Mujeres ejemplares: Santa Catalina de Bolonia
10/03/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Mañana, 8 de marzo, se conmemora el Día Internacional de la Mujer, con el objetivo de crear conciencia en todos nosotros acerca de las desigualdades que siguen existiendo en la sociedad en detrimento de las mujeres, de recordar la lucha de las mujeres por mejorar sus condiciones de participación en la sociedad y alcanzar un desarrollo acorde a su dignidad como personas, en pie de igualdad con los varones. Así que, siguiendo nuestra costumbre de cada año, en marzo dedicaremos esta columna que perpetramos cada semana, con más celo que fortuna, para hablar de mujeres que, a lo largo de la historia y desde diferentes trincheras, han desempeñado un papel extraordinario en diversos ámbitos, pero que, en muchos casos, por el hecho de ser mujeres no se encuentran tan fácilmente en los libros de historia. En años anteriores hemos hablado aquí de mujeres guerreras, compositoras, dirigentes políticas, científicas, etc. Hoy hablaremos de una persona verdaderamente excepcional que dejó su huella como religiosa, como pintora, artista y escritora mística. Nos referimos a Santa Catalina de Bolonia, cuya fiesta se celebra dentro de un par de días, el 9 de marzo. Por eso comenzaremos con ella esta serie de biografías marceñas.

Catalina nació en la ciudad italiana de Ferrara, en 1413. Su padre, Giovanni de Vigri, era abogado y embajador al servicio del marqués de Ferrara, Niccolò III d’Este. Por esta relación, al cumplir Catalina 11 años fue enviada a servir como dama de honor de la joven Margarita d’Este. Las dos jóvenes se hicieron amigas y juntas aprendieron latín, filosofía, música y otras asignaturas de cuño humanista, como era común en las familias adineradas de esa época, ya de sabor renacentista. Años más tarde, Margarita contrajo matrimonio con Roberto Malatesta, príncipe de Rímini, y pretendió conservar cerca a Catalina, pero esta se sintió llamada a la vida religiosa, por lo que regresó con su familia. Al poco tiempo, después de la muerte de su padre, Catalina ingresó a una congregación de terciarias franciscanas, quienes llevaban una vida semimonástica.

Si bien Catalina era aún muy joven -tenía 14 años-, empezó a tener visiones. Algunas de ellas eran claramente divinas, pero otras no, como claramente distinguió la niña. Así que, para ayudar a otras personas a distinguir entre visiones divinas y malignas, Catalina escribió su experiencia, puesto que había aprendido a discernir las unas de las otras a la luz de la humildad, “… Esa alma, cuando se acercaba el Huésped divino, experimentaba un sentimiento de respeto que ponía de rodillas a su corazón y la obligaba a doblar exteriormente la cabeza; en otras ocasiones, le sobrevenía una gran claridad sobre sus faltas pasadas, presentes y futuras y se veía a sí misma como la causante de las faltas de sus prójimos, por los cuales sentía una inflamada caridad. Así entraba Jesús en su alma, como un rayo de sol y establecía en ella la más profunda paz.”

Esas experiencias místicas y espirituales las plasmó en una obra escrita hacia el año 1438, llamada “Le sette armi spirituali” (“Las siete armas espirituales”), que sería publicada en 1470. Su fama como pintora de miniaturas y como escritora y compositora de himnos en italiano y en latín comenzó a extenderse. Se sabe que también sabía música, lo cual no sería extraño, dada la educación que recibió. Aunque no se conocen obras musicales escritas por ella, sí se conserva la viola que tocaba.

Años después, en 1456, Catalina fue nombrada superiora de otro convento de estrecha observancia en Bolonia; ella hubiese preferido permanecer en Ferrara como simple religiosa, pero aceptó el reto y obedeció. Marchó a Bolonia, la ciudad natal de su madre, acompañada de 12 monjas que la acompañaron desde Ferrara. De hecho, parece que la fama del convento de clarisas de Ferrara y especialmente de Catalina fue una de las causas de que la gente en Bolonia pidiese la fundación de un monasterio similar en su ciudad. A pesar de tratarse de un convento de clausura estricta, la fama de santidad, milagros y dones de profecía de Catalina atrajeron a tantas postulantes al nuevo convento de “Corpus Christi”, que apenas había sitio suficiente. Profetizó, por ejemplo, la caída de Constantinopla, ocurrida en 1453. Catalina trabajaba arduamente durante toda la semana, pero los domingos y días de fiesta aprovechaba el poco tiempo libre para escribir e iluminar su breviario. Este libro, compuesto totalmente por manos de la santa, con miniaturas de Cristo y de la Virgen, se conserva todavía. Catalina compuso también varios himnos y pintó algunos cuadros. La santa recomendaba a sus monjas tres cosas que ella había practicado durante toda su vida: hablar amablemente a todos, practicar constantemente la humildad y no mezclarse nunca en los asuntos ajenos. Aunque era muy estricta consigo misma, Catalina se mostraba extraordinariamente bondadosa con las debilidades de los demás.

Cuando Catalina cumplió cincuenta años, después de haber sido enfermiza durante 28 años, cayó en una enfermedad de la que nunca pudo levantarse. Había logrado convertir al monasterio en uno de los centros más importantes de vida espiritual e intelectual en la Italia del norte. Después de dar muchas amonestaciones curativas y amorosas a sus hermanas y de recibir los santos sacramentos de la manera más edificante, murió el 9 de marzo de 1463. Después de su muerte, se dice que el cuerpo de Catalina permaneció joven, fresco, fragante e incorruptible. Siguiendo las costumbres de las clarisas, el cadáver fue enterrado sin ataúd, sino en una especie de sábana. Dice la leyenda que del jardín en el que estaba sepultada Catalina provenía una fragancia maravillosa, como de violetas, por lo que sus hermanas procedieron a desenterrarlo, encontrándose con que aún estaba incorrupto 18 días después de haber sido enterrado. Hasta nuestros días, su cuerpo intacto se muestra en la iglesia del monasterio de “Corpus Domini”, en Bolonia. La santa está sentada en una silla como si fuera una persona viva. Su biografía fue escrita al poco tiempo por Illuminata Bembo, su sucesora como superiora en el mismo convento, con el nombre de Lo Specchio di Illuminazione (“El espejo de la iluminación”).

La veneración de Catalina fue aprobada por el Papa Clemente VII en 1524; la beatificación tuvo lugar el 13 de noviembre de 1703, de manos del Papa Clemente VIII, y la canonización el 22 de mayo de 1712 por el Papa Clemente XI. Desde un principio, la iglesia en donde reposan los restos de la santa atrajo a muchísimas personas, por lo que los relatos de milagros debidos a Catalina se fueron acumulando. Por cierto, como dato curioso: en la misma iglesia se encuentran los restos del gran físico, médico y fisiólogo italiano Luigi Galvani.

Hemos dicho que Catalina era una excelente pintora. Sus miniaturas y pinturas más grandes se encuentran actualmente en varios museos tanto en Italia como en España. A esta santa se le representa, en la iconografía, con el hábito franciscano, cubriendo su cabeza con un velo negro, por su calidad de abadesa. Otro atributo suyo es una cruz de gran tamaño, símbolo de su devoción a Jesús.

Catalina de Bolonia fue una digna representante del humanismo renacentista; como mujer de su tiempo, fue monja, escritora, música, maestra, mística, artista y santa. Por esas cualidades debemos considerarla como ejemplo del homo universalis, tan querido por el Gran Renacimiento (recordemos que “homo”, en latín, significa “Hombre”, por lo tanto, no en el sentido de persona del género masculino, sino que se refiere a ambos géneros). Catalina es la Santa Patrona de los artistas, junto con el Beato Angélico, y también es la protectora de las artes liberales.