Casi nunca sucede, pero cuando algunos largometrajes logran superar el cuello de botella de la exhibición cinematográfica, significa no sólo que más personas tendrán acceso a ver un buen material, sino que, por eso mismo, lo que ocurre en pantalla puede trascender hasta el punto de cambiar algo de nuestra realidad. Eso es, principalmente, lo que el género documental le ha dado a este país.

Para muestra concreta, basta con el hecho histórico que sucedió hace una semana: el Estado ofreció una disculpa pública por el caso de Jorge y Javier, dos estudiantes de excelencia cuya muerte fue responsabilidad del ejército y anunciada por el Gobierno, en 2010, como la de dos sicarios “armados hasta los dientes”.  Un logro al que, en gran medida, contribuyó el documental que reúne pruebas sobre la inocencia de los estudiantes.

Hasta los dientes, título de esta pieza y ópera prima de Alberto Arnaut, se estrenó apenas el año pasado y desde entonces empezó a recorrer todo el país en festivales, llegó a las salas de cine tradicionales, se proyectó en el Senado y, de boca en boca se le dio la difusión posible. Es así como luego de casi 10 años se volvió a cuestionar el desarrollo de la investigación, esta vez ya no sólo por los familiares y amigos de los estudiantes, sino también por muchos ciudadanos.

Un ejercicio que quizá ni siquiera hubiera sido posible sin la cinta de Alberto Arnaut, quien ni siquiera se dedicaba al cine, pero encontró en él una alternativa para reivindicar el nombre de los estudiantes a quienes era cercano; aprendió por necesidad el oficio, primero como un homenaje, pero después descubrió que podía hacerlo para limpiar los nombres.

Ésta no es la primera ni será la última ocasión en que a través del cine se pueda denunciar lo que ocurre, y como consecuencia de esto crear un cambio. No fue la primera vez porque con Presunto Culpable (2011) se logró cambiar la forma en que se realizaban los juicios penales para que actualmente sean públicos y transparentes, además de la presunción de inocencia, que permite tratar a todos los presuntos responsables de un delito como inocentes, hasta que un juez no dicte sentencia definitiva.

No será la última vez porque aún hay muchas más historias, como ejemplo Cuando cierro los ojos (2019) que documenta los casos de dos hablantes de leguas indígenas (mixteco y mazateco) que fueron encarcelados injustamente y no contaron con traductores ni juicios en su lengua.

Todavía hay camino por recorrer, pero creer en el documental como una herramienta de cambio nos permite entender que contribuye a la memoria colectiva para que no olvidemos, para que nosotros y los que vienen sepamos lo que ha pasado en nuestra historia, para hacernos escuchar y para conocer realidades lejanas y no tan distintas a la nuestra.