¿Dónde está nuestro peso?
Una de tantas frases potentes y geniales que san Agustín escribió en sus Confesiones es la siguiente: “mi amor es mi peso, él me lleva doquiera que soy llevado” (“pondus meum amor meus; eo feror, quocumque feror”, Conf., XIII, 9).
El peso hace que las cosas se inclinen hacia un lado, pensemos, por ejemplo, en un automóvil con pasajeros sólo de un costado. El peso y la masa –sin meternos en líos de mecánica relativista o cuántica– explican por qué los soles atraen a los planetas, y los planetas a los satélites y los mantienen girando en sus órbitas; el mayor peso, en uno de los extremos del subibaja, explica por qué el otro es elevado.
También en nuestro corazón hay convicciones cuyo “peso” hace que nos decantemos a la hora de actuar. Eso que pesa es, justamente, lo que más amamos. Hacia esa equivalencia apunta san Agustín. Es un enfoque pragmático del amor. Es decir, si quisiéramos saber la escala de amores –valores– de alguien deberíamos ver qué “pesa” más en la balanza de sus decisiones, qué determina una elección, ya cotidiana ya trascendente.
Pues también en el ámbito de la educación sucede algo similar al corazón de las personas. En efecto, yo puedo acercarme a las instituciones de educación y ver su ideario. Allí, nadie lo duda, están expresados sus valores, sus amores, sus propósitos y su misión; por tanto, una vía legítima para conocer a una propuesta pedagógica es comprender y aquilatar su teoría. Por otra parte, también puedo conocer una institución educativa e intuir sus valores, si reviso sus “pesos”. En efecto, ¿qué cosas pragmática y cotidianamente pesan más que otras? Esta segunda aproximación consiste en palpar la praxis. A esta praxis la denominaré, lato sensu, gestión educativa.
Por tanto, aquí tenemos los dos polos: lo que pretendemos (ideario) y lo que realmente hacemos (gestión). En la medida en que la distancia entre ambos sea menor, las instituciones educativas son más sinceras, más claras, más sanas. Dicho sea de paso, nunca dejará de haber distancia. No somos perfectos y siempre hay un gradiente de incongruencia e insatisfacción, siempre hay un motivo para mejorar y crecer.
En una aproximación que estuvieron trabajando Paola Ochoa y Mónica Cortiglia definían la Gestión Educativa como “el actuar organizado, habilitado, orientado y evaluado que cada integrante de la comunidad UPAEP, y todos en conjunto, llevamos a cabo potenciando la docencia, la investigación y la extensión para crear corrientes de pensamiento y formar líderes que transformen a la sociedad.” Gestión, en ese sentido, no la hacen sólo algunos: los de arriba; los directivos; los políticos; los administrativos… La gestión la hacemos todos: los estrategas, los financieros, los docentes, los investigadores, los administrativos, los directivos, los tutores, los que buscan la innovación de los aprendizajes, los que proveen de recursos bibliográficos, los que facilitan procesos, los que habilitan sistemas, los que evalúan momentos y elementos, los que visualizan oportunidades, los que emprenden proyectos de crecimiento, los que nos vinculan con el entorno… Repito: la gestión la hacemos todos.
Dicho esto, se abren varias interrogantes. Más allá del ideario, más allá del lema, la misión y la visión… o si se quiere, “más acá” de eso, ¿qué realmente “pesa” en nuestra gestión cotidiana? ¿El resultado o el proceso? ¿El aprendizaje o la enseñanza? ¿La calificación o la evaluación? ¿El trabajo colaborativo o el afán de salir en la foto? ¿La mejora continua o los reportes? ¿La cantidad de publicaciones o la calidad de las mismas? ¿La opinión favorable o el costo de tener una identidad? ¿El beneficio de mi área o el mayor bien para la Institución? ¿El poder o la autoridad? ¿Lo que agrada o lo que desafía y hace crecer?
En medio de los polos de las preguntas anteriores seguro hay una escala de grises. Tampoco creo que todos en la Universidad las contestemos igual: hay áreas más maduras que otras; hay personas más comprometidas que otras. Lo cierto es que para todos es sano cuestionarnos, porque nuestros actos, nuestras decisiones y nuestro modo de gestionar esta hermosa Institución muestran nuestros “pesos”… y nuestros pesos, nunca lo olvidemos, revelan nuestros auténticos “amores”.