Por: Alejandro Badillo
Es interesante ver cómo el sistema ecónomico en el que vivimos busca remedios cada vez más extravagantes, aparentemente contraculturales, para seguir su dinámica sin cambiar sus engranajes. El eco de inconformidad por el aumento en la pobreza, reflejado en muchas partes del mundo, ha hecho que los grandes empresarios e inversionistas empiecen a hablar de desigualdad, moderar sus ganancias y ser socialmente responsables. Por supuesto, el discurso queda sólo en eso: la competencia voraz y la falta de reguladores eficaces en el mercado hace que los beneficios se queden siempre en los estratos más altos de la población. El ADN del capitalismo, como se puede comprobar leyendo cualquier libro de economía básica, es la acumulación y no la socialización de los recursos financieros y materiales. Sin embargo, de cuando en cuando, ante las evidencias cada vez más palpables de la crisis social y ecológica provocada por un modelo que se acelera cada vez más, surgen modas o tendencias que, supuestamente, buscan despertar a la sociedad y hacerla consciente de los riesgos del modelo económico actual basado en el libre mercado y en el consumo exorbitante.
Uno de estos subproductos, mezcla de superación personal y un concepto que algunos han llamado “capitalismo zen”, es el que presenta el documental Minimalism: A Documentary About the Important Things, disponible en la plataforma Netflix. En el filme vemos la historia de Joshua Fields Millburn y Ryan Nicodemus, los “minimalistas”. Ambos jóvenes se han embarcado en una cruzada por todo Estados Unidos para sensibilizar a la gente de los peligros del consumo desbordado. Joshua y Ryan, después de tener prósperas carreras en el mundo corporativo, descubren que no son felices y se deshacen de muchos de sus bienes materiales para darle la espalda a un modelo de vida basado en el consumo. Por supuesto, después de llevar a la práctica su evangelio, se lanzan a la carretera para promocionar, ciudad por ciudad, su nuevo estilo de vida condensado en un libro: Minimalismo. Para una vida con sentido.
Hay varios problemas con el mensaje que manda Minimalism. El primero es muy obvio: se lucha contra el consumo vendiendo un libro y promoviendo una gira en la que los “inventores” del método se convierten, de alguna manera, en una marca. Otro punto que salta a la vista son las similitudes con cualquier discurso de la llamada superación personal: consejos simples, un mundo aspiracional al alcance de la mano si uno lo desea y, por supuesto, un empaque que apela a las emociones del espectador y futuro consumidor del minimalismo. En todo momento se enfoca el dilema del consumo exacerbado como un problema individual y apenas se hace referencia al sistema de mercadotecnia y financiero que lo sustenta. La salvación que ofrecen Joshua y Ryan es, simplemente, un modelo que promete liberar al norteamericano promedio del estrés, una especie de meditación a través de la moderación en el consumo. A través de las enseñanzas de los jóvenes exiliados del mundo empresarial se puede encontrar el sentido de la vida. Si en las décadas pasadas los yupies buscaban la iluminación inscribiéndose en cursos de yoga, ahora practican la austeridad seleccionando treinta prendas de su guardarropa para combinar sin que sus compañeros de trabajo se den cuenta o viviendo en diminutas casas de un piso salidas de los planos del arquitecto más vanguardista. En lugar de enfrentar el problema del consumo desde la red que lo hace posible, se busca conmover al ciudadano para que lo asuma como un problema personal que debe resolver con buena actitud y disciplina. Si la saturación laboral, el llamado burnout, lleva al límite al oficinista promedio, a través del minimalismo se reconcilia con el mundo y, lo mejor de todo, siente que forma parte de un movimiento positivo.
El último aspecto a destacar en la crítica es la apropiación que hace el capitalismo de nuevos conceptos para disfrazarlos como una novedosa opción de consumo responsable. Si el minimalismo fue, en el pasado, un estilo arquitectónico que buscaba crear espacios amplios y libres de saturaciones, ahora es una manera de salvar al mundo y la estabilidad emocional sin cambiar las reglas del juego. En todo momento los minimalistas parecen sacados del catálogo de cualquier tienda departamental: hay frescura en sus atuendos, manejan un auto que, sin ser ostentoso, es apropiado para la buena vida del suburbio clasemediero estadunidense. Cada uno de los pasajes del documental transmiten la idea de que dejar de consumir no implica muchos sacrificios y que puede ser la nueva moda para compartir con los vecinos. Es interesante pensar, después de ver el filme, que el minimalismo aún puede venderse en Estados Unidos como una tendencia exótica y socialmente responsable. En los países del tercer mundo o el llamado Sur Global, el minimalismo no es una opción sino una realidad: vivir cada vez con menos cosas porque el ingreso familiar no alcanza; habitar departamentos cada vez más pequeños por el encarecimiento de las rentas y la precarización de los salarios. Quizás por eso el gesto de extrañeza de los espectadores menos privilegiados: descubren que, desde hace mucho, han estado a la moda sin saberlo.
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OpiniónGrecia Juárez Ojeda, ColaboradoraCarolina Méndez, ColaboradorItzel Reyes Camargo, ColaboradoraRoberto Carlos Pérez Hernández, ColaboradorCristhian Adal García Hernández, ColaboradorJesús Del Pozo Sotomayor, ColaboradorRocio García González, ColaboradoraDiego Efrén Torres Fernández, Colaborador
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