El lobo gris mexicano
26/01/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Como nos han aleccionado desde la escuela, México se caracterizaba (así, en pretérito imperfecto) por su gran riqueza biológica: hasta hace unos siglos, este país tenía enormes extensiones forestales en donde vivían muchísimas especies de flora y fauna. México es el único país megadiverso que está situado entre dos grandes zonas biogeográficas, en este caso, la neártica y la neotropical. La primera de estas ecozonas abarca toda Canadá, los Estados Unidos, Groenlandia y parte de México. La zona neotropical comprende el estado de Florida, el Caribe, el sur de México, América Central y del Sur. Por eso es que en nuestro país encontramos los restos de ecosistemas propios de ambas regiones: los grandes bosques y desiertos del norte, con su fauna característica (berrendo, venado bura, bisonte, lobo, puma, etc.), y las selvas del sur-sureste (jaguar, venado temazate, quetzal, etc.).

Desafortunadamente, México es uno de los países que mayores daños ha provocado a su medio ambiente. Ya en otras ocasiones, en esta misma columna, hemos hablado de temas medioambientales, acentuando los graves daños que nuestros ecosistemas han soportado, como la terrible deforestación, la extinción de especies de flora y fauna, la existencia de “ecosistemas vacíos”, la contaminación de suelos, aguas y aire, etc. Es así que ahora tocaremos el tema de la muy precaria situación de uno de los animales más emblemáticos para el hombre en toda su historia: el lobo (Canis lupus), en este caso, el lobo gris mexicano (Canis lupus baileyi).

Originalmente, en América del Norte había unas 30 subespecies de lobo; las que se encuentran más al norte suelen ser de mayor tamaño, y conforme más al sur nos movemos, más pequeña es la subespecie. Así, el lobo americano de mayor tamaño era el lobo gigante de Kenai (Canis lupus alces), que se encontraba en la península de Kenai, en Alaska. Debido a la cacería irracional, se extinguió hacia 1935. La subespecie más pequeña es precisamente el lobo gris mexicano, que se encuentra en la región más hacia el sur de Norteamérica. Tiene un tamaño un poco mayor que un perro pastor alemán. Antiguamente, esta subespecie de lobo se encontraba en todas las mesetas templadas, desde Sonora y Tamaulipas, hacia el sur hasta Michoacán y Puebla. Todavía, hace unos 80 años, había gente en estos últimos estados que había escuchado hablar a sus abuelos acerca del lobo.

En la “Relación de Xiquilpan”, que fue elaborada en la región de Pátzcuaro hacia 1579, se menciona a este animal. En las faldas del Nevado de Toluca se encontró, hacia fines del siglo XIX, una trampa para lobos que había estado en uso hasta más o menos 1880. Este tipo de artilugios era común en zonas fuertemente habitadas por estos animales. Todavía hasta principios del siglo XX encontramos reportes sobre lobos en la región del Citlaltépetl, es decir, ya prácticamente en Veracruz.

A pesar de la persecución a la que fue sometido, debido a que atacaba al ganado al ver reducido su “menú” natural (venados, conejos, berrendos, etc., que eran cazados por el hombre), el lobo se mantuvo en su hábitat natural más o menos hasta principios del siglo XX. Lo que acabó por exterminar a este hermoso animal fue el adelanto tecnológico en las armas de fuego (como el rifle de retrocarga), las trampas, los venenos y el empuje despiadado de los ganaderos, que no descansaron hasta exterminarlo. Es decir: los ganaderos arrasaron con las poblaciones de venados, conejos, bisontes, jabalíes y berrendos, que constituían las fuentes de alimentación de los lobos, por lo que estos volvieron los ojos al ganado. Esto quiere decir que estos cambios de hábitos alimenticios fueron provocados por el hombre mismo, aunque también hay que subrayar que hay lobos que se ensañan con el ganado y no dejarán de matar reses, aunque la población de venados se recuperase. Por eso es importante conocer estos detalles y no perseguir sin ton ni son a cualquier lobo, sino que hay que buscar a los que en verdad provocan daños.

En la literatura de los Estados Unidos se han escrito historias muy interesantes sobre lobos que llegaron a ser famosos, como la “biografía” escrita por Ernest Thompson Seton, que lleva por nombre “The King of the Curumpaw Valley”, la primera historia que se encuentra en el libro “Wild Animals I have known” (1898). En contra de las tendencias de su época, este autor de origen inglés presenta a los animales depredadores como seres buenos, independientes y compasivos, lejos de la figura cruel y malvada que mucha gente tiene en mente al pensar en lobos. Esto nos recuerda también al mismo género de literatura en India, a principios del siglo XX, cuando Jim Corbett, naturalista y cazador inglés, después de muchos meses de persecución, logró dar muerte al célebre leopardo antropófago de Rudraprayag en 1926. El libro en cuestión se publicó en 1948.

En la historia de la humanidad encontramos al lobo en numerosas historias y leyendas, con una relación muy compleja con el ser humano: en algunos relatos, el lobo aparece como una criatura buena (como con San Francisco y el lobo de Gobio, o la loba que amamantó a Rómulo y Remo), pero también aparece como un ser sanguinario y cruel, como en los cuentos populares europeos (“Caperucita Roja”, “Los tres cochinitos”, etc.), aunque al parecer esto tiene que ver con el deseo de las personas de infundir miedo a los niños para evitar que entrasen al bosque, lleno de peligros.

Bajo condiciones completamente naturales, los lobos, los pumas y los osos se alimentan del exceso de individuos de las poblaciones de venados, jabalíes, conejos, etc., conservando la población reproductora en un nivel razonable para el ecosistema. Por eso es que la proporción del depredador (lobo, puma, etc.) se determina por la abundancia y facilidad de obtener una presa (venados, etc.), no a la inversa. Las presas, a su vez, existen en números adecuados para la capacidad de sostenimiento del área, que está determinada por las condiciones de abrigo, alimento y agua. Este equilibrio es bueno para cada especie en particular y para el ecosistema en general.

Actualmente, el lobo más grande que queda en Norteamérica (bueno, en realidad, en América) es el lobo de Alaska (Canis lupus pambasileus), aunque el lobo ártico (Canis lupus arctos) pueda rivalizar con él. En México, como ya dijimos, vivió el más pequeño de las subespecies americanas, además de que otro lobo de pequeño porte (poco más grande que el gris mexicano), también merodeó por el norte de nuestro país, antes de su extinción definitiva hacia 1942 en los dos países. Nos referimos al lobo tejano (Canis lupus monstrabilis). Por su parte, el lobo gris mexicano dejó de existir en estado salvaje en nuestro país hacia 1950.

A fines de los años 70 comenzaron los esfuerzos para recuperar la especie en estado natural; hace unos diez años ya había más de 50 lobos en estado salvaje en Estados Unidos, aunque muchos de ellos, sobre todo en México, siguen siendo perseguidos por los ganaderos, quienes los cazan o los envenenan, sin importar que estas prácticas estén prohibidas. Las zonas de liberación de lobos grises mexicanos en nuestro país están en los estados de Sonora, Chihuahua, Durango, Zacatecas y Nuevo León; en Estados Unidos hay una zona de considerables dimensiones entre Arizona y Nuevo México. En esta región hay unos 160 ejemplares, mientras que en México hay unos 35. Así, el lobo gris mexicano ya no está en la categoría de “Extinto en la vida salvaje”, sino “En peligro de extinción”. Bueno, flaco consuelo, en vista del bajísimo número de ejemplares en nuestro país.

El problema en México para la conservación de esta emblemática y hermosa especie tiene dos dimensiones: por un lado, los ganaderos y la presión demográfica mantienen a raya al lobo, impidiendo que se recupere de manera adecuada. Además, no es fácil encontrar extensiones amplias de terreno en las que estos animales puedan moverse libremente, en ecosistemas propicios para cazar lo que de manera natural son los animales de los que se alimenta. Por eso, bien dice el Dr. Enrique Martínez Meyer, de la UNAM: la solución al problema de la supervivencia del lobo está, en un 80%, en las manos de las personas, y en un 20% del lado del lobo.