La participación política
13/12/2022
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Decano de Ciencias Sociales

Desde hace unos años, somos testigos de la aparición de un fenómeno que ya se ha puesto muy de moda: se trata de la creencia muy generalizada de que la participación entusiasta de la población en todo tipo de actividades políticas y sociales es una especie de “Bálsamo de Fierabrás” para resolver los problemas de las democracias que, como la nuestra, son aún jóvenes e incipientes. Muchos dan por sentado que los ciudadanos de países democráticamente más avanzados que el nuestro participan de manera más activa y entusiasta en los procesos de su vida política. De hecho, se escucha cada vez más frecuentemente hablar de un término muy vago y de difícil definición, ligado con el fenómeno de la participación: la llamada “democracia participativa”, que tiene diferentes raíces y connotaciones y que expresa la idea de ampliar los mecanismos de integración del Estado y de acercar la democracia a la sociedad, pero cuyos mecanismos no siempre están claros, por lo que los resultados no siempre coinciden con las expectativas. A esto se agrega un elemento más en el discurso político: la preocupación por los problemas de la gobernabilidad. Y es que, por ejemplo, al parecer ya sabemos en América Latina cómo elegir a nuestros gobernantes; lo que aún no sabemos es cómo controlarlos, como fortalecer las instituciones, como evitar el arribo de tiranos y de demagogos y deponerlos por vías institucionales. No todos los países en nuestra región pueden tener la suerte de que sus poderes políticos se controlen mutuamente, como ocurrió en Perú, en donde el Poder Legislativo pudo controlar al Ejecutivo con mucha tranquilidad, como se puede ver en la sesión en la que se discutió el caso del Presidente Castillo. Una situación así, de discusión decente en el Congreso a pesar de lo crítico de la situación, sería impensable en nuestro país, en donde el Presidente de la República y su partido acusan a sus opositores de traidores a la patria cuando no hay coincidencia en algún tema.   

Es por esto que externaremos algunos comentarios sobre lo que es la participación política y sobre la relación que guarda con las condiciones de gobernabilidad de una sociedad que busca consolidar y defender su democracia. Ya desde la década de los sesenta del S. XX empezó a cobrar importancia la discusión en torno a la participación política, al mismo tiempo que se prestaba mayor atención a conceptos tales como calidad de vida, emancipación, progreso, solidaridad internacional y democratización. De ahí la frase de Willy Brandt (1913-1992), ex canciller de la República Federal Alemana, respecto a “atreverse a más democracia”. En la actualidad, en Europa, por ejemplo, junto a conceptos tales como participación política, buen funcionamiento de las instituciones, reconocimiento del bien común en una sociedad plural, entre otros, se manejan otros tales como el hartazgo de la política, el multiculturalismo, el racismo, el nacionalismo, etc.

Como ocurre con otros conceptos en la Ciencia Política, el de la participación política entraña ciertas dificultades, pues no existe una concepción unívoca que lo caracterice, además de que resulta complicado acotarlo y precisar sus alcances y diferencias frente a otros tipos de participación como la social, la ciudadana, la comunitaria, etc. Esto también depende del concepto que manejemos de “política” y de “democracia”, pues, por ejemplo, si por aquella entendemos una “lucha por el recto orden” en el amplio sentido de política de bien común, entonces toda participación merecería en última instancia el adjetivo de “política”. Por el contrario, en el caso de que circunscribamos el término “política” a la actividad partidista de acceso al poder, no toda participación podría calificarse como tal. Es por eso que Sydney Verba y Gabriel Almond desarrollaron en 1963 una tipología para las diferentes graduaciones de la “cultura cívica”, entendida esta como la voluntad explícita de los individuos para participar en los asuntos públicos. Después de clasificar la participación cívica en “parroquial”, “subordinada” y “participativa”, veían en esta última la verdadera forma de participación y la única que le podría dar estabilidad a la democracia. Esto se relaciona con la idea de asumir cada quien una parte de la responsabilidad en el manejo de las riendas del devenir político, pues cada ciudadano puede hacer oír su voz, organizarse y demandar bienes y servicios del gobierno, a la vez que es consciente de sus obligaciones y responsabilidades. Es decir, se trata de ejercer influencia sobre las decisiones políticas y de vigilar su correcta aplicación en los hechos. 

Para comprender la esencia de la participación es necesario distinguir entre participación política en sentido de la colaboración en los procesos políticos y participación política en el sentido de tomar parte de los bienes materiales y culturales de una sociedad. Sin embargo, hay que anotar que en las teorías del desarrollo más modernas se busca relacionar estrechamente ambos aspectos de la participación política, añadiendo incluso un tercer elemento, a saber: la activa participación de la población en el proceso de desarrollo. La palabra “participación” nos indica que se está “tomando parte”, pudiéndose distinguir una concepción instrumental y una normativa de la participación política. Hablamos de un enfoque instrumental al referirnos a todas aquellas formas de participación política que llevan a cabo los ciudadanos de forma voluntaria, y sea personal o colectivamente, con el fin de influir directa o indirectamente a su favor en las decisiones políticas. Por lo tanto, se toma parte, se consideran valores y se defienden intereses. Los destinatarios, en una democracia, son quienes toman las decisiones políticas en las diferentes áreas y niveles del sistema político. Por otro lado, para el enfoque normativo la participación adquiere otra calidad, pues no solamente es un medio para un fin, sino también un objetivo y un valor en sí misma. En este sentido además de ejercer influencia en la marcha de la comunidad y de representar intereses legítimos de la misma, es parte de la realización personal del ciudadano en la gestión del bien común, es decir, es parte de la actividad política, de la lucha por el recto orden. Así, el enfoque instrumental de la participación está orientado hacia el conflicto y posee un carácter más individual, mientras que el enfoque normativo se orienta hacia el consenso y es comunitario y expresivo.  

Las formas en que se puede llevar a cabo la participación política son muy variadas, puesto que abarcan desde acudir a emitir el voto hasta el de ejercer un cargo público, pasando por actividades incluso violentas o, por el contrario, de desobediencia pacífica. Es por eso que en cuanto a la tipología de la participación política es posible distinguir entre las siguientes díadas: 1) entre la participación representativo-democrática y la participación de democracia directa; 2) según el grado de la vinculación institucional, entre la participación garantizada por la constitución y la no garantizada; 3) según el status legal, entre participación legal e ilegal; 4) según el grado de reconocimiento público, entre participación convencional y no convencional. 

Esta diversidad de opciones coloca al ciudadano evidentemente ante situaciones distintas en cuanto a inversión de tiempo, dinero y esfuerzo, de intensidad y contundencia en cuanto a los objetivos que se persigan, y de responsabilidad ética frente a sí mismo y frente a los demás. Partiendo de que la forma más general, sencilla, igualitaria y barata de participación política es la emisión del voto en elecciones, se ha observado que el grado de participación y de compromiso depende en gran medida de la situación socioeconómica de la persona: a un nivel socioeconómico y cultural elevado corresponde generalmente un interés igualmente elevado por la participación, además de que se amplían las posibilidades y los canales de participación que están a disposición de los ciudadanos, por lo que es mucho más posible que se alcance el éxito en la acción que se emprenda.

La diferente cultura política explica en gran medida que la participación, particularmente en elecciones, se entienda de manera distinta no sólo entre personas de diferente nivel socioeconómico, sino incluso entre países, pues, por ejemplo, en los países industrializados se entiende por lo general a dicha participación como una obligación ciudadana, practicándose fundamentalmente con intención instrumental. Sin embargo, se observan cambios significativos en la forma de participar de los ciudadanos en muchos países. Por ejemplo, desde la “Revolución participativa” de los años sesenta y setenta se ha observado en los últimos años un retraimiento en las formas convencionales de participación, a la vez que se incrementa la participación no convencional y de democracia directa. Además, parece haber ciclos en la conducta participativa, pues a las épocas de gran participación pública siguen tiempos de retiro a la esfera privada. Es por eso que, en muchas sociedades, los ciudadanos se acercan cada vez con mayor interés a organizaciones no gubernamentales o intermedias de la sociedad civil, al tiempo que se alejan de los partidos políticos y de la participación en elecciones, incluso como simples votantes, como consecuencia de la pérdida de confianza en algunas instituciones políticas, como los partidos políticos y los diputados, por ejemplo. 

Nuestro papel como integrantes de una universidad humanista de inspiración católica nos coloca sin lugar a dudas en una situación de gran responsabilidad, pues nuestra tarea es no sólo pensar y enseñar a pensar, sino también comunicar a nuestros conciudadanos los frutos de nuestras reflexiones y estudios, por lo que debemos animar a todos a participar en las decisiones políticas, a informarnos de lo que ocurre, a desarrollar un pensamiento crítico frente a los demás y frente a nosotros mismos, y a estar en un estado permanente de sana insatisfacción, en busca siempre de la perfección, de la verdad y del bien; ciertamente podrán ser inalcanzables para nuestras humanas limitaciones, pero son un acicate para el pensamiento, la acción y la esperanza.

Deseo a mis fieles y amables cuatro lectores una feliz Navidad y un año 2023 pleno de bendiciones, pero con que sea mejor que el que está por terminar nos daremos por bien servidos.