Por: R.C.P.H. Es sabido que el hombre —refiriéndome al género masculino— mantiene una condición que por muchos es conocida y que ahora, en carne propia, puedo verificar. El hombres es naturalmente un idiota, sino que es un estúpido o en mexicano un pendejo —si por cuestiones de edición se me ha de censurar las palabras que he dicho, diré más amigablemente que el varón tiene una incapacidad espiritual por salir de sí mismo— claro está que no debemos entender esto como una cualidad propia de la ontología del ser varón — ¿o quizá sí?—. A lo largo de mis días, en muchos desvelos y mortificaciones siempre sobresale el rostro de mi incapacidad de amar, de pensar, de ignorar o recordar. En la sumatoria de mis debilidades y deficiencias, los errores que he cometido son por mucho una espina en mi alma que con cada pensamiento se hunde y hunde. Volvamos al varón y no a mis tristezas. En el Laberinto de la Soledad, Octavio Paz habla del hombre y del machismo como una sola cosa. El hombre, desde el punto del análisis de la mexicaneidad, es un ser que “no se raja” es decir, no se abre a los demás. El abrirse se debe de entender como un permitir que se me conozca mis emociones, sentimientos, sueños, miedos etc., en otras palabras, lo que yo me constituyo. De este modo para Paz el hombre es un ser cerrado, de pocas palabras en algunos casos y —me atrevo a añadir— de pocos sesos para las circunstancias que no puede controlar.En contraposición tenemos a las mujeres. El bello sexo como diría Kant, se caracteriza por abrirse ante los demás. Permite que las circunstancias entren a ella, se hagan con ella, sean ella y ella se expande en lo que le rodea. La mujer cumple el papel de acoger al hombre, de tenerlo dentro. De ahí una visión clásica de que la mujer es sentimental, emocional y comprensiva —lo cual se malforma y malentiende en que la mujer debe de soportar cuando en realidad la mujer sostiene, no soporta—.De este modo, la mujer se “raja”. Aquí Paz hace una referencia al sexo de la mujer —sus genitales para ser más específicos— los cuales se abren para el amor mientras que el hombre entra abruptamente pues él no conoce abertura física pero sí emocional. Y no, Octavio Paz no es como tu compañero pervertido de la prepa que dibujaba genitales en las libretas. Lo que quiere rescatar Paz, a través de esta reflexión, es que tanto la constitución espiritual como corporal de todos nosotros está íntimamente unida. Además, cabe recalcar las estadías que el escritor mexicano tuvo en la India, lugar donde su filosofía está un poco orientada a estos temas un tanto sexuales pero de gran valor reflexivo. Siguiendo con lo mío, he de decir que efectivamente el hombre pareciera ser impenetrable sin embargo, señoras y señores del jurado, hay ocasiones en las que el hombre “se abre” y eso, eso sucede en un momento único en la vida de cada uno. El varón deja de ser varón cuando se enamora, es entonces que pasa a ser enamorado. El hombre "se raja", deja una abertura en su ser para dejar entrar a la mujer. Aquello es algo maravillosamente trágico. Se altera la estructura del hombre y de pronto no sabe qué hacer, ni cómo actuar ni qué pensar. Querido amigo, espero comprendas mis palabras cuando digo que, cuando te gusta una chica, es lo más terrible pues estás confundido, mareado y desorientado. De no comprenderme, me alegro pues sabré que no todos sufren lo mismo que mis amigos y hasta yo mismo he sufrido. Ahora bien, el sufrimiento mayor de la abertura ocurre cuando una mujer sale a través de ella es decir, cuando nos abandona. Aquí trataré de responder a la pregunta más controversial ¿por qué los hombres no van tras las mujeres? El ejemplo más gráfico que puedo proponer es la película “juego de gemelas”. Muchos recordarán la escena del barco en donde los padres de las gemelas se encuentran de pronto en una cena romántica. La escena transcurre en un ambiente muy cálido y agradable pero, mientras hablan de cómo se fueron distanciando, ella lanza la oportunidad perfecta para que él se luzca, para que él comprenda la gravedad de sus actos y, quizá, para visualizar un futuro. “Y no fuiste tras de mí”—le recrimina la mamá—.Y, por supuesto, aquí sale a relucir el ingenio del hombre, en dónde demuestra que “no se raja” –y que no piensa —“No sabía que querías que lo hiciera”—, le responde. No diré más, no creo que valga la pena gastarme intentando saber cuál pude ser la mejor respuesta, el mejor gesto. Podría —porque lo he hecho— elaborar un reflexión en torno a cada palabra que ella pronuncia pero, al igual que pensar en lo que pudo ser, es una pérdida de tiempo. Me limitaré a decir que el hombre, al abrirse y resultar “lastimado”, la acción natural, su reflejo más primitivo y animalesco será el de huir, cerrarse. Alejarse lo más pronto posible de esa situación. Pues el ego y hombría han sido destruidas, humilladas. El hombre lastimado es peligroso pues tal cual como bestia herida, es capaz de atacar con tal de defender la poca vida que le queda. Obviamente esta es una actitud poco madura e irracional de los hombres. Por desgracia pareciera ser de las más comunes. Que la constitución del ser se rasgue ocasiona una fractura anímica de la persona misma. Per se, está lastimada y necesita tiempo para sanar. Ahora bien, he comenzado diciendo que el varón es estúpido. La defensa a esta afirmación que como secreto a voces está esparcida en todos nosotros, se debe en gran medida a la falta de sensibilidad o de apertura que el hombre ha tenido. Esto nos desencadena una serie de reflexiones demasiado actuales entre las cuales se puede encontrar la crítica a lo que se ha llamado “masculinidad tóxica”. De estos temas hay que hablar con cuidado pues se pueden prestar a muchas interpretaciones y, sin un criterio claro, no sabemos el valor de verdad de cada una de ellas. Por mientras terminaré este vil intento de columna diciendo, los hombres somos verdaderamente frágiles y más, ante algo que se llama amor.
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