Por: Joel Contreras Lima
La puesta en marcha de los nanosatélites se ha convertido hoy en día en una realidad relativamente asequible, y los científicos, universidades y centros de investigación se han unido a la exploración del espacio.Para poner en perspectiva, un gran satélite operacional que da servicio a miles o millones de usuarios, de los que sirven al sistema GPS, pesa entre una y media y hasta dos toneladas, y el costo de su fabricación, lanzamiento y salida en órbita supera los cien millones de dólares, razón por la cual se hace inalcanzable a las masas. Hoy en día, enviar un kilogramo a órbita baja cuesta alrededor de 90 mil dólares, lo cual sólo incluye el lanzamiento desde tierra y su colocación en la órbita correspondiente; excluyendo el propio costo de desarrollo y construcción de la nave espacial. El primer satélite artificial de la Tierra, aunque no contenía nada más que un transmisor de radio, pesaba alrededor de 83 kilogramos. Desde entonces, la electrónica ha dado pasos agigantados en el orden de miniaturizarse y como resultado tenemos a los nanosatélites, que pesan desde unos pocos gramos hasta varios kilogramos con todos sus sistemas integrados, lo que resulta ser bastante funcional. Una vez que esto se convirtió en un éxito, el desarrollo y exploración del espacio ha dejado de ser una prerrogativa exclusiva de los gobiernos y las grandes corporaciones espaciales: llegó el momento de la construcción de satélites educativos y aficionados, junto con los cuales poco a poco se eleva una segunda ola de romance espacial en México, impulsada por el proyecto AzTechSat-1.AzTechSat-1 es un nano satélite que sigue el estándar CubeSat. Dicho estándar, fue considerado exclusivamente como educativo ya que fue definido por dos profesores universitarios que buscaron brindar una plataforma práctica y tener la experiencia espacial para sus estudiantes. Dichos satélites se hicieron desde cero, ya que se diseñaban todos los sistemas electrónicos y mecánicos. Desde ese entonces y también al día de hoy, es típico que en muchos casos los equipos de trabajo sean universitarios y que aproximadamente el cuarenta por ciento de este tipo de satélites fallen en el espacio por diferentes razones: que el equipo nunca ha hecho este tipo de proyectos, el diseño sea específico para un tipo de misión, la falta de seguimiento de un estricto control de ingeniería, así como la falta de movilidad de los estudiantes.Con el tiempo, las capacidades de lanzamiento y pruebas a bajo costo han permitido mejorar la fiabilidad de la electrónica, el aumento de la productividad de las naves espaciales así como la formación en las universidades han preparado especialistas en temas espaciales. Después de más de diez años, la tecnología CubeSat ha alcanzado las capacidades de aplicación en ciencia y negocios. Hoy, un par de estos satélites han llegado a Marte, y cientos de aparatos se crean para la inversión privada.La revolución tecnológica que inició con la era informática y el desarrollo de computadoras ha dado paso a la fabricación de nano satélites. Como resultado han surgido cientos de compañías que al día de hoy ofrecen productos comerciales especializados, configurables y adaptables a una misión espacial. Este sector espacial ha creado miles de empleos y es un mercado de 5 mil millones de dólares a nivel mundial y del cual ahora mismo México tiene la posibilidad de ser partícipe.El auge de la construcción de satélites y del sector privado está vinculado principalmente a la política educativa, estrategia de ciencia y de exploración humana en el espacio por parte de la NASA. Este tipo de satélites son tan importantes para esta agencia que la directiva de ciencia invierte más de 100 millones de dólares anuales en investigación y ejecución de este tipo de misiones. La agencia espacial financia constantemente el desarrollo de pequeñas naves espaciales en las instituciones educativas de los Estados Unidos -y por primera vez apoya una misión espacial mexicana-, las lanza de forma gratuita, organiza concursos de proyectos, hackatones y competencias técnicas escolares de CanSat, es decir, prepara generaciones de siete a diez años por delante. Estos satélites educativos permiten a los estudiantes de los primeros cursos obtener la experiencia necesaria, y los graduados ir a la industria espacial como especialistas, capaces de diseñar, programar, verificar y validar sistemas, así como gestionar-operar naves espaciales y dirigir proyectos, lo que ahorra años de su formación productiva. A los profesores les da la experiencia de validar y extender su conocimiento en materia espacial como parte de su desarrollo profesional. Y si vemos a futuro, estos mismos jóvenes especialistas llegarán a las empresas espaciales y más adelante crean propias compañías privadas, lo que en México se reflejaría como una potencialización en este sector. La UPAEP, comprometida con la transformación de nuestra sociedad, es pionera en proyectos espaciales en México, depositando la confianza en una generación joven de estudiantes, pero acompañada por la experiencia de la plantilla de profesores. Este es el primer acto en México de lo que es un proyecto que han seguido la metodología de sistemas espaciales de la NASA, con la visión de tener un antecedente directo en proyectos espaciales posteriores, experiencia práctica y lecciones aprendidas que ahora se hacen palpables gracias a la ejecución del diseño, construcción, verificación, validación y certificación de naves espaciales.Es esencial que en México mantengamos el momentum hacia el crecimiento tecnológico y sustancialmente en el ámbito espacial. Es justo tener y dar cabal cumplimiento a un programa espacial mexicano, donde varias ramas de la ciencia y tecnología tengan acceso a plataformas de investigación y desarrollo. ¿Era posible imaginar hace 20 o 40 años que la creación de una nave espacial orbital sería un tema de trabajo estudiantil en México? Nuestra generación ansía la oportunidad de llegar al espacio una y otra vez; este año, México llegará al espacio en las alas de la UPAEP.
Joel Contreras Lima
Luis: Saludos a mi amigo Jorge de la carrera de Contaduría generación 2019.
Alondra: Feliz de estar culminando mi quinto semestre de la licenciatura en
Medicina, realmente el tiempo se pasa volando.
Carlos: Espero que todos tengan un bonito día y disfruten de la última semana del
mes de noviembre.
Julián: Saludos a todos los chicos que tendrán departamental de Administración el
próximo 9 de diciembre.
Irene: Le deseo a toda la comunidad UPAEP un excelente inicio de semana.
Gabriel: Espero que todos los alumnos que tendrán examen esta semana les vaya
estupendamente bien.
Fidel: Buen día a todos mis compañeros de la carrera de Negocios generación otoño
2017.
Chayo: Suerte a todos los compañeros de Ambiental que tendrán examen el
próximo jueves.
Isra: Espero que todos los muchachos que realizan deporte multidisciplinar disfruten
las últimas semanas del semestre.
Lore: Le mando un saludo a Rafa de la carrera de Gastronomía generación
primavera 2017.
Mary: Esforzándome al máximo para cerrar con mucho éxito este semestre, éxito a
todos.
Estela: Saludos a Karen Mejía de la carrera de Psicología generación otoño 2018.
Se me perdió este escrito, si usted lo está leyendo es porque ya fue encontrado.
Estas palabras fueron escritas en calidad de préstamo, las saqué del diccionario.
Un poeta escuchó a un poeta declamar un poema de un poeta que había visto estar escribiendo un poema acerca de un poeta que escucha a otro poeta declamar.
Por: Paco Rubín
El gato se miró al espejo y el espejo puso cara de gato. Resulta que este gato era narcisista y le gustó el gusto de mirarse al espejo.
Así vivió sus siete vidas con sus siete noches. El gato no se retiraba del espejo y el espejo no se retiraba del gato.
El gato se puso tieso y con el paso del tiempo se convirtió en estatua de piedra.
La vanidad mató al gato y no la curiosidad como muchos piensan.
Abel García Villagrán
La picadura fue certera y ponzoñosa en mitad de la noche. La sensación y dolor comenzaron como un pellizco que se prolongó por varios segundos a lo largo de su pierna, pero el cansancio lo venció, se quedó dormido sin darle importancia, pero el veneno lo invadía poco a poco recorriendo las venas. Una hora después, el daño ya se había consumado.
Roberto nunca le ha tenido miedo a los insectos y sin temor mata arañas, ciempiés, moscos, piojos, pulgas, garrapatas, alacranes o cualquier bicho extraño que se meta en su casa; algunas ocasiones hasta los agarra con la mano para depositarlos en el jardín y dejarlos que sigan con vida o se metan a casa del vecino.
Viajar a la Ciudad de México era parte de su trabajo, pero en esta ocasión quería experimentar algo nuevo. No se iba a hospedar en un hotel tradicional sin chiste, con los mismos lujos y detalles de siempre. Se puso a buscar en internet. Quería uno de los hoteles boutique que tanto se están poniendo de moda por todo el centro histórico. Se quedó con el que más comentarios positivos tenía en Facebook, además le ofrecían un desayuno americano gratis que fue lo que terminó por convencerlo.
El hotel se ubicaba en la calle de Sullivan, enfrente de una clínica del Seguro Social. El barrio no tenía muy buena reputación y la zona no se veía bien por la muchedumbre de pacientes siempre pegada a las puertas del hospital y los puestos ambulantes. El único lugar para estacionar el auto se encontraba a media cuadra. Tuvo que caminar para llegar a la recepción, pero ya adentro, las instalaciones no se veían nada mal. Parecía un hotel de los años cincuenta, pero se notaba que la remodelación la había realizado algún diseñador urbano con buen gusto y le habían dado nueva vida, con un toque de modernidad que contrastaba con lo clásico de la arquitectura del edificio.
La habitación le despertó un recuerdo inevitable de casa de sus abuelos provocado por los azulejos de cerámica, los muebles de baño y las puertas de madera. Eso sí, la recamara era moderna, llena de colores vivos y pudo percibir un olor a pintura recién aplicada. La cama estaba muy acolchonada, cerca de la ventana, como le gustaba. Dejó las persianas abiertas para poder observar el paso de los aviones que cada sesenta segundos pasaban como un cronómetro interminable. Así, ya en calma, disfrutó las luces de la ciudad mientras veía el movimiento desde el cuarto.
Estaba muy cansado. Decidió no bañarse y mejor acostarse para que le rindiera más la noche; el ruido de sirenas y carros lo arrullaron como un niño. Se quedó dormido como a las diez de la noche. La primera sensación extraña le llegó aproximadamente una hora después. Sintió un fuerte pellizco en la pierna. Pensando que era un calambre, se sobó y se volvió a dormir gracias al agotamiento que sentía. A la una de la mañana, el dolor apareció, pero ahora en el brazo, tocó con cuidado la superficie del colchón, creyendo que algún resorte estaba salido y se le estaba encajando en el cuerpo, pero nada, todo parecía normal y terso. Se sobó lentamente; al rozar la piel, sentía punzadas, pero el sueño le ganaba y cerró los ojos nuevamente.
Lo siguiente que percibió fueron unos pequeños pasitos a lo largo del estómago, hacía mucho calor y atribuyó la sensación a las gotas de sudor que corrían a lo largo de su abdomen. Después sobrevino la punzada más fuerte en la mejilla, primero el dolor y luego el adormecimiento lento de la cara conforme el veneno recorría sus venas. No pudo más. Prendió la luz y caminó al baño para ver qué le estaba pasando. Iba nervioso, tocándose el rostro, sintiendo cómo se iba dilatando el cachete, además de un ardor insoportable cerca del ojo. Frente al espejo del baño, alzó la mirada esperando que solo fuera una pesadilla y no apareciera nada. Ante sus ojos estaba un enorme grano rojo, del tamaño de su dedo pulgar, con un punto negro en el centro, del que emanaba un líquido viscoso. Ni siquiera lo podía tocar, le dolía mucho y cuando lograba tocarlo, una gota como de pus escurría y le quemaba la mejilla, así que decidió no hacerlo más. Era como un barro de adolescente, pero ahora estaba tres o cuatro veces mayor, parecía que iba a estallar frente al espejo.
Metió la cara en el chorro de la regadera, esperando que el agua fresca le bajara la hinchazón. Después de cinco minutos nada pasaba y el grano y el dolor aumentaban cada minuto. ¿Qué iba a hacer al día siguiente? Tenía muchas citas importantes, varios clientes lo esperaban desde temprano. No podía cancelar, se habían planeado con varias semanas de anticipación, además, con eso cubriría sus cuotas mensuales de ventas. Estaba desesperado, buscó en la maleta alguna pastilla para disminuir el dolor. Solo tenía paracetamol, se tomó dos cápsulas y no paraba de regresar al espejo para ver cómo seguía, pero el grano seguía ahí. La cara adormecida, el calor en la mejilla, el líquido escurriendo y el sin nada que hacer en medio de la madrugada en la soledad de su cuarto boutique.
Regresó al dormitorio. Prendió todas las luces, destendió la cama, quitó las fundas de las almohadas, movió el colchón, sacudió las sábanas, revisó en todos los rincones, prendió la luz del celular, alumbró en el piso buscando algo, un insecto, una araña, una chinche, una cucaracha… pero nada, entre más buscaba, más se desesperaba por no encontrar algo arrastrándose por ahí, mientras el ardor le quemaba la cara.
Bajó a la recepción en pijama, quería pedir algún insecticida o alcohol para esparcir alrededor de la cama y matar lo que le había provocado la picadura. Desafortunadamente no había nadie, todo estaba vacío, alcanzó a ver al guardia en la entrada y le dijo que no había personal en la noche y que la secretaría llegaba hasta las nueve. Lo insultó, le mostró la picadura de su cara y vio cómo se aguantó la risa. Al no ayudarle en nada, le preguntó por un botiquín de primeros auxilios o al menos una botella de alcohol y pues tampoco sabía nada, todo estaba bajo llave y él solo estaba encargado de cuidar la puerta.
Decepcionado, regresó a la habitación, se escondió a un lado de la cama y apagaba y prendía la luz, esperando que el bicho o la araña se asomaran con la luz apagada y é pudiera descubrirla al prenderla nuevamente, mientras el grano crecía, y él ya temía que le fuera a salir un Alien o una larva de la cara en cualquier momento. A las cinco de la mañana, cansado y derrotado, se fue a dormir en la tina del baño para intentar descansar al menos una hora y esperar un milagro al amanecer.
Cuando la alarma del celular sonó por tercera vez ya eran las siete de la mañana. Se le había hecho muy tarde, sacó las sábanas de la bañera y le abrió a la regadera sin mirarse al espejo. Dejó que el agua le recorriera la cara, ya no le ardía; con mucho cuidado tocó la mejilla, el grano había desaparecido. Sorprendido, movió la cortina del baño y se miró al espejo. Todo estaba normal, nada en la cara, nada en el cuerpo y solamente las marcas de la desvelada en su semblante y en sus ojos.
Aliviado, se vistió y bajó por su desayuno de promoción, que no se quería perder. En lo que esperaba los alimentos, le contó al mesero de su pesadilla nocturna y este le dijo que quizá era una de las historias ocultas que se guardaban en las habitaciones por ser un hotel tan viejo y con quién sabe cuántos huéspedes a lo largo de más de setenta años de funcionamiento.
—No se angustie mi joven, ya pasó el susto. ¡Está usted vivito y coleando! Buen provecho, disfrute su estancia y alimentos –le dijo.
Ese día las citas y los clientes no le permitieron recordar la experiencia. Por la noche manejó entre el tráfico y regresó a su casa. Ni siquiera se lo platicó a su mujer para que no pensara que estaba loco y lo tomara como una lección por andar experimentando hoteles raros que solo a él se le ocurría visitar.
A muy pocos de sus amigos nos contó lo que pasó ese día. Lo único raro que he notado es que ahora le encanta el olor de la basura y a veces husmea en las bolsas que sacamos a la calle. También lo caché comiendo carne cruda en la parrillada de mi cumpleaños. Cada mañana, saca a pasear a sus perros en frente de mi casa, y he descubierto que, tras recoger el excremento se chupa los dedos. No creo que sea anormal, debe ser por su edad, ¡la gente empieza con cada vicio! Además, a todas las personas mayores como él se les llenan las piernas de vellosidades, aunque las suyas desaparecen al medio día. Debo dejar de preocuparme, siempre ha sido el bicho raro de la cuadra.
Publicación a cargo de la Lic. Yolanda Jaimes Vidal, Coordinadora de Comunicación InternaGrecia Juárez Ojeda, DirectoraCristhian Adal García Hernández, Subdirector, Jefe de InformaciónJesús Del Pozo Sotomayor, Jefe de FotografíaEric Contreras Santos, Jefe de Fotografía DeportivaArlette Sánchez Santos, Editora
ReporterosDafne Ixchel Agüero Medina, Jefa de Sección/CulturaGibsy Sagrario Gonzalez Garcia, Reportera de Proyectos de Impacto Social
OpiniónGrecia Juárez Ojeda, ColaboradoraCarolina Méndez, ColaboradorItzel Reyes Camargo, ColaboradoraRoberto Carlos Pérez Hernández, ColaboradorCristhian Adal García Hernández, ColaboradorJesús Del Pozo Sotomayor, ColaboradorRocio García González, ColaboradoraDiego Efrén Torres Fernández, Colaborador
Diseño y Edición GráficaMa. Fernanda Bretón Vega, CoordinadoraMayra Renne Beltrán Garay, Jefa de DiseñoAmanda Jimenez Cardenas, Jefa de DiseñoMaria Teresa de Jesus Guendulain, Jefa de DiseñoAzalea Hernandez Morales, DiseñadorAzalea Hernandez Morales, Maria Jose Guitierrez Arcega, Miguel Lopez Rosete, Aldo Arturo Gonzalez Ávalos, Rose Mary Susana Figaredo Ilustradores
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