Putin y Pinocho, segunda parte
04/03/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Foto: Decano de Ciencias Sociales

En nuestra colaboración de hace una semana hicimos algunas reflexiones sobre la mentira y sobre su papel en la vida de todos nosotros. Siempre nos quejamos de que los políticos mienten, cuando en realidad todas las personas, en algún momento, lo hacen. Pero, evidentemente, la mentira en boca de un político o de un dirigente tiene en general mayor peso y puede además acarrear muy graves males. Y hay que ser realista: no puede conducirse una guerra sin mentir, pues es importante engañar al enemigo sobre los propósitos, metas, fuerzas y capacidades propias. En el caso de las guerras defensivas, es decir, cuando un país es atacado por otro, la tarea de buscar una justificación recae en el agresor, no en el que se defiende. Así lo hemos visto en esta insensata guerra de Rusia contra Ucrania: quien se ha esmerado en buscar cualquier tipo de justificaciones para respaldar su inhumano proceder es Putin, por lo que hace ocho días comenzamos a analizar algunas de las mentiras expresadas en su tristemente célebre discurso del 21 de Febrero. En vista de que no terminamos de analizar sus mentiras, que lo hacen acreedor a ser miembro honorario del “Club de Pinocho”, continuaremos ahora.

En el discurso de marras, Putin olvidó dos de sus argumentos más repetidos acerca de la campaña contra sus vecinos ucranianos: el supuesto “genocidio” contra la población prorrusa del Dombas y los constantes enfrentamientos armados de los separatistas, apoyados por Moscú, y el ejército ucraniano. En lugar de eso, se lanzó a una extensa e inexacta explicación de la historia de Ucrania, concluyendo que la independencia de este país había sido un “error histórico” del Partido Comunista bajo Michail Gorbatschow. Aquí se perdió un poco Putin, desvariando de pronto sobre otros temas, incluyendo, imagínenlo mis queridos, fieles y amables cuatro lectores, una amarga queja sobre el alto precio del agua, la corrupción galopante y la falta de independencia de los tribunales en Ucrania. ¿Entonces, por fin, qué vale? ¿El genocidio o el precio del agua? ¿Invadimos al vecino porque el agua está allá inhumanamente cara?

Antes del discurso tuvo lugar una curiosa sesión del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, en la que Putin jugó dos papeles: el del maestro de historia en la Prepa, que escucha las exposiciones orales de los más borricos de sus alumnos, y el papel de Presidente de dicho Consejo de Seguridad, repartiendo responsabilidades entre los allí presentes. Cada uno de los miembros de dicho gremio hizo uso de la palabra para apoyar al líder Putin, siendo evidente el nerviosismo de muchos de ellos al hablar frente al gran líder y maestro de historia. Cuando alguno de ellos, por culpa del nerviosismo y la memoria traicionera al aprenderse lo que tenía que decir, se salía del guion y decía alguna barbaridad, Putin lo regañaba y lo encarrilaba de nuevo en las líneas del discurso. Uno de los más nerviosos fue Sergei Naryschkin, jefe de los servicios de inteligencia en el extranjero (SWR), quien se pasó de la raya al hablar, entusiasmado, de la incorporación de las repúblicas populares del Dombas a Rusia, por lo que Putin, algo exasperado, lo reprendió, pues eso no se dice en público (se supone, según el discurso oficial, que Rusia hace la guerra para auxiliar a estas pseudorrepúblicas, no para anexionarlas a su territorio). Esta sesión-examen del Consejo se transmitió por televisión, lo que también explica el nerviosismo, la palidez y los errores de los pobres participantes.

Volviendo a las mentiras del discurso, Putin afirmó que Ucrania estaba en el proceso de desarrollar armas atómicas, pero no presentó pruebas. Esto recuerda los grandes esfuerzos del gobierno de Bush Jr. (Bush el xocoyote) para justificar la invasión a Irak, llegando hasta a mentir en la ONU. Los políticos, por lo visto, mienten en grande y en público; nosotros, simples mortales, lo hacemos en privado. Yo, al menos… Pero analicemos esto más de cerca, lo de las armas atómicas, no lo de mis mentirillas inofensivas. Cuando la Unión Soviética se colapsó en 1991, gran parte del arsenal nuclear soviético se encontraba en territorio ucraniano. De pronto, de la noche a la mañana, Ucrania se vio convertida en la tercera potencia nuclear del mundo. Para lograr que Ucrania se deshiciese de todo este enorme arsenal, los Estados Unidos, Rusia y el Reino Unido le entregaron, firmado, el “Memorándum de Budapest” en 1994, asegurándole que su soberanía y sus fronteras estarían garantizadas. Al estar de acuerdo con esto, Ucrania devolvió todas las cabezas nucleares, quedando libre de estas armas en 1996. Así que, si los rusos ahora invaden Ucrania, están desconociendo esta promesa hecha y firmada en 1994, de respetar la soberanía y las fronteras de sus vecinos. Lo que sigue sin probarse es que Ucrania quiera construir armas atómicas. De esto no hay absolutamente ningún indicio.

Otra mentira del discurso putinesco del 21 de Febrero fue la referente, nada menos, que a la democracia ucraniana. El dirigente ruso afirmó, categórico, tajante y convencido, que la insurrección del Euromaidan (el levantamiento cívico pro europeo y nacionalista de 2013-2014, en Kiev, llamado también “Revolución de la dignidad”), no sirvió para llevar a Ucrania ni la democracia ni el progreso. Creo que también aquí incurre Putin en un error. Si analizamos, por ejemplo, el informe sobre el estado de salud de la democracia en el mundo, que hace unas semanas publicó el diario “The Economist” (“Índice de Democracia Global”), veremos que Ucrania de ninguna manera está clasificada como una democracia plena, sino como régimen híbrido (como México, por ejemplo). Sin embargo, desde la revuelta de Maidan, Ucrania ha venido mejorando constantemente sus valores. Por el contrario, los números de Rusia están más lejos, por lo que este país aparece catalogado como régimen autoritario. Y el reporte de “Freedom House” no llega a resultados diferentes: dentro de los países de Europa del Este, Estonia es el mejor calificado, con 84 puntos (democracia consolidada), mientras que Turkmenistán es el peor, con 0 (cero). Ucrania tiene 39 (democracia híbrida o en transición, es decir, en camino hacia la democracia plena) y Rusia reporta 7: régimen autoritario consolidado, es decir, en el sótano del grupo. Estonia, Letonia, Eslovenia, Lituania y Chequia son los mejor calificados. Los peores, según este índice, son Rusia, Bielorrusia, Azerbaiyán, Kazajstán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Apatzingán, por suerte, no aparece en la lista.

Comentemos, para terminar, otra mentira de este discurso, si bien hay más, pero ya es suficiente por hoy: las supuestas “promesas” de la OTAN en 1990. Putin dijo, con total contundencia, que, cuando se discutía la reunificación alemana en 1990, los Estados Unidos le hicieron la formal promesa a la entonces Unión Soviética, de que la OTAN no se extendería hacia el este. Este es el típico ejemplo de una verdad a medias, si bien es cierto que muchos analistas dan por cierto que existió una promesa así, aunque quizá lo hagan debido a la insistencia de Putin por decir que esto así ocurrió y que, por lo tanto, el Occidente ha engañado, de manera aviesa, a la Madre Rusia. Lo único que se puede demostrar es que no hubo, hasta donde sabemos, ningún documento en donde quedara fijado este acuerdo. ¿Hubo una garantía expresada verbalmente por alguno de los actores de ese entonces? Prácticamente todos ellos ya han fallecido, por lo que está algo complicado preguntarles; y lo que dijeron en esa época los que aún viven no siempre concuerda. Gorbatschow, por ejemplo, incluso se ha contradicho en muchas ocasiones. Pero aun cuando hubiese habido alguna garantía expresada de manera oral, no hay forma de constatarlo, ni existen documentos firmados por ambas partes acerca de esto.

Por el contrario: en 1997 se elaboró la llamada “Acta Fundacional de Cooperación Mutua”, después de muy arduas negociaciones llevadas a cabo entre la OTAN, representada por Javier Solana, y el Ministro Ruso de Asuntos Exteriores, Yevgueni Primakov. En las negociaciones también participó –cuando estaba sobrio, supongo- el mismísimo Presidente Boris Yeltsin. Este documento, que se firmó en París el 27 de Mayo de ese año, prescribe la soberanía de todos los Estados para hacerse cargo de su propia seguridad, además de que garantiza la inviolabilidad territorial de todos ellos. Así que la guerra que emprendió Putin en 2008 contra Georgia y la anexión de Crimea en 2014 son claras violaciones a este tratado, que sí está firmado, incluso por la Federación Rusa. Algo importante: este documento abre la vía a la ampliación de la OTAN sin conflictos, por lo que preparó la llegada a la alianza atlántica de ex miembros del Pacto de Varsovia. Por eso es que tantos miembros de aquel bloque soviético están hoy en la OTAN, como las repúblicas bálticas, Chequia, Rumania o Polonia. Nadie debe sentirse engañado. Además, si uno escucha a Putin, pareciera que la OTAN crece y crece y crece, como la verdolaga, cuando, en realidad, su última expansión hacia el este fue en 2004. Hace casi 20 años.  

Como conclusión, podemos ver que, al igual que en la vida cotidiana, la mentira está presente, muy presente, en la política, sobre todo cuando se trata de justificar lo injustificable y se trata de defender posturas indefendibles, como lo ejemplifica Putin muy claramente en su discurso del 21 de Febrero. Es deber de todos nosotros el luchar por preservar las libertades y la verdad, la paz y la justicia, la democracia y el Estado de derecho. Y hay que recordar que no es lo mismo ser pacifista que ser pacífico: el primero, el pacifista, se conforma con que no haya guerra; el segundo, el pacífico, es capaz de luchar en favor de la paz, como parece que ha llegado el momento. La paz, decía San Agustín en su “Ciudad de Dios”, es la tranquilidad en el orden (“tranquilitas ordini”), y no simplemente la ausencia de guerra. Una agresión como la de Putin contra los ucranianos y contra los valores de la paz, la justicia y la democracia, de ninguna manera es justificable ni defendible. Por eso, este tirano ha tenido que recurrir, una y otra vez, a la mentira. Así que, si quisiéramos organizar una procesión de mentirosos, Vladimir Putin iría bajo palio.