Consideramos que la muerte es aterradora y hablamos de ella como si fuera alguien que nos persigue a todos los seres vivos, humanos o no humanos; la muerte parece ir detrás de nosotros a cada paso y entre más racionales somos, más conscientes estamos de nuestra existencia, más miedo le tenemos. Podemos decir que le tememos a la muerte de las personas a nuestro alrededor, de quienes amamos y admiramos, y parece que no somos los únicos, tanto así que diferentes religiones han prometido la vida eterna.
Sin embargo, en este texto no pretendemos hablar de dichas religiones, sino de un movimiento que podría prometer lo mismo, el transhumanismo; del cual algunos autores dirían que se asemeja a una religión, porque les promete una vida eterna también, la posibilidad de no morir, pero ese es otro tema. Según los seguidores más extremos del transhumanismo, la mayor meta de este movimiento es la posibilidad de dar una vida eterna, alejada de la vejez, a veces incluso del cuerpo, ser capaces de preservar la mente en una máquina, donde las desventajas que el tiempo puede ocasionar en el cuerpo se disipen.
La idea no es novedosa desde el punto de vista histórico. Porque muchos han pensado en la posibilidad de no tener que morir o extender la vida lo más posible. Por más contradictorio que suene, la idea de escapar de la muerte de manera indefinida es, también, terrorífica, porque “cambiar de vida no la rejuvenece [es decir], nunca podríamos volver a ver el mundo con ojos nuevos” (Diéguez 2017, 129). Pero esto es aún más doloroso que imaginar la muerte de un ser querido. Pensar que podría cansarme de sentirme bien y podría cansarme de sentirme viva cada vez que hago algo nuevo, es desgarrador y, peor aún, es desgarrador imaginar a los amores de mi vida perdiendo la pasión por sentir, conocer, leer, vivir. Lo que nos recuerda la historia de Andru Martin en El hombre bicentenario o lo que le ocurrió al oficial Paul Edgecomb en Milagros inesperados.
A pesar de identificar nuestro apresurado rechazo a la inmortalidad, una de sus propuestas sigue llamando nuestra atención: “alejado de la vejez”. Imaginar la muerte por vejez, pero sin envejecer, suena contradictorio y podría proyectar en primera instancia escenarios terribles como los planteados en Un mundo feliz de Aldous Huxley; sin embargo, pensamos más bien en un ser querido que ahora apenas puede caminar y a veces llora del insoportable dolor en su espalda y articulaciones. Una vez más, el problema no es nuevo. A lo largo de la historia se ha reflexionado sobre la vejez desde distintos puntos de vista.
Pensamos constantemente acerca de la vejez y la humanidad en ella, y nos preguntamos qué debemos considerar cuando hablamos de ella, si acerca de su valor o de su utilidad. No nos atreveríamos a decir que deberíamos apelar a la misericordia con el fin de buscar una vida sin vejez, pero nos preguntamos si sería una falacia, en primer lugar, o si más bien son los sentimientos y las sensaciones lo primero que hay que tomar en cuenta para desglosar la vejez.
Nos cuestionamos si a través del transhumanismo es posible volver amable el envejecimiento del cuerpo, y de ser así, qué implicaciones tendría y qué deberíamos priorizar en estas.
Pese a las grandes promesas antes presentadas sobre el transhumanismo, el gran problema que vemos es que aquellas brillantes soluciones a los malestares que nos acompañan a cada ser humano existen detrás de un velo de incertidumbre. La creación de esta tecnología que permita preservar a las personas al punto de evitar su muerte, es algo salido de los grandes libros de ciencia ficción. De hecho, esta es una de las grandes críticas: que aquello que promete está más cargado hacia el lado de la ciencia ficción que de la realidad; son promesas desmedidas, dicen algunos. Es por ello, que se pueden hacer hipótesis magníficas y grandilocuentes sobre los milagros que pueden llegar a ser creados. Pero tratando de pensar en las promesas del transhumanismo como algo seguro, habría que considerar también las consecuencias de ellas. Cuestiones acerca del dinero, la explotación de recursos y las nuevas diferencias de clases sociales que se generarían, etc., todos son problemas que pueden adquirir una nueva gravedad con el transhumanismo. Suponiendo, en efecto, que pudiésemos depositar nuestro cerebro en una máquina y “seguir viviendo” (suponiendo que se pudieran conservar nuestros recuerdos, etc.), todavía tendríamos el problema de que, realizar dichos procedimientos serían muy costosos y no estarían al alcance de todos.
Sería torpe imaginar que, en un mundo donde la tecnología permita una existencia prácticamente perpetua de las personas, éstas no usarían dicha inmortalidad para oprimir a las demás personas, principalmente aquellas que no tienen acceso a esta milagrosa tecnología. El superhombre de Nietzsche se haría una realidad temible, un ser que no necesita más de aquellos constructos sociales de los cuales su limitada mortalidad se aferraba para encontrar sentido (y a veces, justificación para hacer el bien). ¿De qué serviría vivir tantos años o incluso no morir?
El transhumanismo, en cuanto herramienta para el mejoramiento de la calidad de la vida de las personas, parece ser una idea excelente y que valdría la pena seguir investigando. Sin embargo, si el transhumanismo no llega a concretar su promesa acerca de la ascensión de la humanidad hacia algo mejor y se queda en una distopía tecnocrática extrema, sería a nuestro parecer una de las mayores tragedias que podrían ocurrirle a la humanidad dentro de los próximos siglos.
Es necesario reconocer que, para que el transhumanismo funcione de manera ideal, habrá que superar el gran trecho que representa la avaricia y el hambre de poder que llegan a tener las personas. Muchas veces en la historia se han dado casos donde grandes invenciones y avances tecnológicos son revelados, y con el paso del tiempo estos son privatizados o reservados para el uso exclusivo de ciertos países o individuos. Por estas razones, si las promesas antes presentadas por el transhumanismo no son accesibles para cada persona en el mundo, sería una de las mayores injusticias cometidas en la historia de la humanidad.
El transhumanismo, en efecto, representa una de las mayores promesas para el futuro de nuestra especie. Pero a su vez, puede ser considerado como una de las mayores amenazas hacia los derechos humanos en un futuro próximo, pues si no se trata de manera ética y con bisturí respecto de las limitantes de los procesos tecnológicos involucrados, derechos tan fundamentales como el de la vida pueden llegar a ser transgredidos (¿se puede tener derecho a la vida, pero no a perpetuarla?).