¡Paren todo! Cierren cantinas, bares y burdeles. Los novios, esposos y amantes retengan el ardor de su pasión por un estremecedor segundo de silencio. Que se escuche por última vez su voz en un vinil, un casete, cd o lista de spotify. Hoy todo es soledad. ¡Paren todo! Que el Príncipe ha muerto. Mejor aún ¡Paren todo y contemplen, como los hombre se convierten en dioses, como los héroes alcanzan la inmortalidad! Presenciemos la muerte del hombre y el nacimiento del mito.

Pero, ¿cómo surge la trascendencia del hombre? ¿Qué nos hizo, qué fuerza nos poseyó para que su voz fuese la nuestra? Al final, en la vida de todo hombre pocos recuerdos de él pasarán a la memoria de aquellos que lo conocieron justamente, de las pocas cosas que conocemos de ellos está en importante sitio la belleza.

La belleza se ha conocido en filosofía como un característica suprasensible del objeto. Es decir, se conoce intuitivamente, no depende del objeto –desde una postura de la filosofía escolástica no habría belleza subjetiva pues toda belleza participa de una mayor- la belleza no queda encasillada en una persona, una pintura, una canción o un poema.

Existe la Belleza por sí misma. Lo que conocemos como “bello” participa de esta belleza universal. Si nos ponemos a pensar, si la belleza dependiera de un objeto o persona determinada no seríamos capaces de conocer o aceptar la aceptación de la belleza per se puesto que lo que yo consideraría bello quedaría para mí, sería inaccesible para el otro pues carece de los mismos ojos, sensibilidad y conocimiento estético mío.

Antes que nada, se debe de aclarar que “estética” no se refiere a una peluquería o al noble arte de saber realizar peinados o cuidar cuero cabelludo. La estética es la rama de la filosofía que se encarga del estudio de Lo Bello. Una vez aclarado este paréntesis cultural proseguiré con mi choro.

La belleza tiene que ser algo que todos comprendamos, que podamos compartir y por supuesto, poder empatizar.

La empatía es fundamental para el conocimiento de lo bello. Es hacerse uno con el artista, comprender hasta el más obscuro rincón aquella pintura o canción. Sentir el dolor o la alegría, oler el desprecio o escuchar la esperanza que el artista plasma en su obra.

Justamente, en un churro de análisis estético al gran José José, es increíble que toda una nación se pueda identificar, pueda empatizar con sus canciones. Aquí podría hablar de dos experiencias de lo estético: el artista y su arte. Por un lado la calidad del artista.. Sin duda la voz del príncipe de la canción deja hechizado a cualquiera. No siempre la voz corresponde al éxito de la canción (del arte). Por ejemplo, Agustín Lara no tenía una voz privilegiada pero sus canciones eran sin lugar a dudas una obra maestra del romanticismo.

Una última consideración. Es interesante que varios mexicanos empaticen con sus canciones. Pareciera que realmente hay una auténtica catarsis con temas románticos, dolorosos y despechados. Pareciera una descripción de como ama el mexicano. Sin importar edad, clase social o situación el mexicano ama, no quiere. Sueña con ese amor inalcanzable para descubrir la frialdad de la almohada. Por sobretodo, se conoce en un nihilismo devastador donde descubre que hoy todo es soledad.