El fin de la política
04/09/2023
Autor: Dr. Juan Pablo Aranda Vargas
Cargo: Director de Formación Humanista

Para mis colegas humanistas, en pie de guerra.

 

I

 

  • . En el desierto, Jesús es acorralado por el enemigo. Las tentaciones tienen una progresión. La primera se dirige a las necesidades vitales, el pan; la segunda ataca al ego y a su deseo de gloria, la vanagloria del que anhela ser especial; la tercera, el clímax de la escena, lleva la soberbia a su punto máximo: Haec tibi omnia dabo, si cadens adoraveris me, la tentación del poder terrenal, el control del imperio, que impulsa a Jesús a silenciar al tentador: Vade, Satanas! (Mt 4:1-11). Al simplismo y casi vulgaridad de una tentación económica se le contrapone la auténtica confrontación entre el Príncipe de este mundo (Jn 12:31) y el Rey que no es de este mundo (Jn 18:36-37), la de la realidad del poder y su dimensión escatológica. 

 

  • . Cristo es entregado por Judas el zelota al sumo sacerdote, y él lo entrega a Pilato quien sin pronunciar sentencia alguna lo entregará, a su vez, para ser crucificado. El juicio es tal que “su alter ego, Pilato, no pronunciará, no puede pronunciar” (Agamben, Pilate and Jesus, 44). El evento queda reducido, en su más absoluta radicalidad, a un problema político, al problema de los límites de lo político vis-à-vis lo trascendente. Cristo no es juzgado, es crucificado injustamente porque su reino no puede ser juzgado aquí, porque su reino excede el aquí ahora que marca el límite de lo pensable para el político romano. Frente a la dimensión trágica de lo político ilustrada en el evento de la resurrección del Hijo de Dios, la vulgaridad del traidor, el zelota que vende al rabí por unas monedas de plata que, al final, tendrá que devolver si quiere ser mínimamente consistente consigo mismo y con la realidad del hecho: uno no puede matar a Dios por unas monedas, al menos porque la lucha cósmica contra Dios se juega en el plano político —o, estrictamente hablando, entre la política como fuerza katechóntica y su fin—, no en el económico. ¡Qué absurdo imaginar un Apocalipsis que profetice en lenguaje económico! 

 

II

 

La política es el orden, la esfera de la administración de las cosas comunes; la economía supone un orden auxiliar, esencialmente secundario, que se refiere a la administración de las condiciones que permiten a los ciudadanos hacer política. La línea teleológica no puede ser más clara: la economía es sierva, la política es reina. Esto es cierto y siempre lo ha sido.

Y, sin embargo, hoy la sierva se ha rebelado y se ha vestido de gala. Contra la opinión de los mejores, de los ἀριστος, la esfera económica ha soñado con volverse imperio, donde su lógica y su ser lo empapen todo, poseyéndolo; un mundo donde el arte, movido por lo bello, se convierta en lo bello que se manifiesta en el dinero que respalda la obra; un mundo donde la autoridad ha sido vaciada y significa nada más que la capacidad de comprar al otro que, por necesidad, necesita venderse; un mundo donde la palabra “éxito” se desfonda para significar mera acumulación; un mundo donde la política, otrora arte de administrar bienes comunes, se ha convertido en la sierva del dinero, en transacción y trueque por otros medios, en licencia para enriquecerse, en indigna hiperplasia que convierte al éxito económico en sacramento, en signo visible del favor de un dios, Mammon, que lejos de negar al Dios verdadero quiere convertirlo en artículo de consumo, en baratija.

Y ahí nosotros, ciudadanos del imperio económico que gobierna nuestra acción diaria, nuestros pensamientos y deseos. Sociedad de consumo: ¿depresión? visite usted la app de Amazon y regálese un poco de felicidad; ¿ansiedad? consuma usted una pastillita y deje de sufrir; ¿soledad? cómprese amigos, parejas y mascotas, esas a las que se trata como hijos mientras a los hijos se les silencia con dinero; ¿quiere usted ser presidente? muestre primero el sello de los grandes capitales en su carnet de candidato, ese nuevo nihil obstat necesario para atreverse a imaginarse digno de representar a sus conciudadanos; ¿necesita un héroe? vuélvase usted fanático del o la artistilla de moda, admírelo no por su talento, sino por su capacidad de encarnar ese yo que la sociedad le vende sabiendo que jamás podrá alcanzarlo, y que si por un error del cielo usted llega a alcanzarlo, si la fama le sonríe y se vuelve parte de ese círculo intimísimo de las celebridades, entenderá cuán vacua promesa le vendieron, ya no un plato de lentejas sino el horror después de un atracón de drogas naturales y sintéticas, destilados lo mismo que fermentados, sexo sin intimidad y soledad sin salida. La economía sentada en el trono, una economía que reina sin gobernar, Le roi règne, mais ne gouverne pas, un sistema que se traga al pobre, al marginado, al descartado, para vomitar un espectacular y gigantesco profit, merecidísimo tributo a los amos del mundo, a los últimos conquistadores, a los esclavistas del siglo XXI. Bendita economía, esa que puso el mundo de cabeza y nos convenció de que al ir hacia adelante vamos a un lugar distinto al infierno—si entendemos por “infierno”, con Ratzinger, aquel lugar de soledad y silencio absolutos, sin comunicación, sin relación, sin encuentro entre personas.

 

III

 

Hoy vivimos la crisis de la política lo mismo que la hiperplasia económica, y ambas ponen al globo en una crisis sistémica. De un lado, el neoliberalismo quiere pretender que no existe la política, que las trasnacionales son extra-políticas, especie de Leviatanes que surcan los reinos humanos sin verse sujetos a ley alguna; ese liberalismo que en el neo- conlleva una crítica rabiosa a la política, que quiere tragarse a los gobiernos, ponerlos de rodillas y volverlos sumisos al capricho del dinero; ese neo- que violenta el credo liberal de mercado, que establece un capitalismo y no una economía de mercado donde no existe competencia y pululan los monopolios, donde el gobierno es convertido en la criada de la economía que reina en un estado de excepción permanente. El neoliberalismo aleja, finalmente, al individuo del todo, convirtiendo al pequeño Narciso en nada más que una dirección IP que debe ser alimentada en aras de domesticar las pasiones, convirtiendo al ciudadano en siervo, al siervo en ciervo y al ciervo en animal de corral. Ese neoliberalismo ataca a la universidad de forma directa, clavándole una estaca en el corazón, convirtiendo el cuerpo sano en un engendro, un espectro que asemeja un cuerpo vivo que, no obstante, pertenece ya al subsuelo y sus lamentos. La universidad torna en fábrica con su extraordinaria línea de producción de especialistas en toda suerte de técnica, y convence a estos nuevos aprendices de mago que la única razón de ser universitario es la promesa de tener. Hoy la universidad sufre un ataque en sus programas constitutivos: ¿para qué filosofía? dicen unos, ¿quién quiere todavía ser politólogo? dicen otros ¿ha dicho usted humanidades? ¿de qué me habla usted? se sorprende un tercero. Las disciplinas que se confrontan con la lógica del profit son los nuevos enemigos que el cerbero capitalista debe devorar. “Queremos más productores, más empresarios” reza el credo neoliberal… llegando al extremo de sostener, en su delirio, que los emprendedores son los nuevos héroes de nuestra sociedad. “¡Quién diablos quiere poetas, artistas, historiadores, filósofos y politólogos, quién quiere humanistas cuando tenemos a quienes producen cosas, sirvan o no, para venderlas y con ello quitarnos un poco ese taedium que cargamos como almas en pena!”.

Del otro lado, la derecha autoritaria, las dictaduras de ayer y de siempre, el culto al líder, al caudillo que salvará a la nación imaginaria ahogándola en la sangre de ciudadanos de carne y hueso. Ortega se desnuda y muestra su condición de dictadorzuelo -como le llama mi amigo Herminio Sánchez de la Barquera- persiguiendo enemigos, violando derechos y, por qué no, cerrando universidades, demostrando que detrás del autoritarismo existe un profundo odio por la excelencia, por el conocimiento, por la distinción que busca un argumento certero, por la empatía y la tolerancia y la sensatez y el cosmopolitanismo que surgen de la confrontación con las ideas. La derecha radical es tan estúpida como su pareja diabólica, la ultraizquierda, el supuesto progresismo que prefiere incendiar el mundo antes que estrechar la mano del empresario. En nuestro país, el populismo de izquierda (si se le puede tildar así) nos regala una pintura de la estupidez llevada al grado heroico, con unos libros de texto salidos de la pluma del tipo de estudiante que todo profesor teme tener en su aula, a saber, aquel que es dramáticamente ignorante y enfáticamente soberbio. Así, el gobierno se prepara para destruir al universitario antes de que este exista: desde la cuna y la escuela, no vaya a ser que un día aciago le dé por pensar.

La política y la economía son perros rabiosos. Ambas custodian bienes preciosísimos para la humanidad, ambas son indispensables para el florecimiento humano. Pero solamente la política pisa el terreno de lo esencial, solamente ella está invitada a los pasillos interiores del templo, pues solamente ella comparte con la religión la característica de ser capaz de generar una abertura que funde el espacio humano en tanto que espacio de inteligibilidad. 

Celebremos la permanencia de las grandes disciplinas humanas; celebremos que seguimos aquí, en una universidad que sigue apostando por generar corrientes de pensamiento. Pues solamente desde las disciplinas inútiles será posible devolverle el corazón a un mundo descorazonado; solamente en la contemplación de lo inútil seremos capaces de descubrir la utilidad de lo inútil en el día a día de nuestras sociedades perdidas en el consumo; solamente a través de esas disciplinas que elevan los ojos y se atreven a mirar al sol, añorándolo, solamente ahí la humanidad tendrá una esperanza de pensar y pensarse en libertad.