los recursos naturales.
La obsolescencia programada nació con el objetivo de impulsar las ventas y ayudar a acelerar la economía. La meta en aquellos años era crecer por crecer y sin tener límites. Desde entonces las empresas se esfuerzan en ofrecer productos nuevos, vender más y ser competitivas. La reducción del tiempo de durabilidad o el diseño de productos para fallar es algo controversial pues muchos consideran que es una especie de fraude hecho al consumidor.
Un ejemplo que muestra el documental la empresa Apple. Cuando se creó el iPod fue un producto muy popular, sobre todo entre los jóvenes sin embargo, su durabilidad variaba entre 1 y 2 años. Los consumidores, al no querer gastar su dinero en un nuevo iPod buscaban un repuesto, en este caso de su batería. La polémica comenzó porque Apple no ofrecía ese servicio. Los jóvenes no se quedaron callados e hicieron pública su inconformidad. Este problema se resolvió con un juicio y se creó la extensión de la garantía de ese producto, además del servicio de un repuesto de batería nueva.
Las personas (y me incluyo porque lo he hecho en algún momento) compramos por simple diversión y sin pensar. Muchas veces no vemos las consecuencias de utilizar y tirar, casi inmediatamente cualquier producto. Nosotros podemos influir en que los productos duren más para evitar el crecimiento de residuos y desechos que perjudican el medio ambiente.
Desafortunadamente las empresas siguen seduciendo al comprador para que el consumo siga creciendo. Otro ejemplo que muestra el documental y que ejemplifica el lado oscuro del consumo es el de Ghana. A este país lo han llenado de residuos de distintos países del mundo entre ellos, de las grandes potencias. En países subdesarrollados como Ghana las personas – adultos de tercera edad, jóvenes y niños– carecen de servicios y de muchas oportunidades para tener una buena calidad de vida. Lugares que antes eran sus espacios de juegos ahora son terrenos llenos de basura industrial o tecnológica. Ellos son las primeras víctimas de un mundo que, en lugar de privilegiar la sustentabilidad, se orienta sólo por los negocios.
Después de ver el documental Comprar, tirar, comprar creo que podemos y debemos aprender a vivir sin la dependencia de objetos de consumo que no son necesarios. A veces sólo compramos como una manera de reforzar nuestra identidad y autoestima. En realidad la felicidad no depende de la compra de una mercancía. Me gustaría que miráramos a nuestro alrededor y hagamos conciencia del mundo que hemos creado. Sería muy bueno que los padres de familia enseñen a sus hijos que la realización personal no es algo individual sino colectivo y que el consumo irresponsable tiene costos que ya estamos pagando con el cambio climático. Creo que nuestra generación puede ser la primera que detenga el consumo ilimitado, la obsolescencia programada, para crear una sociedad más sustentable.
Recaditos
Leo: Feliz inició de semana a todos y suerte en la actividad intermedia.
Ana: Le mandó saludos a Iván Patermina por su cumpleaños número 21.
José: Le deseo a todos un buen día a mis compañeros de herramientas de la clase de los martes y jueves de 10-11:30.
Cecy: Saludos a Rodrigo de la carrera de mercadotecnia generación 2017.
Vanessa: Excelente día a todos mis compañeros de gastronomía generación otoño 2018.
Michelle: Feliz inició de semana a todos especialmente a Karina Morales de la carrera de medicina generación 2017.
Mary: Lo que más me gusta de este escuela son los nuevos salones del edificio A.
Chelsea: Espero que todos tengan un excelente día y le mando saludos a los chavos que hacen servicio de beca en la biblioteca.
Karen: Éxito a todos los alumnos que tendrán examen de cálculo el próximo miércoles.
Ale: Bonito día a mis compañeros de FILSE.
Chris: Espero que todas las personas que leen el periódico Universitario tengan un maravilloso dia.
Anónimo: Lo que más me gusta de la escuela es el área deportiva.
Fredy: Le mando saludos a Jorge de la carrera de contaduría generación 2016.
Mire: Saluditos a todos los chavos que realizan servicio de beca en el CETEC.
Julio se queja porque lo he hecho pelirrojo. -¿por qué no te tiñes tú? Sí tanta tu afición.- dice gruñón. También me ha reclamado por darle una esposa de nombre Isabel, creo que le habría gustado más que de llamase Mónica, no lo sé. Creo que le cambiaré el empleo y haré que Isabel le sea infiel con Pedro. Escribir una novela y mantener contento al protagonista no es tarea fácil.
Meztly Méndez
La mujer del peluquero la pasa muy mal encontrando muchos tipos de cabello en las camisas de su marido.
Cuando Camus despertó, el absurdo todavía estaba ahí.
Por: Paco Rubín
Martín tenía la obsesión de escribir palabras en la pared.
Tras años de hacerlo se acabaron los muros.
Escribió entonces en el techo, en el suelo, en la cafeteria, en el florero, en las gotas de agua de la regadera.
Todo a su alrededor estaba escrito.
Le quedaba el cuerpo. Escribió en su brazo, en las piernas, el pecho, la espalda, la lengua.
Escribió en su alma.
Era un libro andante.
Renata, su esposa que ya lo había olvidado, lo encontró extraviado en la cama matrimonial y lo colocó en el librero dejándolo guardado para siempre.
Ni de aquí, ni de allá
Me desperté a media noche y sentí lodo bajo mi palma derecha, miré hacia arriba y me di cuenta de que estaba dentro de una especie de establo. Me incorporé lentamente, pero tuve la sensación de que me habían inyectado un estupefaciente o había bebido demasiado ¿Qué habrá sido realmente? Aún no lo sé. Tenía mucha sed. Al menos la cabeza, la mente, me funcionaban, así que comencé a ejercitar la memoria, de algo me habría de acordar…
Imágenes difusas se presentaron ante mis ojos, pero la desesperación por saber por qué estaba en un establo, se combinaba con remordimiento, culpa sin fundamento, risas y emociones. De alguna forma sentía que estaba consciente de por qué estaba ahí.
Llevaba según mis cálculos 3 días perdida en lo que parecía ser un hermoso valle que creía solitario. Estaba tan harta de la ciudad que decidí ponerme una sudadera con capucha y echarme a caminar, pero jamás creí que lo que debió haber sido una caminata de algunos minutos, se convertiría en una caminata de varios días impulsada por una necesidad insaciable de reflexión, de ansiedad ¿Qué es lo que quería? ¿Qué es lo que estaba buscando? ¿Por qué no paré? No recuerdo haber estado agitada, ni tener algún destino en mente. Perdí la noción del tiempo. El sol y la luna no habrían sido para mí más que distintas iluminaciones que dotaban a mi sendero tintes auténticos y no referencias del día o de la noche, como en mi rutina diaria lo han sido, sólo sé que estaba tan harta.
De pronto una mujer madura, mas no anciana, se me acercó:
—¿Ya estás lista, niña? –me dijo con una voz familiar, como si ya me conociera pero no sé de cuánto tiempo. Con un poco de temor, pero tranquila, le contesté:
—Creo que ya. ¿Me puede dar un vaso de agua? Tengo mucha sed.
Sonrió a secas:
—Baja al río, lávate y por ahi tomas tu agua que tanto quieres. ¡Ah!, no cabe duda que lo urbano echa a perder a lo humano.
Extrañada de su respuesta, le dije:
—¿A qué se refiere?
—No te hagas. Finges que andabas errante, de alguna forma nos buscaste, ¡pero fíjate cómo eres! Ni de aquí ni de allá.
Me quedé sorprendida de su respuesta, entendía y no entendía lo que me decía, tenía miedo pero tampoco quería irme.
Me levanté como pude. Bajé por una vereda, descalza, y encontré el cauce del río. Me sentía sucia pero la sed que sentía me obligó a recostarme en la tierra, estirar el cuello al máximo y beber la fresca agua que corría. Acto seguido me lavé, me sequé con el poco sol que había, sin dejar de pensar en lo que la señora me había querido decir. Eventualmente me interrumpía la idea de que posiblemente estaba en peligro, pero mi voluntad y mi ánimo me indicaban que me quedara en aquel lugar, rudimentario, por cierto, pero bello ante mi sentir y borroso ante mis ojos.
La señora me alcanzó en el río.
—¿Ya estás, mija?
—¡Ya estoy! –respondí entusiasta.
—Vamos a echarnos el taquito al pueblo, que la sed no sacia al hambre.
Le tomé la palabra y empecé a caminar rápidamente con ella. No sabía dónde estaba, pero tampoco era mi prioridad saberlo, estaba dispuesta a sorprenderme, pero lo que más quería era entender lo que me había querido decir, no me acordaba de su nombre pero tampoco quería preguntarle, sentía un extraño respeto hacia ella, casi sin fundamento, porque no me acordaba de nada, y la seguí, más tarde lo averiguaría.
Llegamos a un modesto puesto, la verdad es que se veía insignificante al lado de los pintorescos negocios y piñatas del mercado que, aunque no olían muy bien, habría preferido comer ahí. Me sentía distraída hasta que arrastré la grasosa silla de plástico para sentarme.
—Buenas, Yolis –dijo la señora.
—Buenas, doña Metztli. ¿Cómo anda, qué dice? ¡Ora! ¿Ésta quién es? No la había visto.
—Luego te digo, la encontré merodeando por ahí –susurró la señora.
—Bueno, ¡no se diga más! ¿Qué va a ser?
—A mí dame dos banderas y a ella una de huitlacoche con epazote pa’ que sepa lo que es bueno.
— ¡Pero no le vaya a poner grasa! –dije de inmediato.
La señora no reaccionó y le puso doble ración, mientras tanto, comencé a percibir mi cuerpo en un estado adormilado, molido, como si hubiera estado muy cansada, pero al mismo tiempo sentía que había dormido en exceso con un letargo indescriptible.
—Y ahora, ¿qué vas a hacer?, ¿cuándo te regresas o qué? –me dijo la señora, entre bocados. La miré.
—Ah, ¡no me mires así!, ya sabes lo que dicen: “El muerto y el arrimado a los tres días apestan” y tú como que ya vas oliendo mal.
Me reí ingenuamente.
—Pues si te quedas me vas a tener que ayudar, trabajo aquí siempre hay, pero también se te va a pagar con lo que hay, mientras tú come y ahorita me dices.
Hasta entonces me había sentido en calma, pero vi en esa conversación un nuevo planteamiento de vida, de pronto me agobié, pero ¿no era eso lo que quería?
—Esta misma tarde me voy –le dije abruptamente.
—Piénsalo bien, niña, esto es tren de una vez en la vida –respondió serenamente. Pero al verme convencida, dijo:
—Ándale pues, ve subiéndote al colectivo, ¿pa’ qué nos vamos caminando? Si tanta prisa tienes.
Nos subimos en una especie de vagoneta que tenía sillas amarradas; la gente me miraba extrañada, no con desprecio, pero empecé a tener la sensación de que no encajaba en ese lugar y me perdí viendo su ropa: era de fibras sencillas, algunas prendas cochinas y en general llenas de pelusas, colores en extrañas combinaciones: café con morado, rojo con verde agua, zapatos negros sin bolear hacía tiempo y adornos casi fluorescentes en el cabello…
¿Qué me pasa? Me detuve, ¡Quién soy yo para juzgar! Al tiempo pensé, pero, ¿acaso quiero verme así? ¿Puedo verme así? Lo repudié de inmediato, ahí me di cuenta de que estaba asumiendo las mismas posturas de las que me quejaba. “No soy de aquí ni de allá”, pensé en voz alta, repitiendo las palabras que me había dicho la señora hacía un rato, mientras seguíamos en ese tambaleante transporte.
—En cuánto mejor lo asumas, más rápido encontrarás tu camino, mas no ignores que aquello que rechazas puede estar dentro de ti; eso es lo que tienes que atender y no las tonterías que el resto repite. Yo te abrí las puertas de mi casa porque vi algo en tus ojos. Tú no huyes de nada pero buscas algo que llevas dentro y tampoco estás muy dispuesta a soltar. Asúmelo, asúmelo, mientras tanto, no te aconsejo que sigas aquí, las respuestas que buscas no las vas a encontrar ni en el pueblo ni en mi humilde morada; tampoco andes errante, eso tampoco resuelve, ve con convicción a donde ya sabes, no te puedo decir más, algo de lo que te digo te ha de servir, pero te bendigo y te deseo salud, aunque no te conozca casi de nada.
Me tomó la mano, se bajó del colectivo, habló con el chofer, pude haberme acercado a escuchar, pero decidí que no. Me dio luego indicaciones sobre cómo regresar a la ciudad, me volvió a tomar la mano cálida y firmemente. Mirándome a los ojos me dijo:
—Cuídate –mientras me daba dos arrugados billetes de cien pesos, que seguramente hacía tiempo los tenía guardados.
Sin más, seguí sus instrucciones al pie de la letra, al llegar a la terminal de mi ciudad me sentí nuevamente observada, era de esperarse, hacía días que no me cambiaba de ropa, sólo levanté la cara y pensé: “No soy de aquí ni de allá pero eso no me importará, mi alma es la que he de procurar y en ella me voy a encontrar”.
Daniela María Álvarez Lorenzini
Publicación a cargo de la Lic. Yolanda Jaimes Vidal, Coordinadora de Comunicación InternaGrecia Juárez Ojeda, DirectoraCristhian Adal García Hernández, Subdirector, Jefe de InformaciónJesús Del Pozo Sotomayor, Jefe de FotografíaEric Contreras Santos, Jefe de Fotografía DeportivaArlette Sánchez Santos, Editora
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OpiniónGrecia Juárez Ojeda, ColaboradoraCarolina Méndez, ColaboradorItzel Reyes Camargo, ColaboradoraRoberto Carlos Pérez Hernández, ColaboradorCristhian Adal García Hernández, ColaboradorJesús Del Pozo Sotomayor, ColaboradorRocio García González, ColaboradoraDiego Efrén Torres Fernández, Colaborador
Diseño y Edición GráficaMa. Fernanda Bretón Vega, CoordinadoraMayra Renne Beltrán Garay, Jefa de DiseñoAmanda Jimenez Cardenas, Jefa de DiseñoMaria Teresa de Jesus Guendulain, Jefa de DiseñoAzalea Hernandez Morales, DiseñadorAzalea Hernandez Morales, Maria Jose Guitierrez Arcega, Miguel Lopez Rosete, Aldo Arturo Gonzalez Ávalos, Rose Mary Susana Figaredo Ilustradores
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