Sobre la construcción de la ciudadanía frente a la crisis política actual: entre el miedo y la esperanza
25/02/2025
Autor: Dra. Cintia C. Robles Luján
Cargo: Profesora Facultad de Filosofía

La ****importancia ****de hablar hoy sobre ciudadanía, de generar y construir espacios de diálogo como encuentro del bien común, nos lleva asumir uno de los retos sociales más desafiantes y menesterosos a los que nos enfrentamos en materia de democracias liberales, a saber, la preeminencia de asumirnos y estar al tanto de que antes de cualquier práctica laboral o profesional, somos ciudadanos con derechos fundamentales  y deberes cívicos, que en la ecuación deseable daría como resultado una sociedad donde un conjunto de individuos ejerzan su capacidad de libertad para la cooperación del bienestar público y no en favor de unos cuantos, como se ha dejado de relieve en casos donde no hay impartición transparente de justicia, el resurgimiento de los peligrosos nacionalismos, la ausencia de la solidaridad, guerras comerciales, entre otros.

A caso, como advierte Victoria Camps nuestra democracia es, en muchos aspectos, una democracia sin ciudadanos, que se vive diariamente en la ausencia de acciones o actitudes cívicas, de indiferencia y apatía política y que, en consecuencia, observamos escenarios donde hay una baja participación en los asuntos que no sólo nos corresponden, sino que nos convocan a todos, mostrando un déficit significativo en la conciencia y educación cívica ciudadana actual. En este contexto vale la pena replantearse con toda la seriedad y responsabilidad sobre la función real del ciudadano como uno de los necesarios y urgentes temas de nuestro tiempo y realidad social.

Partimos de una verdad históricamente dada y constitucionalmente otorgada, existen condiciones propias del ser ciudadano sujetas como se expresa en el artículo 35 de la Constitución en relación a los derechos de la ciudadanía, entre las cuales se encuentran: “votar en las elecciones populares y consultas populares sobre temas nacionales y regionales”, a través de votaciones libres, secretas y directas. Este artículo es coincidente con algunas de las obligaciones del ciudadano señaladas en el artículo 36 “Votar en las elecciones, las consultas populares y los procesos de revocación de mandato, en los términos que señale la ley”. Veamos como se interpreta lo anterior en las pasadas elecciones del 2024 con 20, 708 cargos al elegir, incluyendo una presidencia y con más de cien millones de votantes de acuerdo al Padrón Electoral, de los cuales 26, 499, 904 eran jóvenes, se registró de acuerdo con los datos proporcionados por el INE, que los niveles más bajos de participación se registraban en rangos de edad de 19 a 29 años, por poner un ejemplo.

Y es aquí cuando surge una de nuestras tantas preocupaciones. Lo que nos lleva a pensar que el concepto de ciudadanía no se limita únicamente a su sentido formal y jurídico; la ciudadanía tendría que identificarse también con una sensibilidad vital, menos formal pero requerido. Coincidimos con Ortega y Gasset al definir que, la sensibilidad vital es decisiva en la historia y se presentan bajo la forma de generación, un cuerpo social íntegro que sigue una trayectoria histórica y vital concreta, la que seguimos todos en los distintos órdenes de nuestra vida familiar, social, estudiantil, laboral, etc., a partir de las cuales generamos respuestas ante sucesos que nos conciernen y que es preciso de algún u otro modo responder, esta capacidad de respuesta (toma de decisión) que forma parte de la solución de problemas, es la necesaria en nuestro rol y función ciudadana en el ejercicio de nuestras libertades y posibilidades, decidir qué carrera estudiar, qué película ver con los amigos, qué opción de comida es la idónea para un festejo familiar, es tan importante como participar de los asuntos públicos en materia electoral, de salud, de seguridad y medio ambiental, entre otras.

No hablaremos aquí de las causas del “déficit de ciudadanía”, sino de exponerlo como realidad social y de paso, generar algún tipo de llamado a la reflexión que nos ayude a reencontrarnos con ese modelo de persona que participe y se comprometa realmente con los valores democráticos, al ser una de las características de vivir en sociedad en la que compartimos “intereses comunes y también estamos al servicio de ellos”.

Recordemos el mensaje del Papa Francisco “Es esencial educar para una ciudadanía participativa”, la educación es la base para formar virtuosamente una futura ciudadanía activa y participativa que se involucre y comprometa con los intereses públicos, común denominador de vivir en sociedad. Sabemos bien que parte de la “desafección ciudadana” responde, entre otros aspectos, a la falta de confianza en la política, a los actos de corrupción y de violencia, que nos han llevado cada vez hacia la desconfianza y al miedo, hacia al distanciamiento entre los haberes particulares y el bien común, entre individuo y sociedad. Y frente a esta realidad, resuenan las palabras de Paul Celan: “Mientras aún le quede luz a la estrella nada estará perdido. Nada”; pues extraordinariamente la esperanza puede surgir de la desilusión más honda, así “cuanto más profunda sea la desesperación, más fuerte será la esperanza”, nos dice Byung-Chul Han en El espíritu de la esperanza.

Pensar y tener esperanza nos permite reconocer la proyección de un futuro como “un campo abierto a las posibilidades…la esperanza supone un movimiento de búsqueda. Es un intento de encontrar asidero y rumbo”. Avancemos y trabajemos en el espíritu de la esperanza, volvamos hacia nuestra naturaleza de ser social y a la actitud necesaria que nos oriente hacia el respeto de nuestras libertades y capacidades en la toma de decisiones, hacia la participación activa y a la solidaridad en el tejido social, horizontes desde los cuales es posible reconocernos a nosotros mismos como personas y ciudadanía.

Referencias:

Victoria Camps, Democracia sin ciudadanos, Trotta, Madrid, 2010.

Byung-Chul Han, El espíritu de la esperanza, Herder, España, 2024.