El Mimetista
10/02/2023
Autor: Meztly Aile Méndez González

Alas de la Memoria es un espacio de creación literaria de la Facultad de Humanidades a cargo del profesor Noé Blancas.

Cuento ganador del IV Certamen de Creación literaria Alas de la Memoria 2022.

El reloj marcaba las 5:30 de la mañana, permanecía quieto observando el techo y dialogando en mi interior, algo no estaba bien.

La sábana me quemaba, se pegaba a mi piel, o lo que pretendía ser mi piel, como una costra pegajosa entre los hilos de algodón y el sudor de mis piernas. El calor me sofocaba y resbalaban de mi frente gruesas gotas que acababan en la almohada.

Finalmente me levanté y la perspectiva me sobresaltó; los libreros eran más pequeños, la cama estaba más lejos y la puerta también se había reducido, ¿qué era esta sensación andrajosa? ¿Acaso es posible crecer tanto en una sola noche?

No estaba bien, caminé lento sobre la alfombra, reconociendo mis muebles en la oscuridad de la madrugada. Pronto llegué al espejo y el reflejo débil por la falta de luz mostró la imagen de un maldito. La sorpresa me sobrecogió y me fui de espaldas, en el suelo, sintiendo la alfombra gris bajo mis nalgas, me permití dudar y ser incrédulo. Me apresuré nuevamente al espejo.

La aquejada luz seguía reflejando a ese otro, ese cuerpo delgado, blanquecino, las rodillas huesudas y el halo de fragilidad que emanaba de su apariencia. No di crédito a lo que veía y fui a prender la luz. Quizá con una iluminación decente podía salir de este sueño.

Al iluminarse el cuarto, ahí estaba; la imagen no se había inmutado. Y yo, o lo que sea que fuese yo en ese momento, miraba con asombro a ese otro cuerpo.

Me pregunté si era un alivio, o un castigo, pero me permití dudarlo y recordé la semana pasada que Joel llegaba al trabajo, con su lonchera y el café que llevaba siempre de la cafetería de al lado del edificio, siempre oliendo bien. Saludaba a todos y se sentaba en su oficina al final del pasillo.

—¿Cómo estás, Raúl? ¿Cómo estuvo tu lunes?

—Todo bien, gracias, Joel –contesté amargamente.

Joel no me preguntaba mucho más, y yo no seguía la conversación, era suficiente verlo a través de los ventanales de su oficina refinada, trabajando unas 5 o a veces 4 horas al día, viendo un par de clientes y mujeres hermosas, para después abandonar su oficina y publicar fotografías en toda red social, sobre lo increíble que eran sus días, su apartamento, sus amistades y su dinero.

Todos los días, desde que le conocí, había envidiado su imagen, su pulcritud y su actitud ante la vida. Podía jurar, cada mañana, que si me viera como él, el mundo estaría a mis pies. Ni siquiera hacía falta nacer en cuna de oro porque cuando tienes una buena cara y un cuerpo decente, la vida es mucho más fácil.

Joel lo tenía todo, y no reparaba en mostrarlo, en restregarnos lo perfecto que era aquel mundo en el que vivía sin esfuerzo alguno.

Nuevamente ahí estaba Joel, frente al espejo, encarnado en mí.

—¿Era esta una forma de finalmente obtener justicia divina?, ¿de verdad me estaban prestando este cuerpo? –pregunté para mis adentros.

Caminé al armario y noté que los calzones que tenía eran demasiado grandes ahora, Joel no tenía músculo en las piernas, ni siquiera un poco de nalgas. Algo había de tener.

Salí de la habitación vestido con lo que pude encontrar en el closet, algunas prendas de cuando era más delgado y que en este cuerpo me quedaban grandes.

Camino al trabajo tomé la ruta más lejana y pasé por el característico café que bebía Joel, se sentía como probarse una vida sin tenerla en realidad.

En el trabajo algunos se habían acercado mucho más a mí, y yo notaba la atención que atraía gracias al nuevo aspecto. Joel había atravesado la oficina, muy tranquilo, casi como si nada hubiese pasado, con mi cuerpo y sus ropas apretadas. Atendía gente e iba y venía. Yo trataba de evitarlo.

Los días transcurrían y no me quedaba ropa que usar. Joel había notado su aumento de peso y aparecía por la oficina con ropa nueva y muy elegante. Se veía atractivo, incluso en mi cuerpo.

En algunas ocasiones observe mi cuerpo ser realmente provocativo en la oficina con las clientas, ellas ahora se inclinaban hacia Joel en mi cuerpo tal y como cuando él tenía su propio aspecto.

Yo cada día notaba más los defectos de este cuerpo, la dolencia en las rodillas, las cicatrices en el costado, el vello corporal incontrolable y nuevamente las huesudas piernas. Era difícil vestir este cuerpo y ya no recordaba como lo hacía Joel, pero sin duda no podía pagarlo.

Al paso de semanas me sentía igual que con mi anterior cuerpo. La cara de Joel ahora tenía barros y la barba crecía rápidamente, había desarrollado una barriga flácida y ojeras prominentes. Era asqueroso de ver. Mi cuerpo se pavoneaba por la oficina con el cutis más limpio y luminoso que había visto y en redes me veía teniendo esa vida anhelada.

“¿Cómo revierto esto?”, pensaba muchas veces en voz alta, en la oficina, en el bus y en casa. Era mi frase de todos los días. Todos los días me odiaba. Odiaba a Joel. No quería su cuerpo nunca más.

Despertaba, y Joel todavía estaba ahí.

En el espejo, en el reflejo del charco y de los ventanales, en la pantalla del celular, en las fotos de mi juventud y hasta en las de mi infancia, un pequeño niño pálido y delgado sosteniendo una pelota azul al lado de mi hermano.

Un día, harto de tener que ver a mi cuerpo convertirse en ajeno y en todo lo que siempre había deseado, renuncié a mi empleo. Salí del edificio y caminé varias calles sin rumbo; quería abandonar mi departamento, la ciudad, el país, mi vida. Seguí sin rumbo algunas calles más mientras pensaba a dónde ir y qué hacer.

Entré a un café del barrio donde me encontraba. Me senté en uno de los sillones violetas a esperar el servicio y observé el ambiente. Gente mayor bebiendo café sola, jóvenes en citas y algunas mujeres leyendo, el olor a café me embriagaba y me levanté para observar mejor. Un hombre en el fondo junto a su novia, mucho mayor que yo, bebió ansiosamente un frappe y tocaba la pierna de la mujer.

Era alto, musculoso y con un rostro limpio y armónico. Me acerqué para memorizar su aspecto, pronto advirtieron mi presencia y giraron su mirada hacía mí. Asqueados, preguntaron qué ocurría:

—Solo quería saber si su servicio ha estado bien, soy supervisor del establecimiento— mentí.

Ellos asintieron.

Salí de la cafetería. Volví a casa esperando la noche. Me enredé en las cobijas y dormí.

En la madrugada, al despertar, podía sentir el peso en mis nudillos, las venas en mis brazos y el volumen de mis nalgas. Mi nuevo cuerpo se sentía bien.