Luis: Saludos a mi amigo Jorge de la carrera de Contaduría generación 2019.
Alondra: Feliz de estar culminando mi quinto semestre de la licenciatura en
Medicina, realmente el tiempo se pasa volando.
Carlos: Espero que todos tengan un bonito día y disfruten de la última semana del
mes de noviembre.
Julián: Saludos a todos los chicos que tendrán departamental de Administración el
próximo 9 de diciembre.
Irene: Le deseo a toda la comunidad UPAEP un excelente inicio de semana.
Gabriel: Espero que todos los alumnos que tendrán examen esta semana les vaya
estupendamente bien.
Fidel: Buen día a todos mis compañeros de la carrera de Negocios generación otoño
2017.
Chayo: Suerte a todos los compañeros de Ambiental que tendrán examen el
próximo jueves.
Isra: Espero que todos los muchachos que realizan deporte multidisciplinar disfruten
las últimas semanas del semestre.
Lore: Le mando un saludo a Rafa de la carrera de Gastronomía generación
primavera 2017.
Mary: Esforzándome al máximo para cerrar con mucho éxito este semestre, éxito a
todos.
Estela: Saludos a Karen Mejía de la carrera de Psicología generación otoño 2018.
Se me perdió este escrito, si usted lo está leyendo es porque ya fue encontrado.
Estas palabras fueron escritas en calidad de préstamo, las saqué del diccionario.
Un poeta escuchó a un poeta declamar un poema de un poeta que había visto estar escribiendo un poema acerca de un poeta que escucha a otro poeta declamar.
Por: Paco Rubín
El gato se miró al espejo y el espejo puso cara de gato. Resulta que este gato era narcisista y le gustó el gusto de mirarse al espejo.
Así vivió sus siete vidas con sus siete noches. El gato no se retiraba del espejo y el espejo no se retiraba del gato.
El gato se puso tieso y con el paso del tiempo se convirtió en estatua de piedra.
La vanidad mató al gato y no la curiosidad como muchos piensan.
Abel García Villagrán
La picadura fue certera y ponzoñosa en mitad de la noche. La sensación y dolor comenzaron como un pellizco que se prolongó por varios segundos a lo largo de su pierna, pero el cansancio lo venció, se quedó dormido sin darle importancia, pero el veneno lo invadía poco a poco recorriendo las venas. Una hora después, el daño ya se había consumado.
Roberto nunca le ha tenido miedo a los insectos y sin temor mata arañas, ciempiés, moscos, piojos, pulgas, garrapatas, alacranes o cualquier bicho extraño que se meta en su casa; algunas ocasiones hasta los agarra con la mano para depositarlos en el jardín y dejarlos que sigan con vida o se metan a casa del vecino.
Viajar a la Ciudad de México era parte de su trabajo, pero en esta ocasión quería experimentar algo nuevo. No se iba a hospedar en un hotel tradicional sin chiste, con los mismos lujos y detalles de siempre. Se puso a buscar en internet. Quería uno de los hoteles boutique que tanto se están poniendo de moda por todo el centro histórico. Se quedó con el que más comentarios positivos tenía en Facebook, además le ofrecían un desayuno americano gratis que fue lo que terminó por convencerlo.
El hotel se ubicaba en la calle de Sullivan, enfrente de una clínica del Seguro Social. El barrio no tenía muy buena reputación y la zona no se veía bien por la muchedumbre de pacientes siempre pegada a las puertas del hospital y los puestos ambulantes. El único lugar para estacionar el auto se encontraba a media cuadra. Tuvo que caminar para llegar a la recepción, pero ya adentro, las instalaciones no se veían nada mal. Parecía un hotel de los años cincuenta, pero se notaba que la remodelación la había realizado algún diseñador urbano con buen gusto y le habían dado nueva vida, con un toque de modernidad que contrastaba con lo clásico de la arquitectura del edificio.
La habitación le despertó un recuerdo inevitable de casa de sus abuelos provocado por los azulejos de cerámica, los muebles de baño y las puertas de madera. Eso sí, la recamara era moderna, llena de colores vivos y pudo percibir un olor a pintura recién aplicada. La cama estaba muy acolchonada, cerca de la ventana, como le gustaba. Dejó las persianas abiertas para poder observar el paso de los aviones que cada sesenta segundos pasaban como un cronómetro interminable. Así, ya en calma, disfrutó las luces de la ciudad mientras veía el movimiento desde el cuarto.
Estaba muy cansado. Decidió no bañarse y mejor acostarse para que le rindiera más la noche; el ruido de sirenas y carros lo arrullaron como un niño. Se quedó dormido como a las diez de la noche. La primera sensación extraña le llegó aproximadamente una hora después. Sintió un fuerte pellizco en la pierna. Pensando que era un calambre, se sobó y se volvió a dormir gracias al agotamiento que sentía. A la una de la mañana, el dolor apareció, pero ahora en el brazo, tocó con cuidado la superficie del colchón, creyendo que algún resorte estaba salido y se le estaba encajando en el cuerpo, pero nada, todo parecía normal y terso. Se sobó lentamente; al rozar la piel, sentía punzadas, pero el sueño le ganaba y cerró los ojos nuevamente.
Lo siguiente que percibió fueron unos pequeños pasitos a lo largo del estómago, hacía mucho calor y atribuyó la sensación a las gotas de sudor que corrían a lo largo de su abdomen. Después sobrevino la punzada más fuerte en la mejilla, primero el dolor y luego el adormecimiento lento de la cara conforme el veneno recorría sus venas. No pudo más. Prendió la luz y caminó al baño para ver qué le estaba pasando. Iba nervioso, tocándose el rostro, sintiendo cómo se iba dilatando el cachete, además de un ardor insoportable cerca del ojo. Frente al espejo del baño, alzó la mirada esperando que solo fuera una pesadilla y no apareciera nada. Ante sus ojos estaba un enorme grano rojo, del tamaño de su dedo pulgar, con un punto negro en el centro, del que emanaba un líquido viscoso. Ni siquiera lo podía tocar, le dolía mucho y cuando lograba tocarlo, una gota como de pus escurría y le quemaba la mejilla, así que decidió no hacerlo más. Era como un barro de adolescente, pero ahora estaba tres o cuatro veces mayor, parecía que iba a estallar frente al espejo.
Metió la cara en el chorro de la regadera, esperando que el agua fresca le bajara la hinchazón. Después de cinco minutos nada pasaba y el grano y el dolor aumentaban cada minuto. ¿Qué iba a hacer al día siguiente? Tenía muchas citas importantes, varios clientes lo esperaban desde temprano. No podía cancelar, se habían planeado con varias semanas de anticipación, además, con eso cubriría sus cuotas mensuales de ventas. Estaba desesperado, buscó en la maleta alguna pastilla para disminuir el dolor. Solo tenía paracetamol, se tomó dos cápsulas y no paraba de regresar al espejo para ver cómo seguía, pero el grano seguía ahí. La cara adormecida, el calor en la mejilla, el líquido escurriendo y el sin nada que hacer en medio de la madrugada en la soledad de su cuarto boutique.
Regresó al dormitorio. Prendió todas las luces, destendió la cama, quitó las fundas de las almohadas, movió el colchón, sacudió las sábanas, revisó en todos los rincones, prendió la luz del celular, alumbró en el piso buscando algo, un insecto, una araña, una chinche, una cucaracha… pero nada, entre más buscaba, más se desesperaba por no encontrar algo arrastrándose por ahí, mientras el ardor le quemaba la cara.
Bajó a la recepción en pijama, quería pedir algún insecticida o alcohol para esparcir alrededor de la cama y matar lo que le había provocado la picadura. Desafortunadamente no había nadie, todo estaba vacío, alcanzó a ver al guardia en la entrada y le dijo que no había personal en la noche y que la secretaría llegaba hasta las nueve. Lo insultó, le mostró la picadura de su cara y vio cómo se aguantó la risa. Al no ayudarle en nada, le preguntó por un botiquín de primeros auxilios o al menos una botella de alcohol y pues tampoco sabía nada, todo estaba bajo llave y él solo estaba encargado de cuidar la puerta.
Decepcionado, regresó a la habitación, se escondió a un lado de la cama y apagaba y prendía la luz, esperando que el bicho o la araña se asomaran con la luz apagada y é pudiera descubrirla al prenderla nuevamente, mientras el grano crecía, y él ya temía que le fuera a salir un Alien o una larva de la cara en cualquier momento. A las cinco de la mañana, cansado y derrotado, se fue a dormir en la tina del baño para intentar descansar al menos una hora y esperar un milagro al amanecer.
Cuando la alarma del celular sonó por tercera vez ya eran las siete de la mañana. Se le había hecho muy tarde, sacó las sábanas de la bañera y le abrió a la regadera sin mirarse al espejo. Dejó que el agua le recorriera la cara, ya no le ardía; con mucho cuidado tocó la mejilla, el grano había desaparecido. Sorprendido, movió la cortina del baño y se miró al espejo. Todo estaba normal, nada en la cara, nada en el cuerpo y solamente las marcas de la desvelada en su semblante y en sus ojos.
Aliviado, se vistió y bajó por su desayuno de promoción, que no se quería perder. En lo que esperaba los alimentos, le contó al mesero de su pesadilla nocturna y este le dijo que quizá era una de las historias ocultas que se guardaban en las habitaciones por ser un hotel tan viejo y con quién sabe cuántos huéspedes a lo largo de más de setenta años de funcionamiento.
—No se angustie mi joven, ya pasó el susto. ¡Está usted vivito y coleando! Buen provecho, disfrute su estancia y alimentos –le dijo.
Ese día las citas y los clientes no le permitieron recordar la experiencia. Por la noche manejó entre el tráfico y regresó a su casa. Ni siquiera se lo platicó a su mujer para que no pensara que estaba loco y lo tomara como una lección por andar experimentando hoteles raros que solo a él se le ocurría visitar.
A muy pocos de sus amigos nos contó lo que pasó ese día. Lo único raro que he notado es que ahora le encanta el olor de la basura y a veces husmea en las bolsas que sacamos a la calle. También lo caché comiendo carne cruda en la parrillada de mi cumpleaños. Cada mañana, saca a pasear a sus perros en frente de mi casa, y he descubierto que, tras recoger el excremento se chupa los dedos. No creo que sea anormal, debe ser por su edad, ¡la gente empieza con cada vicio! Además, a todas las personas mayores como él se les llenan las piernas de vellosidades, aunque las suyas desaparecen al medio día. Debo dejar de preocuparme, siempre ha sido el bicho raro de la cuadra.
Publicación a cargo de la Lic. Yolanda Jaimes Vidal, Coordinadora de Comunicación InternaGrecia Juárez Ojeda, DirectoraCristhian Adal García Hernández, Subdirector, Jefe de InformaciónJesús Del Pozo Sotomayor, Jefe de FotografíaEric Contreras Santos, Jefe de Fotografía DeportivaArlette Sánchez Santos, Editora
ReporterosDafne Ixchel Agüero Medina, Jefa de Sección/CulturaGibsy Sagrario Gonzalez Garcia, Reportera de Proyectos de Impacto Social
OpiniónGrecia Juárez Ojeda, ColaboradoraCarolina Méndez, ColaboradorItzel Reyes Camargo, ColaboradoraRoberto Carlos Pérez Hernández, ColaboradorCristhian Adal García Hernández, ColaboradorJesús Del Pozo Sotomayor, ColaboradorRocio García González, ColaboradoraDiego Efrén Torres Fernández, Colaborador
Diseño y Edición GráficaMa. Fernanda Bretón Vega, CoordinadoraMayra Renne Beltrán Garay, Jefa de DiseñoAmanda Jimenez Cardenas, Jefa de DiseñoMaria Teresa de Jesus Guendulain, Jefa de DiseñoAzalea Hernandez Morales, DiseñadorAzalea Hernandez Morales, Maria Jose Guitierrez Arcega, Miguel Lopez Rosete, Aldo Arturo Gonzalez Ávalos, Rose Mary Susana Figaredo Ilustradores
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