Parásitos

Alejandro Badillo

Corea del Sur, como pocos países en el mundo, es retratado como un caso de éxito económico. Cualquier búsqueda en internet arroja cientos de artículos que describen la transición de la pobreza a la abundancia gracias al libre mercado, la tecnología, la educación y el consumo. Incluso esta percepción se fortalece con fenómenos culturales como el K-Pop que ha trascendido las fronteras de Asia para conquistar mercados occidentales como el mexicano. Uno de los videos más vistos en la historia de YouTube, “Ganman Style” del rapero Psy, muestra el ideal de vida al que, supuestamente, pueden aspirar los habitantes de Corea del Sur: autos último modelo, ropa de marca, joyas, viajes, casas lujosas. Sin embargo, como se puede comprobar con una búsqueda más específica, la sociedad coreana –al menos un sector que es cada vez más numeroso– está pagando un alto costo para mantener ese “milagro económico”: desempleo juvenil, depresión, hacinamiento en las colonias populares y, sobre todo, una desigualdad que no deja de crecer. Los coreanos –según blogs o diarios como el Sungkyun Times– utilizan la “teoría de las cucharas” para ejemplificar la abismal diferencia entre las clases sociales y la poca movilidad que hay entre ellas. Alguien que nace con una “cuchara de oro” pertenece al 0.1% de la sociedad y tiene, además de un patrimonio millonario, una influencia enorme en el país. Alguien que nace en el sector identificado con lo demás metales (plata y bronce-cobre) tiene un patrimonio menor y es aún minoritario comparado con el grueso de la población (11% aproximadamente). El resto de la población tiene, según esta clasificación, “cuchara de tierra”, y su ingreso es cada vez menor sin que la educación sea un factor que marque, necesariamente, una diferencia. La movilidad social parece un sueño cada vez más inalcanzable.

Parasite, película estrenada recientemente y galardonada con la Palma de Oro en Cannes, muestra de manera brillante los mundos separados que está creando el capitalismo moderno. El director, Boon Joon-Ho, crea una metáfora inquietante de la sociedad sudcoreana sin caer en el maniqueísmo o el panfleto. La historia nos muestra el viaje que emprende la familia del señor Ki-taek, conformada por su mujer y sus dos hijos, del barrio miserable en el que viven a la lujosa mansión que habita la familia Park. A través del hijo de Ki-taek, Ki-woo, quien consigue ser contratado como maestro particular de inglés de la hija mayor de los Park, logran infiltrarse a la mansión despojando a los antiguos sirvientes de sus trabajos y convirtiéndose en los nuevos empleados de la familia.

La trama de Parasite, a grandes rasgos, parece la de cualquier comedia de enredos, sin embargo, el director lleva muchos de sus elementos al límite y entrega un retrato perturbador que se aleja, por mucho, del humor superficial al que nos tiene acostumbrados. El inicio tiene una gran veta tragicómica: la familia se amontona en su diminuta vivienda para encontrar una señal de internet gratis; después mantiene abiertas las ventanas para aprovechar la fumigación que hacen en el exterior y así acabar con los bichos de su hogar. Más tarde el hijo mayor comienza la invasión en la casa de los Park y el relato comienza a torcerse: por un lado, el espectador empatiza con aquellos desheredados que, haciendo gala de una gran inteligencia para manipular a sus patrones, consiguen ganar dinero y, al mismo tiempo, probar los lujos que ofrece la casa de sus anfitriones. Sin embargo, conforme la historia avanza, la hilaridad provocada por algunos pasajes –potenciada por la gran banda sonora del compositor Jeong Jae-il– adquiere tintes macabros cuando los Taek, convertidos en trabajadores ejemplares y confidentes de los Park, descubren que hay otro huésped en la casa: el esposo de la antigua ama de llaves que fue despedida gracias a las artimañas de los nuevos ocupantes. Entonces se desarrolla una batalla a muerte entre las dos familias mientras sus patrones están en un viaje de placer.

Hay muchas lecturas que propone Parasite que van más allá de las incidencias y peripecias que vemos en pantalla. En primer lugar, el concepto de “parásito” que es mostrado como una metáfora que está presente todo el tiempo: los Taek representan aquellos insectos indeseables que pululan en las grandes ciudades y que buscan cualquier resquicio para obtener comida y poder sobrevivir. Un parásito o una plaga –pensemos en las cucarachas, por ejemplo– han acompañado al hombre a lo largo de la historia y prosperado gracias nuestro estilo de vida. Se alimentan de nuestros desechos y evolucionan para derrotar insecticidas y trampas. En el caso de Parasite, la familia Taek es un desecho del sistema económico que crea, como uno de sus principales efectos, una desigualdad rampante. En el caso de la sociedad sudcoreana, los “desechos” que genera son estudiantes competentes –como los hijos de la familia Taek– que quedan al margen de la universidad, víctimas de la competencia voraz y condenadas a vivir como repartidores de pizzas, empleados de bajo nivel, obreros prescindibles cuando se enferman o hay un recorte en la empresa. Ante la falta de un futuro sólo pueden soñar o, como sucede en la película, ingeniárselas para sobrevivir y aprovechar, gracias a su inteligencia, los escasos resquicios que deja el sistema. A veces, como podemos ver en Parasite, tienen que escalar sobre otros desheredados que son menos ingeniosos. Por esta razón una de las escenas mejor explotadas por Boon Joon-Ho es cuando ambas familias luchan cuerpo a cuerpo, en medio del lujo de la mansión de los Park, para tener el control de un teléfono celular. Los antiguos sirvientes quieren mandar a sus patrones una foto comprometedora de sus enemigos y los Taek quieren eliminar la imagen para mantener sus sueños intactos. La secuencia congela la sonrisa inicial porque vemos a los bichos humanos luchar por la única oportunidad que tienen en su contexto: servir al más poderoso, habitar la mansión cuando los Park no están para probar, aunque sea a cuentagotas, la prosperidad que se les ha negado a pesar de sus esfuerzos. Sólo uno puede triunfar y conservar su puesto en la cadena.

Hay otra lectura estremecedora en Parasite: no hay buenos y malos, sólo gente respondiendo a un sistema que los separa y los coloca en un nuevo orden feudal que nadie cuestiona. Los desheredados y los prósperos son caracterizados con una gran ambigüedad. Los Taek generan empatía porque nos identificamos con su deseo de sobrevivencia y la capacidad que tienen para engañar a sus patrones. Sin embargo, aparece un fuerte contraste cuando observamos cómo son capaces de todo para eliminar a los obstáculos en su camino. El deseo por encajar en la sociedad de ensueño que tienen ante sus ojos los puede llevar al fraude o al crimen. Los Park, quizás, son un caso más interesante. El director no los caracteriza como los villanos clásicos de la historia. Los anfitriones de los parásitos humanos son personas simples, acaso bonachonas, que nunca trascienden los límites de su realidad. Viven sus días concentrados en su próximo viaje de vacaciones o reunión. Apenas se preguntan por las vidas de sus empleados y, por esta razón, caen fácilmente en sus engaños. Embelesados en su mundo de comodidad, no tienen mayor conflicto emotivo cuando despiden a su ama de llaves. La veta inquietante que aparece en ellos, de vez en cuando, sobre todo en el padre de familia, es cuando detectan el olor de los Taek. El olor es una marca indeleble en los invasores y les recuerda su origen; casi los delata cuando se esconden bajo los muebles mientras los Park recorren las habitaciones después de regresar anticipadamente de una excursión al campo. Boon Joon-Ho completa la metáfora del parásito con los Taek aprovechando cualquier espacio para no ser descubiertos, al igual que una cucaracha busca refugio para no ser exterminada. Ese olor que los delata –el olor de la miseria– será uno de los detonantes finales de la película.

Parasite es una película que no ofrece salidas a pesar del guiño final que parece alentador. Es un diagnóstico pesimista de la sociedad global de nuestros días. El hijo de los Taek se aferra al sueño de pertenecer al mundo de los ricos. Contrario a la resignación de su padre, está dispuesto a defender su oportunidad hasta las últimas consecuencias. El crítico Samuel Lagunas menciona en su reseña que la película clausura cualquier posibilidad de cambiar el orden existente. En efecto, Parasite es sólo un espejo de la realidad y eso, a mi parecer, no es un defecto del guion ni de la concepción de la obra. El director funda su propuesta en unir los dos mundos –el de los marginados y el de la élite poderosa– con elementos que pasamos por alto en nuestra cotidianidad y que pocas veces se cuestionan: la desigualdad social que lleva al límite a muchas familias en un país que presume su prosperidad; el mundo aséptico, casi de aparador, en el que viven los escasos beneficiarios del capitalismo de nuestra época. Uno de los momentos importantes de la película es el mal clima que obliga a los Park a regresar a su casa antes de tiempo. Para ellos es un simple desajuste en su calendario que se arregla con una cena caliente preparada por la señora Taek. Para sus sirvientes es una tragedia: el agua de lluvia que baja de la zona alta de la ciudad se convierte en un río furioso que inunda las viviendas en las que se amontonan los exiliados de la prosperidad. El sonido relajante de la lluvia en el jardín de los Park muestra su otra cara cuando el agua acumulada comienza a arrastrar inmundicias y colapsar una parte de la ciudad que ellos no conocen y que, probablemente, nunca conocerán. Cuando vemos a los Taek luchando por salvar sus escasas pertenencias y comprendemos, un poco, el contexto social que muestra Parasite, podemos mirar la historia desde la perspectiva opuesta y preguntarnos si, en realidad, los parásitos no son los Taek sino la élite que observa, despreocupada, en sus residencias lujosas, la lluvia. Ellos son los que dependen de esa gente invisible, que lucha para no ahogarse, porque parasitan sus salarios, sus ambiciones, sus seguros médicos, sus pensiones. Esta última lectura es una de las más lúgubre de la película.

DIRECTORIO

Publicación a cargo de la Lic. Yolanda Jaimes Vidal, Coordinadora de Comunicación Interna
Grecia Juárez Ojeda, Directora
Cristhian Adal García Hernández, Subdirector, Jefe de Información
Jesús Del Pozo Sotomayor, Jefe de Fotografía
Eric Contreras Santos, Jefe de Fotografía Deportiva
Arlette Sánchez Santos, Editora

Reporteros
Dafne Ixchel Agüero Medina, Jefa de Sección/Cultura
Gibsy Sagrario Gonzalez Garcia, Reportera de Proyectos de Impacto Social

Opinión
Grecia Juárez Ojeda, Colaboradora
Carolina Méndez, Colaborador
Itzel Reyes Camargo, Colaboradora
Roberto Carlos Pérez Hernández, Colaborador
Cristhian Adal García Hernández, Colaborador
Jesús Del Pozo Sotomayor, Colaborador
Rocio García González, Colaboradora
Diego Efrén Torres Fernández, Colaborador

Diseño y Edición Gráfica
Ma. Fernanda Bretón Vega, Coordinadora
Mayra Renne Beltrán Garay, Jefa de Diseño
Amanda Jimenez Cardenas, Jefa de Diseño
Maria Teresa de Jesus Guendulain, Jefa de Diseño
Azalea Hernandez Morales, Diseñador
Azalea Hernandez Morales, Maria Jose Guitierrez Arcega, Miguel Lopez Rosete, Aldo Arturo Gonzalez Ávalos, Rose Mary Susana Figaredo Ilustradores

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