Repensando la formación humanista. Parte I. La paradoja del liderazgo.
23/07/2021
Autor: Dr. Juan Pablo Aranda Vargas
Foto: Profesor Investigador UPAEP

El objetivo de “liderazgo transformador” que permea la totalidad de actividades que realizamos en la universidad presenta un problema lógico, a saber, el de la necesaria existencia de su contraparte, esto es, del seguidor. De la misma manera como ocurre con las díadas amo/esclavo y gobernante/gobernado, la noción de liderazgo es ininteligible sin su contraparte, esto es, aquel que sigue, de forma que, si todos son líderes, nadie lo es. ¿Cómo entender la labor universitaria como formadora de líderes sin, al mismo tiempo, contradecir dicho ideal en el proceso mismo de su universalización? Dos caminos se abren para solucionar esta aparente aporía.

Primero, el ejemplo de Jesús quien, en palabras de Nietzsche mismo, operó una auténtica tergiversación del espacio moral. Contrario a lo que Nietzsche acusa, dicha revolución no nace del resentimiento (cf. Max Scheler, El resentimiento en la moral) sino que supone la inserción de la dimensión mesiánica en el mundo. El llamado de Jesús dinamita las convenciones sociales, las distinciones, los prejuicios, aboliendo la ley por medio de su estricto cumplimiento. Esta paradoja del cristianismo encuentra en san Pablo una brillante exposición:

Cada uno en el estado en que fue llamado, en él se quede. ¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te dé cuidado; pero también, si puedes hacerte libre, procúralo más. Porque el que en el Señor fue llamado siendo esclavo, liberto es del Señor; asimismo el que fue llamado siendo libre, esclavo es de Cristo. Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres. Cada uno, hermanos, en el estado en que fue llamado, así permanezca para con Dios […].

Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa (1 Cor 7: 20-24; 29-31).

El líder cristiano no escapa, por supuesto, la recodificación inaugurada por Cristo: así como el esclavo torna liberto en Cristo, el líder es siervo y el siervo líder (Jn 13:13-16), pues en el cristianismo la lógica divina muestra la tremenda estulticia del esfuerzo humano (1 Cor 3:19). Desde esta perspectiva, el llamado al liderazgo puede universalizarse en la forma de un llamado universal al servicio.

Una segunda forma de salir de la aporía del liderazgo, que guarda cierta similitud sistemática con la revolución cristiana, es la que opera a través de la noción de ciudadano, ella misma paradójica puesto que el concepto funde dentro de sí las categorías de soberano y siervo: el ciudadano es soberano en tanto miembro del cuerpo social que se da a sí mismo una forma de gobierno, y es al mismo tiempo siervo de aquella ley que él mismo se ha dado en tanto miembro de la voluntad general. Esta paradoja ciudadana es, en opinión de Rousseau, la que explica la posibilidad de someterse a una ley sin perder la libertad, pues dicho sometimiento sólo puede acaecer como correlato de la autonomía del individuo, en tanto que se da a sí mismo la ley, un concepto que alcanzará su clímax en el pensamiento de Kant.

En el ciudadano convergen las categorías de gobernante y gobernado, paradoja que se soluciona únicamente a través del poder mediado que postula la democracia. El “Pueblo” no actúa nunca directamente, sino únicamente a través de instituciones y asociaciones que articulan la voluntad de una pluralidad de facciones, cuyos intereses se entienden como irreconciliables en un sentido último, lo que para la democracia implica la renuncia a un estadio ideal de cosas—sea en la forma de paz perpetua, fin de la historia o reconciliación última de la humanidad en la abolición de clases—, o en palabras de Ratzinger: “Ni la fe ni la razón prometen que existirá jamás un mundo ideal. Dicho mundo no existe” (Church, Ecumenism, and Politics, 208). La democracia es, pues, para el ciudadano, aquel régimen político esencialmente plural y diverso en el que distintas voces se encuentran en la arena de discusión pública para generar bienes comunes, búsqueda que convive, ineluctable, con la persecución de intereses privados. Esto es lo que Alexis de Tocqueville llamó interés bien entendido (l’intérêt bien entendu), mismo que busca reconciliar las necesarias limitaciones humanas, tanto en lo individual como en lo grupal, y el carácter siempre incompleto, siempre parcial, de cualquier proyecto, con la pulsión, también esencial a lo humano, hacia la trascendencia, (cf. Arendt, The Human Condition, V. “Action”), hacia lo común que se eleva por encima del inmediatismo característico del hedonismo individualista.