Cultura LGTBI+, catolicismo y espacios seguros
22/04/2022
Autor: Dr. Juan Pablo Aranda Vargas
Foto: Director de Formación Humanista

Para mis estudiantes, con quienes discutí estos temas.

 

   Como alguno de mis lectores recordará, hace ya algún tiempo publiqué en este espacio una crítica al artículo que Jorge Volpi publicara en Reforma, intitulado Tu Nombre. En sesiones con mis estudiantes he construido algo así como un caso, utilizando a Volpi para mostrar lo que, a mi parecer, son prejuicios y falacias que se construyen desde la defensa del transexualismo y transgenerismo.

   He platicado estos temas con unos 70 u 80 estudiantes. La gran mayoría, fieles a la comodidad del silencio y al anonimato que la masa otorga, prefieren no opinar. Sin embargo, he podido mantener discusiones extremadamente interesantes con algunos estudiantes, hombres y mujeres, que me parece ameritan una mayor difusión que mi humilde aula.

   Una estudiante lanzó una pregunta que me ha dejado pensando. Asumiendo—con toda razón—que existen miembros de la comunidad LGTBI+ en nuestra universidad: ¿podemos afirmar que somos un espacio seguro para estas personas? ¿Se siente seguro un estudiante homosexual o una estudiante lesbiana dentro de nuestra comunidad universitaria?

   Primero. El debate urge. A mi entender, es claro que muchos estudiantes prefieren simplemente esconder sus preferencias antes que entrar en un diálogo que enriquezca a ambas partes. Sin este diálogo, estamos en peligro de crear islotes dentro de la universidad, grupúsculos de gente que sólo convive con quienes son idénticos a él o ella. Es lo que Gilles Lipovetsky llama narcisismo colectivo. Precisamente esa tribalización de las comunidades humanas es lo que están produciendo hoy las redes sociales, con resultados alarmantes. La incapacidad para salir y encontrarse con el otro es una señal clara de podredumbre social.

   Segundo. El contexto importa. Otra estudiante me dijo esto, y con absoluta razón. Una agresión puede entenderse completamente diferente si se realiza en medio de un ambiente hostil y violento o en uno amigable y respetuoso. El objetivo tiene que ser construir comunidades inspiradas por la fraternidad, la cultura del encuentro, el respeto al otro y a su diferencia.

   Tercero. No olvidar este otro contexto. Somos una universidad católica: se los repetí a los estudiantes. Toda universidad tiene una ideología, un punto de vista sobre la persona, la comunidad, la política, etc. A nadie se le engaña—un estudiante tendría que ser ciego o estar dormido para no enterarse de que ha entrado a una universidad con un fortísimo componente católico. El estudiante debe estar consciente del lugar donde está, y debe esperar que dicha cultura que anima los esfuerzos de la universidad permee los espacios de diálogo, de análisis y de reflexión. Hay que insistir aquí: ningún estudiante puede llamarse a sorpresa respecto a este componente, que es, por lo demás, indispensable para cualquier grupo humano y, por ende, para toda universidad.

   Cuarto. Somos minoría. Esta es una idea que he discutido con mi querido Jorge Medina desde hace años. En ocasiones parece que damos por sentado que los estudiantes piensan más o menos como nosotros. Caemos en la trampa de ver en los comentarios de los estudiantes una secreta afinidad que, una vez que nos sentamos a hablar con ellos, desaparece. Nada más lejos de la realidad que asumir el catolicismo como la regla o la mayoría: nuestros estudiantes son en sí mismos un abanico complejísimo de posibilidades, preferencias, puntos de vista y creencias. Para nadie debe ser noticia que tenemos en nuestros salones una cantidad importante de personas homosexuales y lesbianas.

   Cinco. No es evidente que seamos un espacio seguro. El hecho mismo de que a veces pase un curso entero sin que nos demos cuenta de que tenemos estudiantes con estas preferencias parece mostrar, precisamente, el problema que quiero discutir. La pregunta apremia y se impone como una losa sobre nosotros: ¿hemos creado una comunidad fraterna donde la persona es recibida y respetada independientemente de sus preferencias, gustos, colores e ideas? ¿Se sienten todas y todos nuestros estudiantes seguros de mostrar quienes son dentro de los espacios universitarios o, por el contrario, temen represalias, bullying, acoso y otros tipos de violencia de parte de sus pares o, peor, de los profesores, administrativos y directivos de la universidad?

   Seis. Un modelo. Partamos de nuestra identidad. Precisamente porque somos una universidad católica, nuestros pasillos deben ser de absoluta seguridad, respeto a la dignidad de las personas y protección de los más débiles. En nuestra comunidad debe hacerse viva la palabra de Jesús sobre el distintivo cristiano: “Mira cómo se aman”. Esto no es óbice, por supuesto, para hacer una crítica respetuosa y enérgica sobre toda temática que alguien quiera abordar. La libertad de crítica, opinión y debate debe ser absoluta.

   Vivir en una cultura de encuentro nos exige confrontar al estudiante, mirarlo a los ojos, volvernos prójimo. De algo me convencieron estos intercambios con mis estudiantes: no son pocos los que sienten que lo mejor que pueden hacer en nuestra universidad es cerrar la boca y no presentarse con su propia identidad. Esto es grave. No caigamos en la normalización de una cultura del silencio, donde algunos temas no se tocan—o se discuten tan doctrinariamente, sin capacidad de apertura al otro, que el otro queda inmediatamente silenciado. La verdad brilla con luz propia, pero no aplasta a quien la contempla; el yugo es suave y la carga ligera. El encuentro con la persona de Jesús no puede estar marcado por el miedo, la incomodidad, la sensación de extranjería o aislamiento; tiene que ser un encuentro con el amor que se dona a sí mismo por completo.

   Y permítaseme insistir, para que no quede duda: no soy partidario de dar un espaldarazo al relativismo; soy crítico y me gusta la polémica, pero esto nada tiene que ver con el encuentro con la persona, con la caridad que se exige para con todos, así como con la obligación de generar mejores culturas dentro de nuestra universidad. Estoy convencido de que se han dado muchos pasos en la dirección correcta, sin embargo, no podemos celebrar hasta que el último de nuestros estudiantes se sienta en casa, en familia, al cruzar nuestras puertas.