LA TORRE
Rafael Canseco Castellanos
La vida se tornaba más lineal cada día.
Necesitaba un pico o un abismo.
Necesitaba una torre que escalar o un hoyo donde enterrarme.
Miércoles
No duermo bien. Me duelen las piernas al despertar. Cada vez que despierto siento mi vida llena de misterio. No recuerdo lo que soñé, solo tengo pequeños episodios de que algo pasó. La noche de hoy fue distinta, mi sueño se enreda con la realidad y no puedo distinguir claramente donde se separan, recuerdo que en medio de la noche desperté por una sensación difícil de definir. Soñaba con rostros y desperté entre rostros. Ahora los recuerdo, eran rostros humanos, con la boca y los ojos negros, sin expresión, dos rostros y dos cuerpos blancos que circulaban en mi habitación, caminaban en una dirección y veían fijamente en dirección contraria. No me asustaban, parecían familiares. Al despertar sentí que estaba acostumbrado a que habían estado ahí siempre, con sus ropas rasgadas y su cabello blanco, con su expresión fija y sin emociones, profunda y misteriosa pero familiar. Hoy los recuerdo como si fueran parte de cada sueño.
Traje a estas personas todo el tiempo en la cabeza, traté de acomodarlos a alguna explicación y siempre se escurría de la razón, querían existir caprichosamente como un recuerdo, sin principio ni fin, sin explicación.
Conforme iba iniciando mi día los pendientes me impedían investigar a las personas blancas, la rutina arrebato de golpe mi atención. Lo acompañaba el molesto dolor de muelas que me perseguía por descuidar mi salud. El calendario en la pared marcaba 14 de abril,día de abonar a las fechas de pago que se alargaban al infinito, el auto, la renta, la tarjeta, mi peaje por existir volvía a tocar la puerta. Sentía el sucio sabor de la boca al despertar y tan rápido como uno se duerme la vida había empezado una vez más, continuaba su lento pero incesante camino hacia un inevitable final.
Tomé una ducha rápida y después me serví un plato de cereal, no recuerdo el sabor, pero recuerdo sentir el estómago lleno, no necesitaba sentir más que eso. Partí para la oficina, el recuerdo de mis días pasados es vacío desde el momento que salgo de la puerta al momento que la vuelvo a abrir, la vida es más corta que las 24 horas del día,a lo mucho es lo que te resta después de la vida laboral,una vida muerta.
Al llegar vi a las mismas personas en el mismo lugar de siempre, a veces tenía la sensación de que no eran personas, que por alguna razón ellos no tenían una vida, no sentían y sobre todo no pensaban, dudaba si vivían, o mas bien, solo existían. Es curioso cómo pasábamos tanto tiempo juntos y no sabíamos nada de nadie. La verdad es que no me interesaba ni un poco, si supiera algo de ellos siento que le estorbaría a mi existencia, no hay espacio para tanto, o para más de uno. Podía jurar que al terminar el día ellos se guardaban en los cajones del archivero y antes de que yo llegara se activaban una vez más para volver a la misma rutina.
Había sido una temporada baja, la empresa en la que trabajaba se dedicaba a vender climas, mientras me encontraba listo para revisar los pedidos del día, Fernando se acercó a mi lugar antes de que pudiera sentarme.
—Buen día mi Juan, ¿como ves la noticia de que no hay dinero para depositarnos todavía?
Tuve la sensación rápida de que iba a hacerlo por fin, en mi mente pasaba la imagen de que tomaba las tijeras del escritorio y se las clavaba justo entre esos dos ojos separados y ojerosos que tiene, para luego seguir ordenando mis papeles en calma. Todos los días pensaba que tenía que hacerlo.
—No me sorprende, Fernando, me sorprendería que la realidad fuera diferente.
—Sí, cabrón, ¿qué vamos a hacer?, la verdad es que ya estoy harto de ciertas personas de acá, uno que se parte la madre queriendo generar para ganar más y estas personas como están de paseo, les da igual lo que estemos sufriendo, si se hace o no termina valiendo madres siempre.
Esta era la misma plática día tras día, Fernando por lo regular se acercaba para no guardarse sus quejas o para presumir de proyectos con su mamá y su hermano, repetía como mantra que los clientes que llevaba estaban listos para contratarse, pero siempre, por azar del destino, algo pasaba fuera de sus manos y todo seguía igual. Yo asentía tratando de seguirlo, pero en realidad solo conseguía ahogarme en el mar de sus palabras aburridas y grises. Fernando se cansaba de hablar cuando veía que empezaba a dejar de seguirlo con la mirada, dejaba de ir al ritmo de su relato sin sentido y hacía más evidente mi falta de interés, llegando al punto en que se sentía ignorado e iba a quejarse con otra persona.
Nada cambiaba, era vivir la misma vida día con día, y si no era día con día, era mes con mes, esperar a que llegara el dinero para gastarlo, para pagar algo o para tener algo nuevo, innecesario y cuya emoción se desvaneciera al asomar otra cosa. Era esperar el viernes para ir por una cerveza con Xavi al salir de la oficina, pasar el tiempo viendo nuestro celular, hablando de mujeres y de historias que ya hemos escuchado mil y una vez, para reír de lo mismo, para alcoholizarse y volver al principio. Hablábamos del cumpleaños que venía y si íbamos a ir a la fiesta, para siempre llegar a la conclusión de que “quién sabe, ahí veíamos en la semana”.
Ya casi era hora de terminar de hacerme pendejo en la oficina y seguía con la sensación de las dos personas de mi sueño. No era que las sintiera cerca. Era la sensación de calma y hasta de deseo de que existieran, de que no hubieran sido un sueño y que en verdad llegasen a moverme la vida.
Salí del trabajo con un poco más de ánimo del que llegué, por lo regular pensaba en acabar con algún pendiente y caer en mi casa al atardecer. En realidad no disfrutaba de estar en casa, pero la soledad parecía ser el único camino que conocía, o que existía. No por miedo, si no por gusto. Misántropo. La verdad es que sí los odio a todos. Pero no podía odiarlos más que a mí. No conozco una palabra que describa una “misantropía” hacia uno mismo. Me sentía asqueado de mí, qué contradictorio que lo diga después de decirte que odio a todos, si tengo que odiar a todos entonces decido odiarme más a mí mismo, por ego no puedo ser como ellos, somos distintos y me atrapan en su normalidad. Pensar de esta manera no me enferma ni me hace sentir rencor, me hace sentirme tranquilo.
Podría decirte que la mayoría del tiempo estaba en calma, la vida era una línea recta, donde cualquier pico de emoción tenía que ser normalizado hacia un centro frío, esa era la maldición, la tragedia o la alegría eran momentos y nada más, escurridizos como la arena en el mar, caprichosos como el sabor en la boca, indefinidos como el espacio entre las estrellas, eran, y solo eso fueron.
Decidí caminar por el norte hasta que llegué al restaurante de Don Renán. Don Renán era grande y gordo, siempre estaba en su restaurante listo para contar una de sus historias en donde por lo regular involucraba alcohol y mujeres, era una mezcla de tantas historias que sonaban a la misma, aunque muchas veces no las acaba por distraído. Con sus 69 años, Don Renán siempre usaba una gorra con malla y camisas de rayas con botones al cuello, siempre con una bermuda de algún color brillante y sandalias que resaltan las arrugas de sus pies.
—¿Qué pasó muchacho, le pasamos la primera chela o qué? Acuérdese que en algún lugar del mundo ya es hora decente para tomar.
Curiosamente, Don Renán podía sonar tan igual todos los días pero nunca dejaba de sonar a como cuando conoces a alguien nuevo.
—No, Don, muchas gracias, el dinero anda corto y ahorita nomás vengo por mi comida para llevarla a la casa.
—Ah, qué Juan, tan correcto, ni modos, me tendré que tomar la tuya, pues.
—Dale, Don Renán que si no, se le van a juntar con las de mañana.
Tomé la comida que siempre me tenía ya lista Susana, y caminé a casa. La tarde caía y no eran más de las 7.
Caminaba taciturno y a dos cuadras de llegar a casa observe la torre. La torre no estaba por la mañana al salir de casa. Era deforme, era violenta, desentonaba. Su pintura blanca contrastaba con las ventanas oscurecidas, era obscena, no podía ver a través de ella y yo no le podía ocultar nada. Nunca la había notado, no, no es que no la hubiera notado, es que no estaba ahí. Lo sé porque desde hace más de 23 años he tomado el mismo camino. ¿O sí había estado y siempre miro abajo al pasar a su lado? Algo me dijo que siguiera caminando, como todos lo demás, como toda la gente que pasaba a su lado sin decir nada. Pasé frente a ella y después la pasé de largo, mi mirada regresaba al final de la calle.
Jueves
Hoy no dormí bien. No recuerdo qué soñé. Hoy no soñé. Hoy no descansé. La mente vuelve al lugar donde se quedó antes de dormir. Al ir por café a la cocina empecé a escuchar murmullos, los murmullos venían de la calle, pero no se escuchaban directos de la gente. Venían de la torre, la torre tenía bocinas y de ahí salían los murmullos. El sonido se detuvo, no duró más de un minuto. Tomé mi café y volví al cuarto a vestirme. Era extraño, pero no desconocido, no debía cuestionarlo, tal vez en un momento posterior lo entendería.
Caminé de prisa a la oficina. Al medio día nos citaron a todos en la sala de juntas. Nos dijeron que la empresa iba a cerrar. Mi primer pensamiento fue qué iba a hacer en las mañanas, mi día estaba ocupado en su mayoría por el trabajo. Lo odiaba con todo mi ser, pero no quería conocer el tiempo libre, me asqueaba al pensar en tiempo libre, ¿qué iba a hacer? ¿Apreciar la vida? ¿En qué iba a ocupar mi mente ahora? ¿En conocer a alguien? Por un momento la locura parecía una idea tentadora.
Nadie preguntó por qué sucedía esto, éramos unos borregos que no teníamos más que buscar a otro granjero. Todos tenían la mirada perdida, ¿a quién íbamos a obedecer ahora?, no solo en la oficina, si no en la vida, ¿a quién le iban a agradecer por entregarnos dinero a cambio de nuestra vida?, ¿de quién iba a ser mañana?
De un día para otro mi día se llenó de horas, y de espacio, no tenía que volver a ver a Fernando ni a Xavi, y eso me dio consuelo, lastimosamente nos dimos la mano y unas palabras poco comprometidas con la verdad: “espero verte pronto”.
Poco tiempo tuvo que pasar de la noticia para darme cuenta de que estaba en territorio desconocido, realmente nunca había conocido el tiempo libre. Entré a la escuela desde que aprendía a hablar para después no salir de ella, estudié más, y después trabajé hasta el día de hoy. No tenía cultura, ni emociones, ni pasiones, no aspiraba a nada que pudiera estar alejado del trabajo, si quería una casa sería para descansar por las tardes después de la oficina, si quería un auto era para ir más cómodo al trabajo, si quería una familia era para no verla con la excusa del trabajo, y si quería vacaciones era para tomar fuerza para seguir trabajando más. La idea de ser libre me era agobiante por lo nueva y lo desconocida, realmente nunca consideré tomarla porque no sabría qué hacer con la vida.
Al salir de la oficina me dirigí al parque, me senté en una banca y llegaron las personas blancas de mi sueño a sentarse conmigo. Fue un momento natural. El miedo o la emoción no llegaron con ellos a la banca, mi cuerpo se sentía vacío y como si me hubieran seguido toda mi vida. Decidí ignorarlos. El parque se vaciaba, se escuchaba el aire golpear los árboles. Desde el parque veía la torre. No había asombro. No había emoción. No había miedo ni felicidad ni curiosidad. La torre estorbaba a la vista y a la vez era lo único que podía ver. O verme. Volteé la mirada al horizonte, luego al cielo, y luego a mi lado, ya no estaban, como llegaron se fueron, se quedó su sensación, quedaba la memoria y el pensamiento de que habían estado conmigo una vez más, con sus ropas viejas y su olor a usado, sus caras pálidas y sus facciones oscuras.
Decidí pasar a ver a Sofía. Sofía era la parte de mí que atendía mi placer, no sabíamos mucho el uno del otro pero había cierto entendimiento, podía decir que me sentía cómodo con ella, a veces me quedaba a dormir en su casa y por las noches esperaba a que en su sueño profundo nada la despertara, me acomodaba y mi disfrute era verla dormir, tan quieta, tan callada, tan frágil. Sofía era siempre muy amable conmigo, siempre tenía tiempo para mí, me agradaba porque al estar con ella me subía al barco sin rumbo de sus pensamientos, hasta chocar con su cansancio, ella me llevaba por donde quería y yo la seguía sin problemas. Era mi capitán en un barco que no dirigía nadie y no tenía rumbo, la hubiera seguido hasta donde el viento se cansara de empujar.
Esta noche bastó con decirle que no tenía trabajo para que su semblante cambiara y sus manos se volvieran más cálidas; de alguna manera vi el gesto de los demás trabajadores en ella, un gesto de un enorme vacío, pero que supo ocultar rápidamente para llenarme de buenos deseos y oportunidades abiertas. Le comenté de la torre, y pareció evitar el tema. Me dijo que nunca la había visto y busco la salida fácil. Decidí no insistir, y por mientras las personas blancas me miraban al otro lado de la habitación.
Tomamos chocolate hasta que llegó la media noche y Sofía sutilmente me dijo que estaba muy cansada y que deseaba dormir, parecía no tener problema en que me quedara con ella, pero decidí caminar a casa. Salí después de que insistiera que me quedara. La besé en la mejilla y prometí regresar pronto a verla.
Siempre me ha gustado la noche, su fina privacidad envuelve a cualquier momento y te deja aislar la mente, no hay distracciones, no hay atenciones ni tentaciones. Empecé a pensar cómo sería mi vida mañana, al no tener trabajo estaba en algo desconocido, desde pequeño me habían preparado para trabajar hasta que pudiera jubilarme o morir, lo que pasara antes, y ahora estaba en un momento en el que podía levantar la cara y ver la noche, no me hacía feliz la libertad. Me sentí vacío.
Pensé de nuevo en la torre y en los hombres blancos, me preguntaba por qué no había sorpresa de ellos, algo faltaba, los desconocía. Era curioso cómo el vacío de la incertidumbre de no saber nada de ellos me llenaba tanto. Fue la sorpresiva ilusión de libertad, fue la torre, fueron los hombres blancos, fui yo y mi incomprensión del mundo, fue la fantasía y el dolor, fue mi incapacidad, era la soledad.
Desde la noticia me sentí que caminaba al borde de un precipicio que no podía ver, cada paso era incertidumbre total. Un sentimiento de impotencia me invadió, era el ser más pequeño del universo, encerrado y minúsculo a mi cabeza vacía, la gente pasaba a mi lado y la distancia no se podía poner en palabras, vivía temeroso de salir de mi pequeño mundo conocido, mi vista era tan corta que se acaba en mis pies, me gritaba a mí mismo en un silencio torturante, gritos de no poder conocer más, de no saber más, de una existencia vacía donde la ignorancia era mi seguridad, era la muerte más lenta, entramos a la vida para empezar a morir.
No me di cuenta y al siguiente momento estaba ya en casa, la manija de la puerta estaba abierta, habían entrado y habían tomado la cafetera, el televisor; la ropa estaba tirada. Con mucha ironía no le puse seguro a la puerta al cerrarla y caminé entre los vidrios del piso hasta llegar a mi cama, me acosté. Me sentía cansado.
Viernes
Hoy no dormí bien. Al despertar había ruidos afuera del cuarto, caminé hacia la cocina y vi gente sirviendo comida, tenían la apariencia de no ser las personas más higiénicas, nos miramos por un segundo, sus caras no decían nada, sus almas estaban vacías, su corazón se había perdido en el trayecto y solo quedaba una mirada vacía. Caminé al refrigerador a tomar un poco de jugo, solo encontré leche. No nos dijimos una palabra, no había nada que decir, en realidad; no me molestaba su presencia y al parecer tampoco la mía a ellos. Me senté en la mesa y observé el vaso en lo que esperaba a calmar mi sed. Terminé mi vaso de leche. No valía la pena tomar las llaves y sin más salí sin rumbo a la calle.
Entre la gente había más hombres blancos, los encontré en las ventanas, en las puertas, de pie al final de la calle. Todos con la mirada perdida, pero sus caras no eran iguales, el tamaño de sus ojos variaba, el espacio de su boca no era el mismo, compartían la misma ropa rasgada, pero sus caras eran diferentes. Ninguno me quitaba la mirada de encima mientras lo viera, pero no todos me miraban al mismo tiempo, reaccionaron al mirarlos, en cuanto cambiaba mi vista a otro uno dejaba de verme y encontraba la mirada del siguiente. No podía a escapar a sus miradas. Desde la torre salían sonidos sin sentido alguno, paraban, continuaban, subían y avanzaban. Se detenían. Volvían a empezar. Nunca más se callaron.
Pensé en buscar comida por el hábito de pasar cerca del restaurant de Renán, pero le perdí el interés al no sentir hambre, mi sentir estaba vacío, no sentir la necesidad de comer quitaba de encima una inmensa maraña de pensamientos, por ratos me encontraba caminando sin sentido ni dirección, el cansancio no existía en mí. Caminé hasta salir de la ciudad, reaccioné hasta ver destellos en el piso, el camino acababa y la única dirección posible era entrar al bosque. Los destellos en el piso me invitaban a caminar hacia la naturaleza. Caminé, caminé, caminé sin pensar, caminé sin parar. Encontré el atardecer de frente y no tuve otra opción que recibirlo. En el bosque encontré a Sofía, encontré a Renán y a Susana, en el bosque había gente normal, estaban bailando, solo que yo no podía escuchar la música. Tenían expresiones diferentes a la gente blanca de la ciudad, sus caras demostraban algo, pero ya no podía entenderlos. Sus cuerpos y su ropa tenían colores vivos, bailaban y el bosque se movía con ellos, lo hacían vivir. Pasé frente a ellos y no dejaron de bailar, no me vieron. Fui el aire que chocaba con sus cuerpos y no conseguía su atención. Seguí caminando hasta que el bosque me susurró que me detuviera bajo un árbol, me dijo que me sentara y esperara. Esperé mientras las hojas caían en mis hombros. Esperé mientras la tarde se marchó, esperé mientras perdía la vista, esperé mientras la noche caía para no volver a amanecer. Esperé mientras dejaba de escuchar el viento, esperé y dejé de sentir, esperé y dejé de pensar. Esperé hasta que mis ropas se volvieron viejas y mi aspecto no tenía expresiones. Esperé hasta que pude volver a la ciudad donde pertenecía, donde ningún hombre blanco volteó a verme, volví y entendí todo lo que la torre quería decir, volví.