Algo de algoritmos en el trabajo
15/03/2023
Autor: Cynthia María Montaudon Tomas
Cargo: Directora del Observatorio de Competitividad y Nuevas Formas de Trabajo de la UPAEP

“Hoy hay más supervisión y control que durante la época del Taylorismo…”

Todos hemos escuchado algo o mucho de algoritmos, sin saber a ciencia cierta qué son o cómo funcionan. En su forma más simple, son como una serie de instrucciones para seguir una receta, pero en lugar de estar escritos en la hoja de una libreta, están insertados en un código de computación, y se usan para mucho más que hornear un pastel.

Y están ahí, dentro de las máquinas, silenciosos y aparentemente inmóviles, pero funcionando a toda velocidad, tomando decisiones.

Se temía que terminaran reemplazando a los empleados, pero para sorpresa de muchos, se convirtieron en sus jefes y supervisores, decidiendo a quién contratar, en qué posición colocarlos, cuánto pagarles, e incluso, cuándo despedirlos.

Algunas aplicaciones intrusivas se dedican a la supervisión contínua del trabajador. Verifican qué hacen, cómo lo hacen, cuánto tiempo les toma una tarea, y si desperdician el tiempo en actividades que poco tienen que ver con la descripción de sus funciones. Evalúan cómo es la comunicación con los compañeros y jefes, el tipo de palabras que se utilizan; miden los movimientos y el estado psicológico de los empleados, y también revisan los correos electrónicos analizando sentimientos y emociones.

Diseñados para ser liberadores, se han convertido en una condición de explotación. Es el propio trabajador quien genera la información con la cual se construye su prisión. Hay más supervisión y control que durante la época del Taylorismo. Pasamos de una mayor autonomía a una nueva forma de burocracia en la que los empleados son continuamente registrados, fotografiados, monitoreados, metrificados, clasificados, y comparados.

Los algoritmos pueden ser herramientas excepcionales para algunas tareas, pero son malos jefes: emiten dictámenes sobre la plantilla laboral con frialdad absoluta y carencia de empatía. Están regidos por sus propias reglas y no dan explicaciones; deshumanizan el trabajo erosionando la lealtad mientras buscan la eficiencia generando desapego y falta de compromiso.

Los empleados están sufriendo por tener que subordinarse a programas que no entienden de circunstancias personales y que perdonan poco, y que generan incertidumbre y una sensación de inseguridad. Finalmente, cuando algo sale mal no hay quien responda porque los algoritmos no pueden ser moralmente responsables de las decisiones que toman.