En los pasados días hemos dado inicio a la maravillosa euforia colectiva: fiestas y reuniones, excesos y defectos, risas, lágrimas de alcohol y nuevos lazos de hermandad que se forjarán en torno a lo más mexicano que existe: el miedo a estar solos.

Si me has aguantado en estos últimos meses sabrás que mi tema de tesis es sobre filosofía de lo mexicano, es decir, la reflexión en torno al ser y quehacer del mexicano. El estudio es bastante amplio y por desgracia, no podría abarcarlo en una columna, pero intentaré sintetizar en breves palabras lo que en un siglo se ha estado diciendo.

Para algunos filósofos y literatos la soledad/melancolía/inferioridad/insuficiencia es lo que llega a definir al mexicano. Pareciera que todo mexicano lleva consigo la condena de estar incompleto.

El pensamiento del mexicano parte de la necesidad de descubrir quién es. El mexicano se descubre vulnerable ante un mundo totalmente ajeno a él. No es ni español ni indígena es una entidad totalmente distinta a todo lo antes conocido.

Mexicano es una nueva "raza", como diría Vasconcelos, un hombre con dos raíces, heredero de dos continentes, hijo de Dios Padre y Ometéotl. A pesar de ser hijo de dos culturas, en múltiples ocasiones ha sido el hijo errado, apestado del mundo; no reconocido.

Sea cierto esto o no, el mexicano, al igual que los pueblos latinoamericanos, han tenido que luchar por un lugar en el mundo. Esta cualidad de lucha para descubrir su papel en el mundo, inevitablemente provoca que se tome un alto a la existencia y se comience a pensar en el papel del mundo en México, para entonces comenzar a distinguir lo auténticamente mexicano del resto de culturas y pensamientos.

Ante esto regresamos a la soledad o la melancolía. Uno u otro tienen un origen: la necesidad de recuperar o conseguir algo.

¿Qué nos falta como mexicanos? ¿Realmente tuvimos una independencia? ¿Realmente vivimos una revolución?

La vida del mexicano es triste, por eso recurre al jolgorio, a la euforia colectiva en las fiestas patronales, nacionales y religiosas. Por mucho este planteamiento es provocador, como si todo lo que se cree del mexicano (alegre y festivo) fuera tan sólo fachada de una dolorosa realidad.