Tiempo de esperanza
06/03/2025
Autor: Dr. Rubén Sánchez Muñoz
Cargo: Profesor Facultad de Filosofía

¿Qué está pasando en el mundo? En los últimos días, durante mis reflexiones —sobre todo en el marco de los seminarios que imparto con los estudiantes—, ha surgido cierta preocupación por lo que parece apuntar a una situación caótica. Esta situación ya está presente, pero me pregunto qué más podría ocurrir y hacia dónde nos podría conducir. Ciertamente, hay muchas cosas que podríamos clasificar como malas sucediendo alrededor del mundo. Malas son aquellas que nos hacen daño, que nos causan dolor, sufrimiento o incluso muerte, tanto a nosotros como a los demás. Por obvio que parezca, no podemos ignorar que nuestro modo de ser como realidades personales, sin dejar de ser individual, único e irrepetible, es también esencialmente social. Nuestro modo de ser se desarrolla en el plano de la intersubjetividad. Quizás, para ser más precisos, podríamos llamarle también interpersonalidad: vivimos y somos entre personas. De tal manera que lo que ocurre en el mundo, tanto desde el punto de vista político como económico (ya sea porque la política tiene consecuencias en la economía o por otras razones), está afectando negativamente a muchos de nuestros prójimos.

No quisiera parecer alarmista, pero me parece importante alzar la voz y no permanecer callado ante situaciones que se deben denunciar.

La persecución actual contra los inmigrantes en Estados Unidos, ciertas formas de intimidación que subyacen al aumento de aranceles, y la alarmante modificación de conceptos que equipara el narcotráfico con el terrorismo, no solo está promoviendo el odio —permitiendo que se extienda como una lepra—, sino que está generando angustia, sufrimiento y desesperación. En las imágenes que circulan por redes sociales y en los noticieros que se transmiten diariamente a través de distintos medios, vemos el rostro de miles de personas siendo deportadas. Lo que hasta hace poco se conocía como "sueño americano" parece transformarse cada vez más en una terrible pesadilla. Entre las muchas tragedias recientes, una niña se suicidó porque sus compañeros de escuela la amenazaban con denunciar a su madre por ser migrante. ¡Hasta los niños reproducen estas amenazas y "torturan" a sus semejantes!

En el campo de la política internacional parece desarrollarse actualmente una partida de ajedrez donde cada país hace sus movimientos y espera, sigilosamente, los de los demás. Lo que ocurre es que en la política, como en la vida individual, cada movimiento tiene implicaciones y consecuencias que afectan las vidas personales de otros. Todos intentamos mantenernos a flote y hacemos lo posible para no hundirnos, pero no todos enfrentamos las mismas circunstancias. En un mismo espacio social se viven realidades múltiples. Esto ocurre porque la individualidad personal hace posible una constitución del mundo también personal, donde las circunstancias de cada uno son igualmente individuales. Un mismo entorno social puede tener diversos significados según los individuos que lo compartan. Precisamente por esto, en el entorno social se constituyen franjas donde la vida humana parece más difícil de llevar. A veces pensamos que nuestras acciones determinan nuestro éxito o fracaso en el mundo. Es cierto que estas son importantes, pues introducen algo nuevo que podría cambiar el curso de los acontecimientos. Actuar es fundamental. Sin embargo, no toda nuestra vida depende de nuestras acciones, porque más allá de lo que podamos hacer existe una realidad social que incluye nuestras relaciones personales íntimas, pero también abarca la política, la economía y múltiples fenómenos sociales como la pobreza, la migración, la delincuencia, y otros de valor positivo como la moralidad, la vida religiosa y el sentido de comunidad. Esta realidad social se nos impone con toda su fuerza —a veces con brutalidad—, porque su naturaleza es, en muchos casos, azarosa y fatalista. La circunstancia, como decía Ortega y Gasset, tiene algo de fatalidad, una fatalidad que alcanza nuestro ser y nuestro hacer en el mundo.

Considero que un ingrediente fundamental de nuestra vida en este tiempo de crisis debe ser la esperanza. Es necesario recuperarla para quienes la han perdido y mantenerla en quienes ya la tienen. Pero tener esperanza requiere confiar, elevar la mirada y ver más allá. No significa cruzarnos de brazos. Debemos hacer lo que esté a nuestro alcance —nadar, bracear, aferrarnos a una tabla o buscar un salvavidas— para mantenernos a flote y no hundirnos en la indiferencia, la desesperación y la tristeza. La esperanza tiene también un sentido más elevado, viene desde arriba; algo de ella depende de mí porque puedo pedirla y desearla desde mi interior. Pero posee también, y sobre todo, un sentido providencial. La esperanza nos enseña que no estamos solos, que podemos encontrar consuelo y alivio en otras personas (y ellas en nosotros), pero fundamentalmente que hay un ser todopoderoso que nos sostiene y no nos dejará caer.