La relación de la riqueza con el daño ambiental
01/06/2023
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

La cuestión de la desigualdad social, en la medida en que sigue siendo un tema esencial en la sociología, se ha centrado principalmente en el tema de la pobreza. Pero ¿qué pasa con la riqueza? Para una comprensión integral de la desigualdad social, todos los aspectos de la distribución del dinero y de las oportunidades de vida son importantes. Hoy hablaremos de algunos puntos importantes relacionados con la forma de vida de la población más rica y de su relación con los problemas ambientales a los que nos enfrentamos en el planeta entero.

Las teorías más influyentes en torno a la ética social han considerado a la riqueza, desde los tiempos del Antiguo Testamento, como algo fundamentalmente positivo y necesario. Sin embargo, hay que reconocer el riesgo social tan grande que trae consigo una fuerte concentración de la riqueza y del poder económico, lo que puede llevarnos a una polarización entre pobreza y riqueza. De ahí que muchos pensadores postulen un uso responsable de la riqueza en aras de la consecución del bien común.

En la percepción popular, los millonarios son simplemente personas ricas. La palabra "millonario", por cierto, apareció por primera vez en 1843, en un periódico estadounidense para describir una gran fortuna. En esa época vivían solamente 39 millonarios en la ciudad de Nueva York y en el estado de Massachusetts. En la actualidad, son literalmente cientos de miles de personas quienes poseen una fortuna de un millón de dólares. Por eso es que el "millonario" ya perdió ese estatus de marcada exclusividad que lo distinguía en un principio. Sin embargo, el término todavía incluye una cierta fascinación, sobre todo cuando el millón se mide en monedas consideradas como “fuertes”, como el euro, el franco suizo, la libra esterlina o el dólar. El único problema es que “el millón” ya no es el único criterio para medir hoy en día a los millonarios. Pero como este no es el tema central del texto, dejemos fuera las consideraciones acerca de los millones acumulados. 

Las palabras españolas “rico” y “riqueza” no provienen del latín (dives), sino del gótico “reiks”, que significa “poderoso”. De ahí reich en alemán, rich en inglés o rik en sueco. El camino hacia el español comenzó con los visigodos, que ocuparon la península ibérica de los siglos VI al VIII. La riqueza denota la abundancia de valores materiales o inmateriales. Sin embargo, no existe una definición de aplicación general, ya que la idea de riqueza depende de valores culturalmente conformados, subjetivos y, a veces, altamente emocionales o normativos. En los países industrializados modernos, la riqueza a menudo solo se relaciona cuantitativamente con la prosperidad y el nivel de vida, aunque en realidad no se puede reducir a bienes materiales.

Los sociólogos lo saben: el impacto que las personas causan al medio ambiente generalmente es directamente proporcional a sus ingresos económicos, pues estos se reflejan en hábitos de vida y de consumo muy peculiares. Dicho de otra forma: las personas con mayores ingresos suelen provocar más daños ambientales que las personas más pobres. Esto tiene cierta lógica, pues mientras más dinero tenemos, más tendemos a consumir, puesto que queremos y podemos consumir y comprar más.

Esta relación entre riqueza e impacto ambiental se ve claramente si analizamos algunas cifras: un habitante de Europa del norte (Alemania o Dinamarca, por ejemplo) emite en promedio unas 11 toneladas de bióxido de carbono a la atmósfera anualmente, lo que representa casi el doble del promedio mundial. El 10% de personas más ricas emiten en promedio 34 toneladas por cabeza, pero el campeonato se lo lleva el 1% más rico: emite 117 toneladas por persona.

Esto debe dejarnos claro un aspecto muy importante de las políticas ambientales: el problema tan complejo y difícil del deterioro ambiental (que se refleja, entre otras cosas, en el cambio climático) no puede resolverse con acciones individuales, ni con las fuerzas del mercado, ni con medidas comunitarias y solidarias. Sí, es esencial ser conscientes de que tenemos que cambiar nuestros hábitos de consumo y de conducta frente al medio ambiente, pero también debemos reconocer que los problemas ambientales son de una naturaleza tan compleja que solamente la política, la buena política, puede encausar los esfuerzos para tener éxito, máxime que esos problemas no reconocen fronteras ni entre países ni entre personas y grupos humanos.

El pensar que sólo con nuestras acciones individuales podemos lograr revertir el cambio climático y la destrucción de ecosistemas no sólo es inocente, sino que nos distrae de las soluciones de fondo, que más tienen que ver con soluciones de mayor envergadura, de cambios estructurales en la economía y en la política. En efecto: esos problemas que no pueden resolver ni las fuerzas del mercado, ni la acción individual, ni los esfuerzos de pequeños grupos, sólo pueden ser resueltos por la política, cuya tarea es, por lo tanto, la de crear las condiciones adecuadas para que esos cambios ocurran, para posibilitar la acción de la sociedad, para despertar la consciencia en las personas de nuestra corresponsabilidad en los temas ambientales. La aprobación y aplicación de leyes adecuadas en la materia, la facultad de prohibir ciertos vuelos comerciales en distancias muy cortas (como ya se está proponiendo en Francia), la adopción de impuestos especiales para ciertos combustibles, la creación de mecanismos de comunicación efectiva para explicar diversos aspectos relacionados con los problemas ambientales, el fomento de las investigaciones para emplear energías menos dañinas, el control estricto de las emisiones por parte de la industria y de los automóviles, etc., son aspectos que están en manos de la política, de las instituciones públicas y de los dirigentes políticos.

No obstante, sí es cierto que cada persona en particular puede hacer algo para contribuir a combatir los problemas ambientales. Las personas con más recursos económicos, si bien por un lado causan más daños ambientales que las personas con menos recursos, también son quienes más podrían hacer para colaborar en la solución de las dificultades que el mundo enfrenta debido al deterioro ambiental.

Esto lo corrobora un estudio realizado en la Universidad de Cambridge, bajo la dirección de Kristian Steensen Nielsen: las personas con un elevado status socioeconómico causan, por un lado, más daños al medio ambiente, pero, por otro lado, con su dinero, poder y relaciones podrían apoyar, de manera mucho más exitosa que lo que puede lograr el resto de los mortales, diversas acciones para proteger al ambiente, a la naturaleza y, por ende, a muchísimas personas.  

Según el estudio arriba citado, se considera como personas con elevado status socioeconómico, a nivel mundial, a quienes pueden mostrar un ingreso anual de más de 30 000 dólares. Como un ingreso alto va aparejado a un nivel de influencia y poder igualmente alto, el estudio se concentra en las personas de mayores ingresos: en los millonarios; también considera a otras personas igualmente poderosas desde la perspectiva socioeconómica, como las personas con mucha influencia en los medios de comunicación o en la opinión pública, tales como “influencers”, políticos, otras personas prominentes, etc.

Todos estos tipos de personas pueden ejercer una influencia notable para proteger a la naturaleza o para combatir el cambio climático, por ejemplo. No podemos olvidar que estas personas ejercen un impacto muy considerable en el medio ambiente particularmente debido a sus hábitos de consumo. Según los participantes en el estudio de Cambridge, las personas con fortunas mayores a 50 millones de dólares son especialmente nocivas para la naturaleza porque emplean aviones privados, poseen más automóviles, tienen más casas y mansiones y consumen más alimentos y ropa que el promedio.

Si estas personas cambiasen ciertos hábitos de conducta y de consumo, podrían ejercer una influencia considerable en las condiciones ambientales y climáticas del planeta. Esto se lograría, por ejemplo, si invirtieran su fortuna en industrias y tecnologías amigables con el medio ambiente, o si invirtieran en fondos para promover empresas que generen menos emisiones de gases con efecto invernadero. También pueden apoyar a candidatos políticos que tengan un discurso ambientalista o fomentar el trabajo de científicos e instituciones que promuevan la protección del clima y de la naturaleza. Las personas que gozan de amplia popularidad en las redes sociales también pueden lograr muchas cosas, aunque no sean millonarios, como mostrar hábitos de alimentación saludables. Esto ayudaría a que, empezando con sus seguidores, muchas otras personas buscasen imitarlos. Muchos jefes y dueños de empresas, en lugar de volar en aviones privados a una reunión presencial, podría simplemente organizar reuniones vía remota, lo cual influiría positivamente en su ambiente inmediato. Hay también muchas actividades administrativas que bien pudiesen desarrollarse desde la casa de los empleados, por lo menos algunos días a la semana, lo cual sería igualmente muy positivo para el ambiente, puesto que habría menos automóviles en camino, menos emisiones de CO₂, menos cajones de estacionamiento ocupados, menos pérdida de tiempo para los traslados, menos gasto de gasolina, etc. El resultado sería un cambio paulatino de muchas normas sociales.

Sin embargo, las ciencias de la conducta nos muestran que no se requiere ser rico o millonario para ejercer influencia en otras personas: las investigaciones hacen constar que nuestros cambios de conducta pueden motivar a otros en nuestro entorno cercano, a veces de manera inconsciente, a cambiar también la suya. Así que todos, con pocas o muchas facultades y facilidades, podemos hacer algo. Ciertamente, los ricos pueden hacer más, aunque no salvarán al medio ambiente ellos solos; si bien pueden ejercer una influencia de mucho peso, la responsable principal para encauzar los esfuerzos en pro del planeta es y seguirá siendo la política.