Carthago delenda est
25/02/2025
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Vicerrector de Investigación

Hace algunos meses, el Mtro. Alejandro Pellico nos recordaba esta famosa frase de Catón el Viejo: “Cartago debe ser destruida” (Carthago delenda est). Según la tradición, Catón terminaba cada discurso en el senado con esta célebre frase. A tiempo y a destiempo, viniera o no al caso, él machaconamente insistía en esta idea.

El contexto de la frase de Catón fue el siguiente: corría el tiempo de las guerras púnicas, y luego de algunas humillaciones por parte de los cartagineses a los romanos, Escipión Africano, en una celebérrima estrategia militar contra Aníbal, concluyó la segunda guerra púnica con un aplastante triunfo de Roma contra Cartago en el 201 a.C. Luego de un tratado de rendición y de paz, Cartago paulatinamente fue creciendo y, en el transcurso de cincuenta años, aumentó considerablemente su riqueza y poderío al grado de volver a ser una amenaza para el imperio. En esos años (150 a.C. – 147 a.C.) es donde se debatía en el Senado si era oportuno o no librar una batalla preventiva, pues Cartago estaba aprovechando los tratados de paz para preparar con calma la venganza. Catón advertía del peligro inminente (Carthago delenda est); Córculo pensaba lo contrario, que debía ser salvada (Carthago servanda est) y así evitar una tercera guerra púnica. Hete aquí que, Cartago mismo fue quien traicionó los tratados de paz al atacar al rey de Numidia. Los presagios de Catón se habían vuelto realidad y el ejército romano, encabezado ahora por Escipión Emiliano (nieto del gran Escipión Africano), redujo a escombro la gran Cartago, acabó con ese pueblo y vendió como esclavos a los sobrevivientes.

¿A quién se debió el triunfo sobre Cartago? Nadie duda que tanto a Escipión Africano como a Emiliano. Todas las palmas han ido a ellos. Pero yo tengo para mis adentros que hay más mérito en Catón del que la historia le ha reconocido. Ahora sí, regreso a la junta que tuvimos con el Mtro. Pellico.

Las cosas se consiguen con bravura y osadía de acciones, pero también por la persistencia e insistencia de las ideas. Las acciones son visibles, audibles, célebres. Las ideas son imperceptibles y pasan desapercibidas, por eso en ocasiones son desdeñadas. Pero acción e idea hacen la mancuerna del cambio y la transformación. Las acciones sin ideas son ciegas e imprudentes; las ideas sin acciones son estériles e ineficaces. Total, que en la vida se necesitan catones y escipiones.

Avanzo con dos características de la frase de Catón: la razonabilidad y la persistencia.

Las ideas deben ser razonables y convincentes. Eso es lo primero. Nadie enamora con disparates. Nadie persuade con estupideces. El cristianismo mismo se presentó, ante el mundo pagano, como una propuesta razonable de vida con sentido, de fe madura, de esperanza sensata. San Pedro escribe algo importantísimo en una de sus cartas: “...estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza” (1 Pe 3,15). Leamos la Visión 2033 de la UPAEP a la luz de ese consejo petrino: “Somos una comunidad que inspira y motiva la vivencia del humanismo cristiano en México y el mundo, haciendo posible, atractiva y pertinente la vinculación de la fe y la razón.”

Lo segundo es la persistencia. Catón acababa sus discursos así: “Carthago delenda est”. Poco a poco, la persistencia de la gota de agua terminó horadando la piedra. La advertencia penetró en el Senado. Mientras Roma se adormecía por la gloriosa victoria de Escipión Africano contra los invencibles elefantes cartagineses, hubo un hombre que se mantuvo alerta y despierto, cuya voz ayudó a despertar a todos. San Pablo mismo llegó a afirmar que habría que predicar e insistir “a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4,2). Sin la perseverancia grandes empresas no hubieran visto la luz. La forja del carácter y la fragua de convicciones precisan persistencia.

Nadie dice que haya que memorizar como pericos las visiones y los objetivos, los valores y los idearios. Como si la mera repetición produjera un efecto mágico en el cumplimiento de los objetivos. Alejandro Pellico no nos invitaba a repetir mantras. Nos invitaba, como Catón el Viejo, a pensar hondamente en algo, a rumiarlo, a compartirlo, a aprehenderlo (con “h”) -o a llevarlo al corazón, como se dice en inglés*: to learn it by heart*-, a interiorizarlo al grado de volverlo convicción. Porque después aquello que está en el alma será lo que movilice a los líderes transformadores a heroicas acciones.