Este semestre (porque nunca es tarde para ponerse metas), me he fijado el propósito de ver más películas en otro idioma que no sea inglés, porque así, por lo menos, se puede salir del circuito que acostumbramos y hacer una retrospectiva hacia lo que se hace en México, en América latina o el mundo en general, además de que siempre es bueno acercarse a otras miradas que no sean las mismas que predominan en la industria del cine.
Fue en ese camino cuando alguien me pidió que viera La trillizas de Belleville para una tarea, y resultó ser una bellísima película de animación francesa que se quedó en mi corazón desde entonces y a la que, al parecer, llegué muy tarde porque fue muy celebrada desde el año que se estrenó, allá por el 2003. Sea como sea, hoy les voy a contar sobre ella.
La película trata de que durante el Tour de Francia, uno de los ciclistas es secuestrado por la mafia francesa, el nieto de Madame Souza, quien al darse cuenta de su desaparición, emprende un viaje a Belleville junto a su perro Bruno para ir en su búsqueda. En el camino se cruzan con las míticas trillizas estrellas del music–hall de esa ciudad, que les ofrecen ayuda para encontrarlo.
Es bajo esa premisa que el trabajo de animación casi silente de Sylvain Chomet no muestra toda su belleza a primera vista, —sus personajes son de apariencia excéntrica, igual que los escenarios— esa cualidad, más bien, se desarrolla poco a poco, empezando por el ambiente sonoro que acompaña toda la película, así como en las acciones de sus protagonistas que, a pesar de tener sus propios miedos y obsesiones, se mueven por el compañerismo, el amor y la fidelidad hacia el otro, en una ciudad en la que pareciera ocurre todo lo contrario.
La narrativa transcurre entre música, referencias a personalidades de la época y gestos que cuentan una historia sobre heroínas poco convencionales: cuatro mujeres de edad que solo se tienen unas otras y la compañía de un perro que también tiene sus propias preocupaciones, pues alucina con trenes ya que, en sus primeros años de vida, tuvo un percance con uno de juguete.
Con una mirada al pasado de los protagonistas, el director también da señales de que ese periodo se recuerda con cariño en vez de nostalgia, al cuidar a detalle el sonido de la música de los años 30, y también el periodo en donde establece los sucesos más importantes: la llegada de Bruno a la familia, la cima de la carrera de las trillizas y el comienzo de la historia de amor de Champion con la bicicleta.
El presente, al contrario, se percibe como una etapa de estancamiento que incluso se retrata con colores apagados, pero es donde comienza una ventura de heroínas femeninas que todavía siguen cantando y se defienden de la mafia y de la vida con objetos cotidianos.
Aún no sé si la tarea que me dejaron tuvo consecuencias buenas o irrelevantes, pero ahora cada que algo no sale como yo esperaba, pienso: “por lo menos vi Las trillizas de Belleville”.