De los halagos

-Una respuesta- 

Hace unos días leía en este noble medio de opinión un artículo que no por mucho me dejó pensando. En afán de querer nutrir de nuevas experiencias mi pobre trabajo como columnistas he decidido contestar a aquél artículo que me dio un poco de indigestión.

Mi tocaño sostiene que el halago al ser una muestra de admiración de otra persona hacia ti resulta incómodo en tanto que no sabemos cómo debemos reaccionar. Ante esto surge un problema mucho mayor. Que un halago me incomode o que me produzca desconcierto es generado por un desconecte entre lo que los otros y yo.

Pareciera pues que la imagen que los otros tienen de mí no corresponde con la imagen que tengo yo de mí. Resulta interesante analizar el halago de esta forma. No es que no sepamos reaccionar ante ellos, es que se produce una angustia al no reconocernos en el halago. En ambos casos, se puede remitir a un desorden de la persona.

Tanto de manera psicológica en donde el halago desconcierta en función de una baja autoestima por parte de quien lo recibe. Esta persona no se siente identificada con el halago porque no cree merecerlo o no se siente capaz de tomarlo por verdad.

En un orden metafísico, el yo y los otros se ven envueltos en una disonancia. Primero por las múltiples máscaras que el yo pueda presentar ante los otros, que de esto derive que el yo llebue a desconocerse. Provocando que el yo busque imparablemente una solución, y al no encontrarla se remita a un “gracias”.

Inclusive, en ética –sobre todo en la aristotélica- se considera bueno el recibir los honores con la más alta dignidad y estima. Recordemos que en una ética aristotélica la clave está en el punto medio. Habrá ocasiones en donde el recibir un halago se responda de buena manera con algo más que un “gracias”. Habrá otras en donde inclusive el halago debe de ser ignorado para el bien de la humildad. Ante, la recepción del halago no se puede homogenizar en una sola palabra. Se necesita vivir la situación. Un hombre sano, bueno y prudente sabrá responder ante un halago según la magnitud del mismo.

El halago puede transformarse en vanidad en los dos extremos: al decir solamente “gracias” se está menospreciando a la persona que genera el halago. ¿Debemos agradecer a quién reconoce nuestras cualidades o, más aún, deberíamos reconocer las cualidades de los demás?

Un segundo momento de vanidad es en agradecer a lo que te dicen. No todo halago se puede responder con un “gracias” pues no todo halago deber ser tomado como un favor. Igualmente considerar que, precisamente, como la otra persona no te está haciendo un favor ella no tiene la necesidad de hacerte sentir bien. Un halago es una expresión de ti, desgraciadamente la debilidad y vanidad del hombre toma por halaga solo aquello que resulte conveniente o que exalte a la persona y no la muestra de sus defectos. Que una persona te haga ver tus errores y defectos es sin duda un mayor bien que la persona que solo alaba tus pocas virtudes.

De igual manera, me parece muy vanidoso que, para de alguna manera “entrenarte” al halago te tenga que halagar siete personas. Diría que algo raro hay ahí y que lo mejor sería –como dice Gloria Trevi- visita al doctor psiquiatra.

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