Mantenernos jóvenes
Miguel Hernández fue un fabuloso poeta español, considerado por algunos como exponente de la generación del 36 y por otros como el epígono de la del 27. Apenas vivió 31 años, murió de tuberculosis. Fue un genio. Su estilo es sobrio y recio, su vocabulario evoca el campo, conmueve.
Dicen unos versos de Miguel Hernández:
Sangre que no se desborda,
juventud que no se atreve,
ni es sangre, ni es juventud,
ni relucen, ni florecen.
Cuerpos que nacen vencidos,
vencidos y grises mueren:
vienen con la edad de un siglo,
y son viejos cuando vienen.
La juventud siempre empuja
la juventud siempre vence,
y la salvación de España
de su juventud depende.
Muchas cosas están contenidas en estos versos: que la juventud está más en la actitud que en la edad; que la juventud está marcada por el sello de la osadía; que la vejez comienza cuando nos asumimos derrotados; que la juventud es florecimiento; que la juventud es empuje; que la juventud, por su temple o por su terquedad, por su brío o por su esperanza, siempre vence; etc.
Un estudiante es joven de edad, ¿pero es joven en el sentido que señala el poeta? Y esos caracteres que señala Hernández, ¿han de ser exclusivos de los estudiantes? ¿No acaso un auténtico académico, que busca incansablemente la verdad, que protesta ante la injusticia, que despierta corazones, que inflama voluntades, que desafía razones, debe mantenerse joven? ¿Se puede ser universitario en el pleno sentido de la palabra sin ser joven en el sentido que propone Miguel Hernández? Pienso que no.
Si un externo me preguntara cuáles son, a mi juicio, las “claves” por las que la UPAEP ha llegado en apenas 50 años a donde ha llegado… tendría que señalar entre otras a la “juventud”. En efecto, la comunidad es pujante y valiente, por remedar al poeta, diría, es una juventud que se atreve y una sangre que se desborda. En las aulas, en los pasillos, en la cafetería, en la biblioteca aún quedan fogatas de pasión e ilusión, puñados de personas tercamente esperanzadas, tercamente empeñadas en cambiar el estado de cosas. Cierto, no todos en la Universidad “somos jóvenes”. Y los que no lo seamos debemos hacer lo posible por desaprender la negatividad, la desesperanza, el confort, la mediocridad. Esta Institución no está hecha para los “vencidos” y los “grises”.
No malinterpretemos al poeta: vencido y gris es todo aquel que muere en vida, que vive muerto. Que mata ilusiones e innovaciones con el aplastante recuerdo del: “ya lo intentamos y no salió”, “hace años nos planteamos eso y nunca lo logramos”… Los jóvenes nacen cada día, y cada día es una nueva oportunidad. Y para ellos el mañana es más grande que el ayer.
Dos cosas no olvidemos nunca: Esta Universidad fue fundada por jóvenes. Jóvenes que convencieron a toda una sociedad. ¡Cuán cierto es que de una juventud depende la salvación de un pueblo!
La segunda cosa a no olvidar son las palabras con que comienza el himno medieval universitario: “Gaudeamus igitur / iuvenes dum sumus” (“Alegrémonos, pues / mientras seamos jóvenes”). Porque el síntoma de la juventud es la alegría. Porque cuando se sueña alto, se desborda la sangre, se florece, se empuja y se vence, una profunda alegría y satisfacción invade el corazón y se dibuja en el rostro.