Hay algo que en estos once meses no ha cambiado mucho en México, los índices de aprobación de nuestro presidente, Andrés Manuel López Obrador. Al principio no me pareció muy relevante, pero con el pasar de las semanas y todas las controversias, contradicciones y decisiones cuestionables que ha tomado el nuevo gobierno creo que esta situación se está tornando preocupante.

Sin importar todo lo que ha dicho o hecho, la aprobación de Obrador no ha bajado del 60% en lo que va de su gestión. Su peor momento fue cuando se anunció el cierre de las estancias infantiles, y aun así no tardó en recuperarse. ¿Por qué está pasando esto y por qué debería alarmarnos?

No podemos negar que el presidente en funciones ganó las elecciones de manera contundente y sin interferencias, fue la decisión de la mayoría de los mexicanos que acudieron a votar (porque 30 millones de personas no suponen ni la mitad de la población electoral del 2018). Así que es normal, incluso en comparación con sus antecesores, que al inicio de su mandato su aprobación fuera muy alta. Pero el presidente parece gozar de algún tipo de inmunidad, ya que nada de lo que hace o dice, tiene un efecto significativo en este aspecto.

Sin importar algunos de sus primeros comentarios desafortunados como que “a los niños los van a cuidar sus abuelos”, los recortes drásticos y perjudiciales a sectores como deporte, cultura, ciencia y medicina, sin importar, aun cuando fue uno de sus discursos más usados en campaña, que ni la inseguridad ni la corrupción hayan disminuido sino todo lo contrario, sin importar sus más reciente tropiezo con lo sucedido en Culiacán, gran parte de los mexicanos confían plenamente en el juicio del presidente y aprueban sus decisiones.

Esto tampoco es sorprendente si consideramos a quiénes están dirigidos la mayoría de sus discursos. López ha ganado fuerza alimentando los sentimientos de frustración y hartazgo que existen en toda la población, pero sobretodo en la menos privilegiada, que desafortunadamente sigue siendo la gran mayoría de los mexicanos. Es por eso que el presidente ha puesto tanto énfasis en tachar de enemigos a todo el que se le oponga, periodistas, científicos e instituciones.

No podemos culpar a esta parte de la población por poner sus esperanzas en la persona que sienten que realmente representa sus intereses cuando estas se han visto pisoteadas un sinnúmero de veces en el pasado. Pero eso no significa que no podemos intentar hacerles ver que ser crítico no es sinónimo de odiar o dejar a apoyar a alguien. Lo que todos queremos es que a más mexicanos les vaya bien, y no vamos a lograrlo estando divididos.

Esto tampoco quiere decir que es hora de ponerse condescendientes con las personas que apoyan al presidente ciegamente, que tampoco son niños. Pero tenemos que encontrar la forma de que como nación no dejemos creer al presidente que puede hacer lo que quiera, tiene que rendir cuentas a todos y con algo de suerte, si comienza a sentir que pierde el apoyo de los mexicanos, empiece a tomar decisiones que sean más benéficas para todos, no que sólo den la apariencia de que podrían ayudar a eliminar la corrupción.