El amor en la familia para la creación del Estado en Hegel
Nunca podremos librarnos del amor, ni siquiera en la filosofía –esa que muchos la ven como metódica, apática las emociones y súper racionalista- el amor se nos ha regalo como un don de entrega y complementareidad. Desde los antiguos griegos se tenía esta concepción del amor por encima del deseo –aunque el deseo era el conductor del amor para llegar a la complementareidad con la otra persona.
Una de estas filosofías de las cuales ningún estudiante puede huir es la de Hegel. La concepción hegeliana de amor es muy interesante ya que la une con la legalicidad –hecho que deslumbra al hablar del amor en su Filosofía del Derecho- la ética y la filosofía política.
Para Hegel no hay mayor muestra de voluntad y libertad que la entrega al otro. Traspasar mi yo y la otreidad para fundirse en un nosotros. Todo esto es gracias a una unión más radical: el amor. Por primera vez el amor se escapa de la fantasía literaria para la tomar su lugar en la manifestación del Absoluta. En esta concepción muy humana pero a la vez divina, el amor de los hombres es la clave para dejarse guiar y así poder dar inicio a la conformación de la Familia.
La Familia para Hegel es la unión de voluntades y libertades, esta asombrosa hazaña no puede ser resultado que de una fuerza superior a la humana. Es el Espíritu que se manifiesta por y en el amor de modo que, la eticidad de la Familia, recae en la búsqueda de un fin más allá de dos individuos: manifestación del Absoluto en la conformación del Estado.
El individuo se comprende y comprende al otro por medio del amor. El amor es autoconocimiento por medio del otro, gracias a mi interés por el otro individuo es que abro los ojos a una revelación de mí. Digamos que para enamorar a otro necesito conocer mis altas y bajas. El amor trae consigo un compromiso mucho más grande que el simple hecho de unirme a otra persona, los hijos y cómo mantenerlos me aparecen como una condición para estar preparado para el amor. De esta manera me mido tanto material como espiritualmente saber si estoy listo para el amor o, por lo menos, para la conformación de la Familia.
Abrirse al amor es darse cuenta de la primera carencia. El individuo –quizá consciente de su soledad- se da cuenta de su incompleitud. Más aún, se da cuenta de una libertad inacabada, necesita de otro para subsistir y ser plenamente feliz, libre y autónomo. En el amor encuentra la donación de sí. Da el paso del yo al nosotros y sólo en este modo, el individuo encuentra libertad. Es libre en tanto ama y ama no por un resulto biológico o social, ama por una inercia quasi sagrada al Absoluto.
Bajo esta premisa es fácil concebir después la idea de Estado. Antes de llegar a esta explica Hegel que la Familia sufre una ruptura. Cuando los hijos abandonan la casa paterna para formar sus propias familias –por supuesto movidos por el amor- es que el Estado comienza a consolidarse (Un poco a la idea aristotélica de Polis). Lo interesante en Hegel es en qué medida el amor antecede al Estado y, si es el caso, el Estado es la consolidación del Amor. Por supuesto que esto no es así. El estado es la clara manifestación del Espíritu Absoluto sin embargo, el amor sienta las bases para el Absoluto.
La familia es en sí mismo un bien, y como todo bien trae consigo otra cantidad de bienes. Aquí son muy notorios: la procreación y la propiedad privada. Esto se llega a comprender en un paso más de autoconciencia del nosotros. El unir voluntades y libertades tiene un fin específico que debe de preservarse.
De este modo pasamos de un estadio afectivo a una legal. La Familia surge también como un contrato que, lejos de burocratizar el amor lo asegura y abraza en coraza para protegerlo aún más. En este contrato de unión tenemos una expresión más honesta del amor pues, se dice, se escribe y se firma; se manifiesta ante la comunidad y se une a través de una institución como lo es la Iglesia (cfr. Hegel, 1968, p. 160)
La institucionalización de la Familia en conjunto con el carácter legal de la misma fortalecen los lazos matrimoniales al darle un formalismo y pompa humana pero, sin dejar a un lado, una consolidación del Absoluto por medio del amor. En esto debemos hablar muy claramente, el amor no es sentimentalista ni –si cabe la palabra- cursi. Hegel expone un “amor jurídico ético” que, con lo dicho anteriormente queda explicado
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