¿Qué es una dictadura?
05/10/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Como generalmente ocurre, los temas políticos de la semana que podríamos discutir son bastante numerosos, pues abarcan desde temas nacionales chuscos o patéticos –pues nuestro Presidente de la República es muy fructífero en ambas modalidades- hasta temas internacionales de gran calado, como el sabotaje a los gaseoductos en el Mar Báltico o la totalmente ilegal anexión rusa de los territorios ucranianos del sureste. Sin embargo, creo que un poco de teoría política no nos haría mal; al contrario, nos podría ayudar a entender mejor algunos fenómenos que desafortunadamente siguen imperando en muchas partes del mundo. Hoy, en vista de cómo se desarrollan los procesos políticos en Rusia, tanto dentro de ese enorme país como en sus relaciones con el mundo, podemos discutir un poco acerca de la naturaleza de las dictaduras.

Una dictadura es un tipo de régimen, esto es, una forma de llegar al poder, de ejercerlo y de dejarlo. Por eso es lo opuesto a la democracia, ya que no se trata de un "gobierno del pueblo". Esto significa que, en una dictadura, el poder de gobernar descansa en manos de una sola persona, un pequeño grupo como el ejército, un partido político o una organización, además de que los ciudadanos tienen derechos democráticos muy limitados o nulos. A diferencia de los sistemas democráticos, no hay separación de poderes, es decir, no hay control de los gobernantes por parte del poder legislativo y de los tribunales. Una dictadura no es un Estado de derecho, no realiza elecciones libres y no permite una prensa libre.

 

Los regímenes dictatoriales suelen llegar al poder a través de la violencia, como un golpe de Estado. Este poder es mantenido y defendido con violencia, por ejemplo, con ayuda de la policía, de las fuerzas armadas o de grupos paramilitares. El continente africano todavía es rico en ejemplos del ascenso violento de dictadores. Sin embargo, los dictadores también pueden llegar al poder por medios legales y luego eliminar gradualmente la democracia, como Adolf Hitler y el Partido Alemán Nacionalsocialista de los Trabajadores (NSDAP) en 1933 o Vladimir Putin a partir del 2000. Son numerosas las manifestaciones de las dictaduras, que han dado lugar a otros tantos nombres en la ciencia. Se hace una distinción entre dictaduras de transición, dictaduras de partido, dictaduras militares, dictaduras de derecha e izquierda, dictaduras totalitarias y más. Características como la duración del régimen, número de gobernantes (un dictador, un partido o un grupo), el trasfondo político, la extensión del terror, la violencia y la represión son determinantes para la categorización.

La historia del Estado mexicano ha sido rica en dictaduras; de hecho, hemos tenido pocos años viviendo en la democracia, con todos sus defectos y limitaciones, y más tiempo viviendo en periodos dictatoriales: la dictadura de Antonio López de Santa Anna, hacia mediados del siglo XIX; la dictadura de Porfirio Díaz y la “dictadura de partido” (es decir, del PRI), que duró alrededor de 70 años. Generalmente hablamos de dictaduras relacionándolas con un solo hombre: la dictadura de Mussolini, la dictadura de Stalin, la de Hitler, la de Pinochet, la de Somoza, la de Franco, las dictaduras de las juntas militares sudamericanas, y ahora hablamos de la dictadura de Vladimir Putin. De hecho, decimos también “la guerra de Putin”, “las tropas de Putin”, “las amenazas de Putin”, etc., como si él fuera amo y señor del enorme “imperio ruso”. Sí, eso quisiera él, seguramente, pero de una afirmación debemos partir: una dictadura no es un “espectáculo de un solo hombre”, o como dicen en inglés, no es un “One man show”. En efecto: si analizamos más de cerca la forma de actuar y de ejercer el poder de los dictadores, veremos que no solamente tienen seguidores, sino que también hay mucha gente que, por convicción, apoya de manera activa al dictador en cuestión. No solamente lo obedecen por miedo, sino porque mucha gente está convencida de que el dictador es una figura benéfica y que merece el respaldo de la gente.

Las dictaduras son en realidad modelos de participación, pues la gente que participa apoyando al dictador obtiene beneficios. En las democracias, el ciudadano “puede” acudir a las urnas, pero no forzosamente “debe”: si no quiere ir a votar, puede quedarse tranquilamente en casa. Pero en las dictaduras, en donde el régimen político trata de mantener alejada a la gente de la política, el que participa a favor del dictador es recompensado, ya sea que actúe por convencimiento o por simple cálculo pragmático y utilitarista. De hecho, lo que estamos viendo en Rusia es una muestra de ello: ¿cuántos jóvenes realmente participaron en manifestaciones contra la invasión a Ucrania en cuanto comenzó? Muy pocos, pues ciertamente la reacción del régimen autoritario es brutal ante los opositores. Pero muchos pasaron ahora de la comodidad del sofá a huir a toda prisa del país para no ir a esa guerra a servir de carne de cañón. Esto tiene que ver en gran medida con la naturaleza humana, pues el hombre es más sensible y comprensivo cuando algo lo afecta a él o a los suyos directamente que cuando perjudica a los demás. 

Por eso es en parte comprensible que cueste tanto trabajo apoyar a Ucrania, a pesar de que somos testigos, en tiempo real, de gravísimos crímenes de guerra: asesinato de civiles y de militares, bombardeo de escuelas y hospitales, enormes fosas comunes, empleo de armas prohibidas, invasión de un país sin causas justificadas, etc. Y también vemos cómo Moscú pisotea el derecho internacional cuando impone resultados electorales sin las más mínimas condiciones democráticas, cuando se anexiona territorios de otro país, cuando aparentemente ha destruido gaseoductos para hacer que suban los precios internacionales del gas y para poner de rodillas a Europa ante el próximo invierno. Ante tales crímenes y delitos, la comunidad internacional no responde de manera unánime, sino muy desigual: algunos países con mayor energía que otros, algunos incluso le declaran a Putin su apoyo (como China o Corea del Norte, o a veces India y Turquía, o Hungría), y otros simplemente voltean a otro lado. Lo mismo pasa en las dictaduras internamente: algunas personas, las menos, son las que muestran valentía para enfrentarse al régimen dictatorial, pues es muy peligroso hacerlo; muchas otras apoyan al dictador y otras tratan de mirar para otro lado; por eso resulta tan difícil lograr la caída de un dictador. Y cuando muchos que no lo apoyan huyen del país, como ahora sucede en Rusia, la presión contra el tirano puede disminuir, pues con esta huida masiva se libera de personas jóvenes que no simpatizan con él. La población mayor de edad, la que recuerda el “pasado glorioso” soviético, es la que se queda y lo apoya, o al menos no se mete en problemas.

Es también importante señalar que los dictadores requieren de menor apoyo de la población que las democracias; según los sociólogos, psicólogos sociales y politólogos especialistas en el tema, se requiere del apoyo de alrededor del 1 o 2 por ciento de la población de un país para sostener a un dictador; una democracia requiere de un porcentaje mucho mayor. Si Rusia tiene alrededor de 144 millones de habitantes, no necesita más de uno o dos millones de habitantes que activamente estén con él para mantenerse en el poder. Y aparentemente no importa mucho que Putin vaya a pasar a la historia como quizá el más grande de los criminales del siglo XXI: está cometiendo genocidio, está exterminando a la población, está destruyendo totalmente a un país, reduciéndolo a escombros, está deportando a civiles ucranianos hacia Rusia, está ordenando a sus tropas asesinar a mansalva, como hemos escuchado en las conversaciones telefónicas de soldados rusos en Ucrania. Mucha gente lo sabe en Rusia, y sin embargo sigue apoyando al tirano, o al menos no hace nada en su contra.

Estos métodos, propios de un régimen totalitario, ya los ha visto la historia en tiempos relativamente recientes: así actuaron Hitler, Stalin y Mao, entre otros. Es por lo tanto muy difícil pensar que una revuelta interna pueda hacer caer a Putin, pues todavía goza de amplia aprobación. La población rusa no tiene figuras de oposición que la orienten o que ofrezcan alternativas, pues los opositores han sido asesinados o están presos; los medios de comunicación están en manos del gobierno y sólo transmiten noticias previamente revisadas por funcionarios leales al régimen; nadie puede externar su parecer en contra de la guerra contra Ucrania sin temer penas severas de cárcel. Ya lo hemos dicho muchas veces: el pueblo ruso es admirable, pues ha dado mucho a la humanidad en los terrenos de la música, del ballet, de la literatura y de la ciencia; es un pueblo con mil años de historia pero que, lamentablemente, nunca ha conocido algo muy importante, que cuesta mucho trabajo conseguir pero que se pierde con enorme facilidad: el pueblo ruso no ha conocido lo que es la libertad.