filosoFando # 4: Miedo
03/06/2025
Autor: Dr. Jorge Medina Delgadillo
Cargo: Vicerrector de Investigación

Las pasiones o emociones humanas son un bosque tupido difícil de transitar. En muchas ocasiones unas emociones se entremezclan con otras, se funden y se potencian para dar lugar a estados emocionales complejos. El miedo es una de esas pasiones fundamentales de los seres humanos.

Aristóteles, tanto en la Ética a Nicómaco como en la Retórica dedica muchas páginas al miedo. Para él, éste surge por la expectación de un mal, y no de uno cualquiera, sino de uno que puede causar un sufrimiento grande o incluso la muerte. Ese futuro previsto suscita una conmoción emocional específica: el miedo o temor.

Se puede temer la pérdida de reputación si es que sale a la luz una chapuza que realizamos; sentimos miedo antes de recoger los resultados de una biopsia; nos aterra pensar en la muerte de quien más amamos y alejamos pronto esa posibilidad de la imaginación. El miedo contrae, entume, causa temblor. Tras pasar por problemas y dificultades, si volvemos sobre nuestros pasos nos daremos cuenta que no fuimos listos ni hábiles, pues el miedo ciega y empequeñece, hace que no seamos creativos y que no veamos con claridad los recursos de los que disponemos. El miedo paraliza.

Hay un apunte interesante que hace Tomás de Aquino sobre el miedo: que si “el objeto del temor es lo que se estima como un mal futuro próximo al que no se puede resistir con facilidad (…) en este sentido el amor es causa del temor, pues, por lo mismo que alguien ama un bien, se sigue que lo que priva de ese bien sea un mal para él y, por consiguiente, que lo tema” (S.Th. I-II, q.43, a.1, co.) ¡Fascinante observación: lo que más tememos es perder lo que más amamos! Sólo desde esta perspectiva comprendemos por qué para religiones como el judaísmo o el cristianismo el temor de Dios (temor a ofenderle), es el inicio de la sabiduría (el camino para amarle).

¿Qué tememos? Veamos un ejemplo: ¿Tememos no contar con datos móviles en nuestro celular? Si sí, es porque ahí está nuestro amor; por eso tememos su pérdida. ¿Tememos perder el puesto de poder? ¿Sentimos miedo de exponer con claridad nuestros pensamientos? ¿Tememos estar un tiempo a solas con nosotros mismos y por eso evadimos esa situación incómoda con cuanta distracción como sea posible? Lo que más tememos, es perder lo que más amamos.

Pero la vida no está para ser vivida en medio de miedos y temores. Los miedos son desafíos que podemos encarar, ante los cuales podemos erguirnos y hacer frente. Los miedos se pueden superar. La fortaleza, esa virtud representada por una dama con lanza y escudo, es la encargada de esta noble tarea en la madurez de cada uno de nosotros. La iconografía es bastante acertada: escudo, pues hay que resistir el embate y aguantar con ánimo firme las embestidas de las dificultades y de los problemas; lanza, pues hay que acometer, pelear, dar la batalla. Resistir y acometer son la sístole y la diástole de la virtud de la fortaleza.

Es humano sentir miedo. Incluso por más experimentados que seamos, hay miedos inevitables. Pero el miedo nunca tiene la última palabra. También hay futuros posibles que son bienes y que dilatan el corazón, pues dan lugar a la esperanza. El futuro también se aferra, a su modo, al amor, y lo espera, y lo busca, y se esfuerza cotidianamente en conquistarlo.