Después de los dolorosos sucesos ocurridos en Culiacán la semana pasada, que tuvieron un desenlace digno de guionistas de ficción, me puse a pensar en el impacto que han tenido las series, que giran en torno a narcotraficantes, en nuestra sociedad, porque más allá de ser buenas o malas, lo interesante se encuentra en el fenómeno que desatan y en el retrato de los delincuentes como figuras a las que algunos pudieran aspirar.
La exploración que se ha hecho sobre los bandos “malos” de la sociedad no es reciente, por lo menos no en la historia del cine, que desde hace años ha llevado a la pantalla historias de gánsteres, aquellos criminales integrantes de una banda, o de personajes a la cabeza de una mafia, como en el caso de El padrino. Todas ellas historias que se hicieron desde mediados del siglo pasado por una generación a la que le tocó vivir escuchando de sus robos y formas de vida.
El surgimiento de historias como El señor de los cielos, El chapo o Narcos no son casos muy distintos a los anteriores, al contrario, son una muestra de que cada cierto tiempo nos volvemos a cuestionar los roles y quiénes son estos personajes cuyas vidas nos parecen alejadas pero a la vez despiertan nuestra curiosidad, pues son quienes, de alguna manera, han puesto en evidencia la capacidad de las autoridades para lidiar con situaciones de violencia y crimen, que no siempre terminan bien, como lo que sucedió hace unos días.
Esta curiosidad de la que hablo es la que nos lleva a un ciclo en el que, seguramente dentro de unas décadas, otros volverán a querer explorar los mismos temas de acuerdo a lo que estén viviendo, porque los contenidos que generamos, programas de televisión, películas, series, libros u obras de arte son todos reflejo de nuestro presente; por eso resulta extraño pensar que las narcoseries, incitan a su público a cometer actos similares a los que ven en pantalla, cuando lo que sucede en realidad es que esos comportamientos ya están dentro de la sociedad y por eso fueron creados, en primer lugar.
Una vez aclarados los puntos anteriores, hay que mencionar que no por eso quedan exentas de un análisis en el que nos preguntemos qué es lo que esas historias están queriendo decirnos, si nos están haciendo pensar o si por lo menos tienen algo nuevo que ofrecer en cuestiones narrativas, porque de no ser así, solo estaríamos contribuyendo a sobreexplotar un género que empieza a propiciar estereotipos, y al final termina siendo un poco de lo mismo que nos han vendido todos estos años.
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OpiniónGrecia Juárez Ojeda, ColaboradoraCarolina Méndez, ColaboradorItzel Reyes Camargo, ColaboradoraRoberto Carlos Pérez Hernández, ColaboradorCristhian Adal García Hernández, ColaboradorJesús Del Pozo Sotomayor, ColaboradorRocio García González, ColaboradoraDiego Efrén Torres Fernández, Colaborador
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