Cultura política y democracia
08/08/2023
Autor: Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Cargo: Profesor Investigador Escuela de Relaciones Internacionales

Hace unos días, el 21 de julio, la organización “Latinobarómetro” dio a conocer su estudio anual correspondiente a este año 2023. Esta corporación privada sin fines de lucro tiene su sede en Chile y publica anualmente una encuesta de opinión a partir de los datos recopilados gracias a aproximadamente 20 000 entrevistas realizadas en 18 países latinoamericanos. En Nicaragua no se levantaron encuestas, debido a que el peligro de que los encuestadores acabaran en la cárcel era demasiado alto como para arriesgarlos. En Cuba no se pueden levantar encuestas de este tipo, por supuesto. El objetivo de estas publicaciones de la organización chilena es mostrar el desarrollo de las democracias de la región, de su economía y de las sociedades, empleando indicadores tales como las actitudes, las opiniones y el comportamiento. Esto es, lo que hace el “Latinobarómetro” es estudiar la cultura política de los países latinoamericanos; podemos entender bajo este concepto –la cultura política- a todo ese conjunto complejo de valores, actitudes y opiniones de una sociedad y su influencia en lo político, es decir, se trata de ver cómo los rasgos de la personalidad de una nación o de grupos representativos de la población influyen en la política y en la concepción de lo que es la política.

Existen otros mecanismos similares en otras regiones del planeta: en Ghana, por ejemplo, está la sede del “Afrobarómetro”; y en Europa existe, para medir las diferentes variables de la cultura política en el viejo continente, el “Eurobarómetro”.

Volviendo al “Latinobarómetro 2023”, el tema del informe de este año es lo que los autores denominan “la recesión democrática de América Latina”. Con este término, el estudio de la corporación chilena no quiere referirse a que haya dictaduras –que en nuestro subcontinente no han dejado de existir, lamentablemente-, sino particularmente al hecho de que existe un fenómeno evidente de declive y vulnerabilidad en nuestros países en lo que atañe a la percepción que los latinoamericanos tienen de la democracia y al valor que le otorgan; esto se debe aparentemente a un deterioro continuo y sistemático que la democracia ha sufrido durante más de una década en las naciones latinoamericanas. Como ya hemos expresado en repetidas ocasiones en esta columna perpetrada para mis pacientes, amables y fieles cuatro lectores, para que haya democracia se requiere que haya demócratas, tanto en los puestos de mando político como en la sociedad. En los países de América Latina nos falta una cultura política proclive a la democracia, en parte porque parece ser que esperamos de ella más de lo que le es dado otorgarnos: la democracia es un tipo de régimen, es decir, es una forma de dominación política: cómo se llega al poder, cómo es la relación entre los que ejercen el poder y entre estos y la población, y cómo se deja el poder. Si lo que esperamos de un régimen democrático es que haya abundancia económica, entonces estamos esperando más de lo que la democracia puede darnos. Es cierto que los regímenes democráticos están en mejores condiciones que las dictaduras de brindar a la población un bienestar socioeconómico, pero esto no quiere decir que lo puedan garantizar a plenitud.

La recesión de la que habla el estudio que estamos comentando se refleja en el bajísimo apoyo que la población latinoamericana otorga a la democracia, así como también en la marcada indiferencia frente al tipo de régimen: a muchos les da lo mismo vivir bajo una dictadura que bajo una democracia; además, muchos de los encuestados manifestaron que preferirían un régimen autoritario que trajera prosperidad económica frente a uno democrático que no lo hiciera. En todo esto vemos claramente que muchos de los encuestados no han vivido bajo una dictadura o que ya se les olvidó lo que eso significa. Además, al menos en nuestra región, es prácticamente imposible encontrar un régimen dictatorial que haya traído bienestar y bonanza a la población. Generalmente, los países democráticos tienen un mejor nivel de vida, mientras que las dictaduras están en el lado opuesto de la tabla. A nadie se le ocurriría, buscando mejores oportunidades de vida, emigrar a Nicaragua, Cuba o Venezuela.

El problema es que la población percibe que hay un pésimo desempeño de los gobiernos latinoamericanos en general, que los elevados índices de corrupción no ceden, que persisten los añejos problemas estructurales –pobreza, desigualdades, desnutrición, etc.-, que la enorme brecha entre los muchos que tienen poco y los pocos que tienen mucho sigue creciendo, que los políticos no son de fiar, que los partidos políticos son mecanismos de enriquecimiento ilícito, etc. Es por eso que la democracia se encuentra en pésimas condiciones en cada vez más naciones latinoamericanas, a la vez que ya ha desaparecido en varias más. La historia nos ha enseñado que la democracia puede perderse en procesos más o menos cortos y rápidos, pero puede tardar mucho tiempo en regresar.

La falta de cultura política democrática tanto en las élites políticas como en la población latinoamericana se refleja en el triste hecho de que más o menos un tercio de los presidentes electos democráticamente en las últimas décadas han violado las reglas de la democracia, ante la complacencia de los ciudadanos, para quienes valen más los caudillos y las personas que las instituciones y las leyes. Según los autores del estudio de 2023, las quejas por opciones, pluralidad y soluciones no se expresan verbalmente, sino en el malestar hacia la política, el alejamiento de los partidos, el abstencionismo, el voto nulo y blanco y la alternancia en el poder. La recesión de la democracia en muchos países deja a la región vulnerable y propensa a sufrir los embates del populismo de diferentes tipos y a caer bajo regímenes no democráticos. Así que, en lugar de fortalecer el proceso de consolidación de las democracias, América Latina está desmontando sus estructuras democráticas que con tanto esfuerzo se habían venido construyendo.

Un concepto muy interesante que maneja la edición de este año del “Latinobarómetro” es el de “electodictadura”, es decir, que la población elige democráticamente a un gobernante quien, una vez encumbrado en el poder, empieza a socavar los cimientos democráticos para permanecer en el poder más allá de lo que marcan las leyes, convirtiéndose poco a poco en dictador. Así que aquí hay una diferencia fundamental entre las dictaduras militares del siglo XX y las modernas, pues estas, digámoslo así, fueron elegidas por la población, en una manera “blanda” que permite a los políticos sin escrúpulos convertirse en dictadores. Ahora son dictadores civiles, no militares; no llegan al poder por medio de un golpe de Estado, sino que asaltan a la democracia ganado elecciones. En esta lista están Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Estuvo también en ella el Perú de Alberto Fujimori. México podría añadirse a la lista, pues el estudio consigna los esfuerzos del presidente López para permanecer en el poder o al menos para asegurar que alguien de los suyos gane las elecciones del año próximo, dentro o fuera de los mandatos legales. Otro país que se podría agregar a tan vergonzosa lista es El Salvador, en donde el presidente busca reelegirse, para lo cual cambió las leyes que se lo impedían.

Una de las conclusiones del estudio es que América Latina, con sus instituciones débiles, es una región en donde predominan el dinero, los personalismos y el poder político; el pueblo, por quien muchos dicen pelear, no tiene ninguna influencia; su bienestar es sólo el pretexto que los populistas emplean para justificar sus acciones en contra de las instituciones democráticas.

Lamentablemente, como ya lo podíamos prever, nuestro país no sale muy bien librado en esta edición del “Latinobarómetro” sobre la cultura política de la región: México es uno de los países en donde más ha disminuido el apoyo a la democracia (-8%); además, también es una de las naciones en las que aumenta la indiferencia ante la democracia, es decir, a la gente le da lo mismo que seamos una democracia o seamos una dictadura, con un aumento del 2%. Por si fuera poco, en México se registró un aumento del 11% en los encuestados en lo que atañe a que, en ciertas circunstancias, es preferible un gobierno autoritario que uno democrático: el 33% de los encuestados mexicanos así lo piensan, lo que nos habla de un grave deterioro en la cultura política nacional.

Como balance final, diremos que los países latinoamericanos en donde más se valora la democracia son, en orden descendente: Uruguay, Argentina, Chile, Venezuela, Costa Rica, Bolivia y Perú. En la mitad de la tabla están, en el mismo orden: Colombia y la República Dominicana, todavía por encima del promedio de la región. Registrando valores más bajos que el promedio están los “coleros”: Brasil, El Salvador, Panamá, Paraguay, Ecuador, México, Honduras y Guatemala. Esto quiere decir que, de todo el subcontinente, sólo Honduras y Guatemala están peor que México.

Esto explica, en parte, por qué nuestro país es tierra fértil para que un discurso populista como el del presidente López fructifique. Un país cuya población, en un 35%, apoya la democracia, no tiene un futuro muy promisorio; el 28% es indiferente ante el tipo de régimen y un 33% apoya una opción autoritaria. Los demócratas estamos, por lo tanto, en franca minoría. Revisar el “Latinobarómetro 2023” nos ayuda a dimensionar la responsabilidad que los demócratas tenemos para fortalecer a la democracia mexicana. Para ello no bastan las palabras, hay que atender, sobre todo, a nuestra conducta, que debe ser congruente con nuestro credo democrático.