León XIV y Ucrania
20/05/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Como seguramente mis cuatro fieles y amables lectores lo han notado, en estos meses recientes nos hemos concentrado en otros temas y hemos dejado un poco en el olvido al sufrido y noble pueblo ucranio. El mismo papa León XIV se ha encargado de recordarnos el dolor y la pena que siguen prevaleciendo en Ucrania: ya ha llamado a Rusia a detener la guerra contra su vecino, además de que el lunes pasado tuvo una conversación telefónica con el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski. Ambos conversaron sobre las posibles negociaciones de paz, sobre la situación de los prisioneros de guerra y sobre los niños ucranianos llevados por la fuerza a Rusia. Además, el papa recibió una invitación para visitar Ucrania.

Me parece muy reconfortante que el Vaticano abandone tres años de una neutralidad a veces mal entendida y se haya pronunciado abiertamente por una paz auténtica, justa y duradera para Ucrania; esto quiere decir que León XIV no está hablando simplemente de que termine la guerra y ya, pues una paz auténtica no es nada más la ausencia de guerra, sino una paz en libertad y en condiciones justas y permanentes, con apego a la dignidad del pueblo ucranio. Por eso hablaba San Agustín de que la paz es la tranquilidad en el orden. En México, por ejemplo, no estamos en guerra, pero tampoco vivimos en paz. Bueno, esto último lo digo yo, no San Agustín.

El periodista ruso (y, desde 2022, también ucraniano) Alexander Nevzorov, quien primero fue partidario de Vladimir Putin y después se declaró abierto opositor de las ideas imperialistas rusas, comentó hace unos días que las pomposas celebraciones del 9 de mayo en Rusia dejan ver claramente cuáles son las patologías de Putin (el 9 de mayo es probablemente la festividad nacional más importante en Rusia, pues recuerda el día en que la Alemania nacionalsocialista se rindió ante el Ejército Rojo). En primer lugar, afirma Nevzorov, Putin se caracteriza por su absoluta incapacidad de prever las consecuencias de sus actos y decisiones; en segundo lugar, el líder ruso es incapaz de aprender de sus errores: no solamente no pudo vencer a Ucrania en menos de una semana, como tenía previsto en febrero de 2022, sino que lleva en guerra más de tres años, que se ha convertido en una pesadilla no sólo para los ucranios, sino para las propias tropas rusas, que han regado los campos ucranianos con su sangre, producto de la negligencia militar rusa y de los sueños imperialistas de Putin. Esta guerra, según Nevzorov, no le ha traído nada bueno a Putin y ha acrecentado sus temores, lo que se refleja en la forma de instrumentalizar las festividades del 9 de mayo: ya no se trató solamente de recordar la victoria sobre los nazis, sino que sirvió para tratar de justificar la guerra contra Ucrania. Y los líderes de diversos países que acudieron a la ceremonia, entre los que se encontraba el presidente de Brasil, fueron los “tontos útiles”, que con su presencia legitimaron a Putin y a su invasión, pues para eso sirvió el desfile: para justificar la agresión.

Esto nos debe servir de ejemplo para actuar frente a Rusia: todo país agresor necesita urgentemente de legitimación, sobre todo cuando ese país agresor tiene las características de un régimen autoritario como vemos en Rusia: sin libertad de expresión, sin libertad en los medios de comunicación, sin libertad de enseñanza, sin libertades políticas y sin libertades en las prácticas de la religión (recordemos que el sacerdote que ofició en las exequias del líder opositor Alekséi Navalni en 2024 fue castigado dentro de la misma Iglesia ortodoxa por haber accedido a oficiar la ceremonia). Por lo tanto, cualquier actividad que emprendamos en Rusia con algún actor estatal sirve para legitimar al régimen, aunque sea un poco. No debemos olvidar que, en la política, la participación es un instrumento importantísimo de legitimación: si participamos en alguna actividad, aunque sea académica, pero con actores estatales rusos, estamos contribuyendo a legitimar al régimen. Es algo similar a lo que veremos pronto en México: si participamos en el proceso electoral del 1° de junio para la elección del aparato judicial, estaremos contribuyendo a su legitimación, aunque anulemos nuestro voto. No podemos desvincular la participación de la legitimación, pues es uno de sus instrumentos fundamentales.

En el caso de los países democráticos, la legitimidad proviene de los procesos electorales transparentes, universales, plurales y libres, y de la participación de los electores en dichos procesos.

Volviendo al desfile del 9 de mayo, si leemos el discurso de Putin nos daremos cuenta que canaliza la victoria sobre Hitler como justificación para atacar a Zelenski, a quien califica como “líder nazi” (siendo que el presidente ucranio es de raíces judías). Lo difícil para el futuro ruso en una era “post Putin” será desligar a las festividades del 9 de mayo de la invasión a Ucrania. Creo que eso ya no será posible: Putin ya se apoderó de esta narrativa, como se dice hoy, por lo que no creo que sea posible desvincular ambos acontecimientos en el futuro. Nuevamente vemos cómo los hechos históricos son instrumentalizados por la política, lo que se facilita si la gente no tiene mucha idea de la historia.

En la llamada telefónica de Zelenski y León XIV, se trató el tema de las negociaciones de paz: Ucrania estaba dispuesta a una tregua de 30 días, sin condiciones previas, y Zelenski estaba listo para viajar el 15 de mayo a Estambul y reunirse allí con Putin. Sin embargo, como era de esperarse (sólo los muy ingenuos pensaban de manera diferente), Putin no acudió a dicha reunión. En su lugar envió a una delegación de tercer nivel que no tiene muchas atribuciones, pero que ayudará a lograr lo único que le interesa a ese tirano criminal: ganar tiempo y simular que desea la paz, mientras continúa masacrando al pueblo ucranio.

Si pensamos bien en la forma que tiene Putin de actuar y cómo ha logrado embaucar a muchos políticos occidentales (entre ellos, a Trump), en realidad no estamos ante un conflicto sin salida geopolítica. Es decir: no creo que esta guerra de agresión rusa contra Ucrania sea un dilema geopolítico imposible de solucionar. Si analizamos la cuestión de qué se necesitaría realmente para presionar política y militarmente a los rusos, la tarea es factible. Sin embargo, los países occidentales –especialmente Alemania– dudaron durante demasiado tiempo qué hacer, cómo lograrlo y en qué medida. Se podría haber resuelto el problema si Europa y los Estados Unidos hubieran entregado lo que Ucrania necesitaba más rápidamente y en cantidades suficientes, y si la producción industrial militar de Europa se hubiera incrementado desde antes, sin esperar a ver qué pasaría en los Estados Unidos. La estrategia de disuasión debe ser clara: Europa, Estados Unidos y demás aliados deberían haberle dicho a Putin desde un principio: “nosotros producimos más que tú y le damos todo a Ucrania. No tienes ninguna posibilidad de ganar esta guerra”. Esta actitud es la que debe prevalecer ahora, ya sin los Estados Unidos. Es un problema que se puede solucionar pero que requiere de algo muy valioso: voluntad política. No debemos dejarnos convencer de que Rusia ganará de todos modos y que ya no se puede hacer nada. Este razonamiento siempre será erróneo.

Para poder doblar a Putin, hay que seguir tres pasos decisivos. En primer lugar, Europa debe comprender finalmente que la seguridad de Ucrania y la seguridad de Europa están inextricablemente vinculadas. No son dos cuestiones separadas. Debemos garantizar la seguridad de Europa, y eso pasa por Ucrania, que es parte de ella. Países como Dinamarca ya lo han reconocido y por eso envían tantas armas al país agredido, pues los ucranios, al defender a su país, están defendiendo al mismo tiempo a Europa. Cínicamente formulado, este pensamiento dice que es mejor que la guerra se libre ahora en Ucrania y no mañana en Dinamarca. En segundo lugar, el gobierno alemán -dado que Alemania es el país económicamente más poderoso de Europa-, ahora bajo el mando del canciller Merz, debe adoptar rápidamente una postura clara en materia de política de seguridad. Debe unirse a los europeos del norte y del este y convencer a los del sur de que la situación frente a Rusia es muy seria. No hay tiempo ni espacio para más dudas: Rusia va por todo. Los gobiernos europeos deben estar seguros de que el único lenguaje que entiende Putin es el de la fuerza. Sólo cuando se vea en desventaja acudirá a la mesa de negociaciones; sólo acudirá a negociar si es obligado a ello, y la única forma de hacerlo es cuando comprenda que no podrá ganar esta guerra. El temor -que a veces raya en pánico- que en algunos líderes despierta la palabra “escalación” debe desaparecer. Europa y los Estados Unidos han suministrado muy pocas armas a Ucrania y a destiempo: “Too little, too late”, pues sucumben muchas veces ante el miedo -como lo ejemplificaba tristemente el ex canciller alemán Scholtz- de hacer enojar a Putin …

En tercer lugar, es imprescindible incrementar masivamente la producción europea de armamento, de forma rápida, eficiente y sin trabas burocráticas.

Hay que hacerle llegar este mensaje a Putin: Europa siempre tendrá más armas y más recursos que Rusia y siempre será más poderosa. Esta señal de fuerza es esencial para una disuasión creíble. Si se toman estas medidas, quizá ni siquiera se necesite entrar en un conflicto militar dentro de unos años, porque estará claro: si Putin se mete con Europa, será derrotado. Pero hay que comenzar ahora mismo, porque los europeos ya perdieron tontamente 30 años viviendo bajo las faldas de Estados Unidos.

Si se emprenden estos tres pasos, aumenta la probabilidad de que Putin se vea obligado a sentarse a la mesa de negociaciones, sin juegos, sin nuevas exigencias, sin bravuconadas, sin insultos y sin trucos. Esto se puede seguir retrasando durante años o se puede hacer ahora mismo. Sólo recordemos que, con cada día más de guerra, más gente seguirá muriendo. Por eso dijo León XIV que lleva el sufrimiento del pueblo ucranio en el corazón.