Libertad, concepto que podemos abordar desde muy diversos enfoques, filosófico, antropológico, político, social y que en todos los casos se definiría como la posibilidad de accionar desde la voluntad en un marco de responsabilidad y que constituye uno de los más grandes valores inherentes al ser humano y que es irrenunciable, intransferible e impostergable. Pero más allá de una definición o de una condición jurídica, la libertad es o debería, ser un estado de la mente, aquella facultad que nos permita pensar y actuar con autodeterminación, coherencia y autonomía, de manera congruente con uno mismo y con el entorno.
Damos por sentado que somos seres libres porque no estamos sujetos a la esclavitud o a la coerción, pero la libertad se edifica desde más abajo, cuando todos los días, en pequeñas o grandes acciones, realizamos ejercicios de voluntad y de toma de decisiones que nos construyen como personas en lo individual y en lo colectivo y que marcan nuestra vida y la de otros.
No en pocas ocasiones se han referido a mi persona como “un espíritu libre” y he tomado este concepto desde diferentes emociones, pues a veces me ha parecido un alago y otras un insulto; he reflexionado acerca de su definición y me sigue pareciendo ambivalente; por un lado, me evoca cierto hipismo nostálgico y por el otro, una profunda exaltación de la condición libertaría y prefiero quedarme con esta última y pensar que no hay otra forma de ser verdaderamente libres si no es del espíritu. Podemos gozar de libertad física, pues no estamos encerrados o libertad de acción pues no estamos impedidos, pero ser libre desde lo más profundo de nuestro ser, desde nuestro espíritu, es la libertad plena y esa es la que deberíamos estar provocando en nuestras vidas para lograr la realización personal y la felicidad.
La libertad del espíritu es aquella que se incomoda frente a la injusticia, la indolencia, la ignorancia, la violencia; seamos libres de pensar, de obrar, de sentir, de manifestarnos, pero sobre todo seamos libres del espíritu “espíritus libres” y valientes capaces de imaginar, crear y transformar nuestra realidad; en libertad del espíritu se decide vivir cada día, vivamos este valor con alegría y valentía.
En la universidad nos hemos apostado en formar personas en la búsqueda del Bien, la Verdad y la Belleza, pero me parece que estos valores se reafirman en la libertad. Me gusta pensar que el mayor bien de todos que es Dios, nos hizo libres; que Jesucristo, el más grande de los maestros, nos enseñó que sólo la verdad nos hace libres y que la belleza, en forma de arte, ha encontrado sus formas más acabadas en el ejercicio pleno de la libertad.