El glutamato monosódico, ese polvo mágico que le ponen a tantos alimentos para que sepan “riquísimo”, es llamado en Oriente ajinomoto y es uno de los causantes, según le entendí a mi hijo, del sabor umami, que es uno de los cinco sabores básicos de acuerdo con la cultura japonesa. Los otros cuatro son lo dulce, lo amargo, lo salado y lo ácido. Umami significa algo así como “sabor delicioso”. Hasta donde sé, el glutamato monosódico es hoy cuestión disputada por nutriólogos y por médicos debido a que su ingesta excesiva está asociada a riesgos y daños en la salud. Pero una ingesta moderada al parecer es inocua.
El glutamato monosódico es un “resaltador de sabores”. Usted lo puede conseguir fácilmente en forma de cubitos de caldo granulado donde lo mezclan con otras sales, proteína y grasa de pollo y otros condimentos. La promesa consiste en que, si añade un cubito a su sopa de fideos, a una salsita de tomatillo con chile de árbol, al arroz, etc., aquello será irresistible.
Pues bien, en la academia también hay un resaltador, un quinto elemento, un sabroseador: ‘la pasión’. Los otros cuatro elementos son: saberes disciplinares, didácticas innovadoras, metodologías de la investigación y ejemplaridad de vida. Pero si el docente añade “pasión” a la hora de dar clases, algo fascinante ocurre: todo lo demás se resalta.
La pasión no sustituye al saber, tampoco suple a la didáctica (así como un cubito de Knorr Suiza disuelto en agua no es un arroz ni una salsa). Resaltar es la cereza del pastel, no el pastel mismo. Un buen docente de arquitectura debe saber de perspectiva, historia del arte, diseño de estructuras, técnicas constructivas, etc. Además, debe saber enseñar su disciplina, echando mano de la didáctica general, así como de las didácticas especiales de las asignaturas que imparte. La investigación en su área implica ciertas metodologías en las que debe ser diestro. No es banal que, además, sea un profesionista cuyas obras o diseños lo respalden y que lleve una vida atractiva para sus estudiantes, digamos, que sea aspiracional para ellos. Si a estos cuatro “sabores” de la docencia le acompaña el sabor umami, esa pasión que se transmite al enseñar, entonces todo lo demás se potencia.
Los alumnos saben cuál profesora o profesor está enamorado de lo que hace y cuál no. La pasión surge de la convicción, la pasión transparenta nuestra vocación. No nos confundamos, pasión no equivale a gritar en el aula (habrá algunos docentes que sí se emocionen así), cada uno expresa la pasión de manera única, como único e irrepetible es cada docente. Pasión es amor por lo que hacemos. Pasión es alegría contagiada, gusto que no se puede ocultar.
Un docente apasionado es entusiasta, dedicado, creativo, buen comunicador, motivador… la pasión es el sabor umami que, en adición de los cuatro, completa el perfil de un docente inspirador.