Trump y Putin en el conflicto entre Israel e Irán
23/06/2025
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

El conflicto militar que en estos días se desarrolla entre Israel e Irán, su archienemigo, tiene múltiples aristas y es observado con tal interés por la comunidad internacional, que ya ha desplazado a la invasión rusa en Ucrania del foco de atención. Veamos algunos detalles de este choque en el Medio Oriente, desde la perspectiva del papel que quieren jugar Donald Trump y Vladimir Putin.

Para empezar, diremos que el objetivo que Israel ha declarado para justificar sus ataques en Irán es impedir que este país concrete la construcción de una bomba atómica. Por eso es que el Primer Ministro Netanyahu ha declarado que lo que buscan es destruir las capacidades nucleares iraníes, empezando con las plantas de enriquecimiento de uranio. Pero ¿qué significa enriquecer el uranio? Este elemento, al ser extraído del subsuelo, se presenta de dos maneras: en una, es 99.3% uranio-238 y, en la otra, 0.7%, aproximadamente, uranio-235. El proceso de “enriquecimiento nuclear” significa que hay que aumentar la cantidad de este uranio-235, que es lo que se necesita para que un reactor nuclear pueda funcionar. Este enriquecimiento se alcanza tomando el uranio en su forma gaseosa, para procesarlo en centrifugadoras, pues el uranio-238 es más pesado, por lo que, al estar girando en la centrifugadora, se separan paulatinamente. Este proceso de enriquecimiento se debe repetir tantas veces como sea necesario. Las centrales nucleares que producen energía eléctrica necesitan de 3 a 5% de uranio enriquecido; las que fabrican armas atómicas requieren de más o menos el 90%, debido a que mientras más enriquecido esté el uranio, mayor será la explosión al dividirse los átomos. Según las autoridades internacionales, se calcula que Irán ha llegado a un 60% de enriquecimiento, por lo que algunas fuentes afirmas que este país está a unos tres años de poder disponer de una bomba atómica.

Sin embargo, desde el punto de vista del gobierno israelí, la destrucción de las capacidades nucleares de Irán es un objetivo, que no puede ir solo: hay otros objetivos “secundarios” que Israel tiene que cumplir, para poder estar tranquilo: debe acabar con esas capacidades de raíz, desactivar las capacidades defensivas y ofensivas del enemigo, desarticular a sus fuerzas armadas, descabezar a su cúpula política y militar y, de ser posible, derribar al régimen teocrático de los ayatolas. Es cierto que todo esto atenta contra el derecho internacional, pero al impresentable Netanyahu no creo que le quite el sueño. Además, para muchos israelíes, las capacidades iraníes de construir un arsenal nuclear es una amenaza a la existencia misma de Israel. Este parecer es compartido por muchos observadores internacionales de diferentes campos del análisis político internacional.

Hasta ahora, pareciera que algunos mandatarios occidentales están de acuerdo con la destrucción de las capacidades nucleares de la república islámica; incluso hemos escuchado la afirmación, un tanto cínica, del canciller alemán Friedrich Merz, en el sentido de que Israel está haciendo “el trabajo sucio”, con sus bombardeos a las instalaciones estratégicas del programa de la bomba atómica iraní. Por el contrario, pocos países se han declarado abiertamente del lado de Irán. Muchos observadores se preguntan, por ejemplo, por qué Vladimir Putin, quien firmó hace unos años un amplio convenio de colaboración estratégica con Irán, no apoya de manera más decidida y visible a sus aliados, máxime cuando dicha república islámica es un proveedor confiable de equipo militar que ha ayudado a la infame invasión rusa en Ucrania, además de que es prácticamente su único aliado fuerte en el Medio Oriente, después de la caída de Assad, en Siria.

El problema es que Putin no puede ni quiere ayudar militarmente a los ayatolas. No puede, porque sus fuerzas militares están casi todas comprometidas en Ucrania. Las que le quedan disponibles las está estacionando en la frontera con Finlandia (recuerden mis cuatro fieles y amables lectores que en esta columna somos de la idea de que, si gana en Ucrania, Rusia se lanzará dentro de un par de años sobre Europa, particularmente en la región del Báltico). Así que Putin no puede ayudar militarmente a Irán porque sencillamente le faltan los medios. Pero, por otro lado, el tirano del Kremlin no quiere ayudar, pues este conflicto le conviene hasta cierto punto. Nos explicamos: la política exterior de Rusia en el cercano y medio oriente es muy complicada, porque tiene que hacer un acto de malabarismo. Por un lado, Rusia desea mantener interlocución y buenas relaciones de trabajo con todos los países de esa región: con Irán, con los Estados árabes, con el nuevo régimen sirio e incluso con Israel. Por eso, si se carga mucho del lado de Irán, las relaciones con los demás actores se verían seguramente dañadas.

Decimos que este conflicto le conviene a Putin hasta cierto punto, porque, en primer lugar, distrae la atención internacional del frente de guerra en Ucrania, lo que le da más libertad de acción; en segundo lugar, ha subido el precio del petróleo, lo que le conviene mucho a la muy maltrecha economía rusa; y, en tercer lugar, China está nerviosa porque el conflicto israelí iraní pone en peligro su abastecimiento de petróleo, por lo que podría voltear de nuevo hacia Rusia como un proveedor de gas y petróleo más confiable y estable. Parece que se volverá a hablar de algunos proyectos para llevar gas de Siberia a China, lo cual le conviene a los dos gobiernos. Pero decimos que la política exterior rusa es un acto de acrobacia porque, por un lado, tampoco le conviene a Putin que Irán desarrolle un arma nuclear, pero tampoco le conviene que haya un cambio de régimen. Ya la historia nos ha enseñado, particularmente en esa región del mundo, que la caída de un tirano no necesariamente conduce hacia un mejor destino: la caída del último Sha (o Sah) de Irán abrió la puerta al régimen teocrático autoritario de los actuales ayatolas; la caída de Hussein en Irak dio paso primero a una etapa de enorme caos, y la situación actual en Siria es altamente explosiva. Si el régimen iraní cae, una consecuencia sería un mayor debilitamiento de la posición rusa en la región. Un escenario ideal para los rusos sería que los ayatolas siguieran gobernando en Irán, pero sin la bomba atómica.

Sin embargo, el papel de Putin como intermediario en el conflicto entre Irán e Israel no es bien visto por todos. Algunas fuentes afirman que Donald Trump le dijo a Putin que mejor se preocupara de Ucrania y que allí negociara, antes de actuar como redentor en el Medio Oriente.

En lo que toca a Trump, este conflicto no le conviene en lo absoluto, pues se agrega a dos más que prometió resolver en corto tiempo y en los que ha fallado en toda la línea: la invasión rusa en Ucrania y el conflicto en Gaza. Tengo para mí que Trump no alcanza a comprender las complejidades del conflicto entre Israel e Irán, por eso no sorprende que haya dicho que tardará dos semanas en decidir si interviene militarmente o no. Como si no apurara el tiempo…

Muchos observadores creen que dicha intervención podría reducirse al lanzamiento de una bomba “anti búnker” GBU-57, que mide unos seis metros de largo, pesa 13 toneladas y es capaz de destruir un búnker que se halle hasta 60 metros de profundidad en el suelo, como parece ser el centro nuclear subterráneo de Fordow. El único país que posee esta bomba es precisamente Estados Unidos, y también el único que tiene el bombardero estratégico furtivo capaz de trasportarla y lanzarla: el B-2 “Spirit”, el avión más caro que se haya construido. Se calcula que Estados Unidos dispone de unas 20 bombas GBU-57 y de 20 bombarderos B-2.

El problema con Trump frente a este conflicto es similar a los que tiene frente a otros acontecimientos: su enorme ignorancia y su gran narcisismo. No conoce nada de la historia de la región, ni de las relaciones entre los países enfrentados; no suele leer los informes de inteligencia que sus propias agencias le entregan; no le interesa la opinión de otras personas, sobre todo si son expertas; y cree que las relaciones internacionales se basan en los mismos principios que el negocio inmobiliario en Nueva York: las relaciones personales, la admiración mutua y la búsqueda de acuerdos comerciales gracias a contactos entre socios y amigos. Trump recalca constantemente que Putin, Xi-Jinping y Kim-Jong-un son sus amigos y que se admiran mutuamente, pero estoy seguro de que ninguno de estos autócratas piensa lo mismo de él. John Bolton, ex asesor de Donald Trump, llega incluso a sostener que estos personajes solamente lo consideran un “tonto útil”.

Para terminar, diremos que lo único cierto en este momento es que las capacidades militares de Irán, tanto ofensivas como defensivas, han quedado destrozadas; su cúpula militar ha sido descabezada y el gobierno ya no busca la victoria, sino la salida y, para acabar pronto, la supervivencia. Algunas fuentes mencionan que los principales líderes del país, incluyendo al ayatola Jamenei, líder supremo de Irán, están buscando refugio en Rusia, siguiendo los pasos de los antiguos tiranos sirios, que el año pasado encontraron cobijo al lado de Putin. Los líderes iranios no pueden responder con demasiada fuerza a Israel, pues se arriesgan a que la Fuerza Aérea Israelí acabe de destrozar al país, lo que debilitaría la legitimidad política interna del régimen; pero, al mismo tiempo, no pueden mostrar debilidad ante su propia población, por los mismos motivos.

Mientras Israel ataca con precisión quirúrgica sus objetivos militares en Irán (instalaciones para la presunta construcción de la bomba atómica, destrucción de radares y de instalaciones de defensa aérea, de lanzadores de misiles, eliminación de científicos del proyecto nuclear y de líderes militares de todo tipo, e inclusive de sus sucesores, en cuanto son nombrados), este país ataca desordenadamente a Israel, privilegiando blancos civiles y perdiendo cientos de misiles y drones en el camino. Irán ni siquiera se ha cuidado de ocultar la posición de sus sistemas misilísticos, por lo que Israel los ha destruido fácilmente.

La parálisis de Irán es un reflejo de su derrota, por lo que Trump tendrá que hilar fino para evitar que el caos regional se acentúe. El sinvergüenza de Netanyahu ha salido hasta ahora fortalecido y el régimen iraní lucha por la supervivencia. La única salida que los ayatolas tienen -al menos por ahora- es la diplomacia (a la que se apela cuando la derrota militar es inminente) o la huida a Rusia.