En mi anterior columna hablé de los incendios que continúan arrasando la selva Amazónica, pero esta ocasión me enfocaré en un tema que me pareció merecía más de un párrafo. Sabemos que a la larga a todos nos afectará la destrucción de este hábitat y de todos los que están siendo dañados por la actividad humana, pero hay un grupo de personas que sufren las consecuencias todos los días y a un nivel mayor, los pueblos originarios que viven en la selva.

Sólo en Brasil hay 305 tribus que suman aproximadamente 900 mil personas y todas están en peligro cada día, pero no solamente por los incendios provocados que acaban con su hogar en cuestión de minutos. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, es conocido por su postura nada amigable sobre los pueblos originarios. No ha dejado de buscar la forma de erradicarlos del camino para usar sus tierras en distintos negocios.

Por eso, estas comunidades tienen que pelear todos los días para sobrevivir en un ambiente que se ha tornado hostil y peligroso. Motivados por el discurso de odio del mismo presidente, los intrusos llegan a las zonas protegidas para intimidar y apropiarse del área y los recursos. Constantemente superados en número y armamento, los indígenas que salen a proteger lo que legalmente es suyo se juegan la vida.

Hay muchas personas que están alzando la voz en contra de estos abusos e injusticias, la más reconocida siendo Sonia Guajajara, pero todavía no tienen el alcance que se necesita. Quizá pensemos que Brasil está muy lejos y que lo que pasa allá no es significativo para nosotros, pero no es así. Estar del lado de la víctima siempre será lo correcto. Las formas de ayudar existen, sólo es cuestión de dejar la indiferencia, informarnos y actuar.