México es una de las principales potencias turísticas del mundo. En 2024, el país recibió más de 45 millones de visitantes internacionales, superando incluso las cifras prepandemia. Sin embargo, este crecimiento se da en un contexto de inseguridad que no puede ser ignorado. Con más de 30,000 homicidios anuales y constantes alertas de viaje emitidas por países como Estados Unidos y el Reino Unido, surge una pregunta inevitable: ¿cómo afecta la delincuencia al turismo en nuestro país?
A pesar de la violencia, la industria turística sigue siendo un pilar económico para el país. Destinos como Cancún, Los Cabos y la Riviera Maya han logrado mantener su atractivo y registrar cifras récord en ocupación hotelera y llegada de turistas. Sin embargo, aunque la mayoría de los delitos violentos no están dirigidos a los visitantes, la percepción de inseguridad influye en la toma de decisiones de viaje. Para muchos turistas internacionales, México sigue siendo un destino fascinante, pero también un lugar con riesgos.
El turismo nacional enfrenta una problemática aún más evidente. Para muchos mexicanos, viajar por carretera implica temores legítimos ante asaltos, bloqueos criminales y secuestros. En regiones donde la violencia está más presente, como Guerrero, Michoacán y Zacatecas, la baja afluencia turística ha impactado la economía local, obligando a muchos negocios a cerrar o depender exclusivamente de las temporadas altas. También se han visto casos como el de Acapulco, que solía ser un ícono turístico y que hoy enfrenta constantes cancelaciones debido a la crisis de violencia que atraviesa.
El gobierno ha implementado diversas estrategias para mitigar el impacto de la inseguridad en el turismo. Se han desplegado operativos con miles de elementos de la Guardia Nacional en zonas turísticas, se ha reforzado la presencia de policías especializados y se han creado iniciativas como el Batallón de Seguridad Turística. Además, el sector privado ha fortalecido la seguridad en hoteles, aeropuertos y carreteras con protocolos que buscan tranquilizar a los visitantes. Sin embargo, estos esfuerzos no han sido suficientes para cambiar por completo la percepción de riesgo que persiste sobre México.
El país presenta contrastes evidentes en términos de seguridad turística. Mérida y Yucatán han logrado posicionarse como referentes de seguridad, con tasas de homicidio bajas y una economía turística en auge. Los Cabos, que en 2017 era uno de los destinos más violentos, ha mejorado su imagen con estrategias coordinadas de seguridad. En contraste, Acapulco sigue sumido en la violencia, con enfrentamientos constantes y una pérdida de visitantes que ha golpeado su industria hotelera. Destinos como Cancún y Mazatlán han tenido episodios de violencia que han encendido alarmas, pero gracias a respuestas rápidas han logrado contener el daño a su reputación.
México ha demostrado que el turismo puede crecer incluso en un contexto de inseguridad, pero esto no significa que el problema esté resuelto. La clave no es solo reforzar la seguridad en las zonas turísticas, sino atender las causas estructurales de la violencia para que todo el país sea un destino seguro, no solo para los viajeros, sino también para quienes viven en él. El turismo es una de las grandes fortalezas de México, pero su futuro dependerá de qué tan eficazmente se logre garantizar la seguridad. Al final, un país seguro para sus ciudadanos será también el mejor destino para el mundo.