Hace un par de días estaba platicando con el Profesor Blázquez y, entre otras cosas, comentábamos sobre el riesgo de reducir al Pontífice actual en “tema”, en tesis a exponer, en contenido a debatir, sin dar necesariamente el paso a asumirlo como modalidad misma de theoría y de práxis. Me explicaré un poco más.
El Papa Francisco ha sido aire fresco y revolucionario, no para “ellos”, para los de “allá enfrente”, sino para cada uno de nosotros. Su palabra se ha dirigido como consuelo y a la vez como desafío, como impulso y también como freno, como acogida y hospitalidad y también como profecía valiente que se opone a los poderes en turno.
Me atrevería a decir –sin que esto implique una reducción o caricatura– que después del gran Papa filósofo (Juan Pablo II) y del Papa teólogo (Benedicto XVI), siguió un Papa comunicólogo (Francisco), que ha sido capaz de crear nuevas narrativas y de aproximarse con poderosas metáforas a las realidades más distantes y distintas.
Hay ideas fabulosas. Las hemos escuchado en algún momento. Citaré sólo algunas: Crear puentes y no muros. La artesanía del encuentro. Los jóvenes como poetas sociales. No balconear la vida. La globalización de la indiferencia. Entre los pobres más abandonados y maltratados está la tierra. El diálogo como oxígeno de la paz. El amor de Dios que se hace lágrima de ternura. La Iglesia como hospital de campaña. Las consagradas deben ser madres y no solteronas. La cultura del descarte. Olor a oveja. La tiranía del capitalismo y la idolatría al dinero. El etcétera es enorme.
El problema que veo yo es convertir eso en un “tema”. Un tópico del cual hablar, conservando incólumes e ilesas nuestras rancias y viejas actitudes. Esta ceguera permite agarrar una frase de Francisco para dividir, para oprimir o para fustigar a tal o cual sector de la Iglesia… pero sin asumir la actitud misericordiosa del propio Papa Francisco. Francisco usado como ariete en contra de unos y de otros.
La tentación existe en todos: volvernos profesionales recitadores de lo que dice Francisco. Incluso muy convenientemente citado, ad hoc para cualquier discurso. Su twitter se ha vuelto un utilísimo repertorio de frases muy bien logradas que nos pueden sacar de apuro en cualquier ocasión. Pero la clase magistral de Francisco va más allá de sus ideas y de sus expresiones; imagino que él no quiere que nos quedemos allí.
Debemos hablar como Francisco. Hablar (por ‘hablar’ entiendo un ‘aproximarse a…’) con misericordia. Hablar con valentía. Hablar sin dobles intenciones. Hablar sincero. Hablar precedido de la escucha. Hablar que mira a los ojos y se conmueve. Hablar que está dispuesto a ceder y a negociar. Hablar al que antecede y prosigue la oración. Hablar sin prejuicios. Hablar sencillo y humilde. Hablar desde la propia tradición cultural. Hablar sin miedo. Hablar solidario. Hablar desde el testimonio. Hablar eclesial. Hablar desde el sincero arrepentimiento. Hablar con todos. Hablar desde el corazón.
Porque podemos hablar nuestras ciencias y nuestras convicciones como Francisco nos está enseñando. Podemos hablar nuestra historia y nuestro ideario, nuestra propuesta y nuestras investigaciones como Francisco nos está pidiendo sean expresadas. Porque sería impropio tratar a Francisco como tema y no como método.
Cierto, nuestro Papa es un gran comunicador. Eso nadie lo duda. Pidamos a Dios –eso me decía al final el profesor Blázquez– comunicar como Francisco.