Reflexiones con valor: El valor de Ser UPAEP
Somos nuestra propia experiencia. Hace años, la vida me trajo a UPAEP como estudiante y mucho tiempo después, volví como profesor. Lo que aquí he aprendido fue el molde que me formó. A veces, pienso que nuestra existencia busca su cauce como lo hace el agua. Mi cauce es el de la Formación Humanista. Dentro de todo lo recibido, considero que el conocimiento fundamental es del valor de la persona humana. Este es el concepto más importante dentro del humanismo cristiano. En esencia se refiere al amor, respeto y consideración que merece cada persona independientemente de su sexo, raza, condición social y económica, grado de cultura, religión y demás.
Se puede entender como la grandeza que posee todo ser humano simplemente por existir. El valor de la persona humana no depende de méritos ni de logros, sino que es una cualidad intrínseca que acompaña a cada quien desde el momento de su concepción hasta su muerte. La persona humana está dotada de racionalidad, emociones, conciencia y libertad, lo que le confiere una posición única en el mundo. Sobre todo, tenemos una filiación divina, somos hijos de Dios. Esta distinción nos lleva a la responsabilidad moral de reconocer y respetar el valor de cada prójimo, sin tomar en cuenta ninguna de las diferencias que pueda haber entre nosotros.
En la UPAEP estamos convencidos de que la dignidad es el concepto primordial para reconocer el altísimo valor de la persona. La dignidad implica que cada semejante merece todo nuestro respeto, toda nuestra consideración y, por ello, sus derechos y libertades fundamentales deben ser protegidos y preservados. La dignidad no se puede otorgar ni quitar, tampoco restar o aumentar, porque es inherente a nuestra condición humana. Esto significa que, sin importar las circunstancias personales y sociales, todos merecemos un trato justo, respetuoso y amoroso.
Para mí, lo dicho en los párrafos anteriores son convicciones que profeso cada día. Cuando entro al salón de clases tengo la certeza de que frente a mí se encuentran treinta personas humanas a las que debo entregarme sin cortapisas. ¿Cómo lo hago? cuido el profundo valor de nuestra relación, así como la comunicación que establecemos. También, las respeto, las considero y me intereso por cada una de ellas. Confío en su capacidad y las impulso a estar conscientes de su vocación.
A la Universidad se viene en busca de conocimientos académicos, científicos y profesionales, al mismo tiempo, tengo la certeza de que, ante todo, venimos en busca de libertad, formación y pasión
La verdadera libertad es aquella que da el conocimiento y no consiste sólo en elegir, sino en elegir bien. Esa es, realmente, la esencia más profunda de la libertad.
A la Universidad se acude en busca de una formación integral. Si no se deseara conseguir un desarrollo integro, bastaría con inscribirse a un tecnológico o a un instituto de estudios especializados. En cambio, el universitario busca alcanzar la plenitud espiritual, intelectual y física; esta última, incluye la obtención de ganancias económicas.
También venimos en busca de acrecentar la pasión por aquello que nos llama y da sentido a nuestra vida, es decir, venimos a desarrollar apasionadamente una vocación. Cada día, si amamos nuestra carrera, al aprender algo en las diferentes clases se va incrementando el gusto por la disciplina que hemos elegido, por eso, es tan importante la vocación.
Sé que tengo una altísima responsabilidad, la de que debo ser un testimonio para que mis estudiantes sean mejores personas. Por ello, me esfuerzo en demostrar mi veneración por el valor de la persona humana. Entre otras cosas, me aprendo los nombres de todos mis estudiantes. Nunca finjo, si alguien pregunta algo que no lo sé, por respeto al altísimo valor que cada uno de ellos tienen, prefiero decir que lo ignoro, que lo voy a investigar y que me lo llevo de tarea. También, me intereso sinceramente cuando alguno de ellos me platica un proyecto, una pena, un sentimiento.
Pienso que los profesores debemos sembrar en los corazones de los estudiantes la semilla del señorío, que está estrechamente vinculado a la dignidad humana y se refiere al dominio que cada persona tiene sobre sí mismo y su capacidad de tomar decisiones libres y responsables. El señorío implica que cada persona es dueña de su vida y de su destino, y por ello, tiene la libertad de elegir su propio rumbo siempre y cuando respete los derechos y la dignidad de los demás. A través del señorío, la persona humana ejerce su autonomía y responsabilidad, lo que implica también asumir las consecuencias de sus acciones.
Es fundamental reconocer que el valor de la persona humana no implica una actitud egoísta o individualista, sino que debe ser entendido en el contexto de una comunidad y de la interdependencia humana. El respeto, la solidaridad y la caridad son valores esenciales en nuestra relación con el otro. La dignidad y el señorío son una invitación a vivir en armonía y cooperación con nuestros semejantes en busca del Bien Común.
Par finalizar, sostengo que el valor de la persona se basa en la dignidad inherente a cada ser humano y a su capacidad de ejercer el señorío sobre sí mismo. El respeto y la consideración por la vida deben guiar nuestras acciones y decisiones. Reconocer el valor y la importancia del otro, es esencial para construir una sociedad más justa, inclusiva y respetuosa, en la que todos podamos florecer y desarrollar nuestro potencial como seres humanos, como promotores del Bien Común y así, construir un mundo más amable y solidario.