En la entrega anterior de esta serie, escribimos sobre cómo somos testigos involuntarios del apocalipsis zombi de la vida real, y sobre la manera en que los zombis del siglo XXI se presentan con los rasgos típicos de su condición apenas modificados, pero lo suficiente para pasar desapercibidos.
Decíamos que, al igual que los zombis de ficción, los de la vida real fueron infectados (con ideas zombi), que han perdido la conciencia (no saben que son zombis) y que persiguen, arañan y muerden a sus víctimas con furia.
Hoy abundaremos un poco más sobre esa furia, que se presenta en forma de ironía, burla y griterío. Los zombis reaccionan violentamente y “muerden” con sus palabras a los demás. Son expertos del insulto, el sarcasmo y vituperio. Como los resortes dentro de una máquina, se activan automáticamente ante las diferencias de los demás y responden con prontitud haciendo uso de las más imaginativas descalificaciones.
Es común encontrarlos en la calle, usted los identificará fácilmente apenas prestando atención y, esperamos, tomando algo de distancia de donde hacen gala de su irracional furia. Desde los enajenados pegados al claxon de sus automóviles (como si el ruido fuera capaz de desactivar embotellamientos), hasta los contorsionistas capaces de sacar medio cuerpo por la ventanilla a medio camino y en pleno movimiento para proferir las más sorpresivas mentadas. Reconocerá el furioso síntoma en los que pierden la cordura cuando se les hace notar que van literalmente en sentido contrario, en los que se apresuran para ganar (¿ganar?) el lugar de estacionamiento a otros, en los que insultan a meseros, cajeros, dependientes y empleados, o peor aún, en los que atacan a maestros; en los que se desfiguran de cólera cuando las cosas no salen como ellos quieren, en los que creen que los gritos provocan respeto, en los que transpiran ira por cada poro de su piel a la menor provocación.
Cegados por su furia e incapaces de aprender, los zombis no participan en las conversaciones para escuchar y crecer, sino para reaccionar y humillar. Han olvidado que la verdad, a través del diálogo, une a las personas por distintas que sean. Los zombis no buscan la verdad, sino la victoria a toda costa. No conversan: discuten. Pero no lo hacen como ejercicio intelectual de búsqueda y descubrimiento, tampoco para dejar constancia de que se han enterado del misterio que es la vida. Discuten no porque deseen ejercitar la razón, sino porque su mayor obsesión es tener la razón. ¿Nota usted la diferencia, querido lector, entre ejercitar la razón y tener la razón? Si no, deténgase a considerarlo unos instantes.
Los desdichados zombis de la vida real tienen una fijación obscena con tener la razón. No les cabe en la cabeza la posibilidad de estar equivocados. ¡Pero cómo podría caber esa posibilidad, si tienen la mente completamente infectada de ideas zombi! Y una de esas ideas zombi consiste en creer que el error es malo. Esta realidad nos conduce a una más de las características esenciales de los zombis del siglo XXI, y es que son terriblemente alérgicos al error.
La escritora y periodista Kathryn Schulz escribió en 2010 un libro muy divertido sobre cometer errores. Se llama “On Being Wrong: Adventures in the Margin of Error”1. En su libro, la autora explica que las personas (nosotros diríamos, los zombis) suelen equiparar las diferencias de pensamiento al error. En otras palabras, los que piensan diferente están equivocados. Esta idea zombi está bien arraigada en la mente de los afectados por el apocalipsis del siglo XXI: “todos los que no están de acuerdo conmigo, están mal”.
Es curioso, porque aun los zombis admiten que el error es una deliciosamente desagradable realidad de la condición humana, tan desagradable como ineludible por cierto. Es posible hacerles admitir que “errar es de humanos”, que “nadie es perfecto” y que “hay que admitir cuando nos equivocamos”. Sin embargo, estas lecciones moralejas son trasladables exclusivamente a los demás: jamás a ellos mismos. Los zombis conocen bien la lección, tan bien que la recetan implacablemente a los demás, pero jamás la han interiorizado. Diríamos que la dominan a nivel lógico, conceptual, pero no a nivel vivencial, moral. En pocas palabras: “será mejor que aceptes tus errores, porque errar es de humanos y todos cometemos equivocaciones… menos yo”.
Vuelvo a Schulz. La periodista escribe que, a los ojos de estos sujetos, los que piensan diferente lo hacen por una de tres razones, cada una peor que la anterior: primero, son ignorantes, no saben que están equivocados; segundo, son idiotas, incapaces de reconocer sus errores aun cuando se les hacen notar; o tercero, son malvados2. Esta reducción del error a la ignorancia, la idiotez o la maldad es característica de los zombis, y es por ellos que, ante las diferencias y las equivocaciones, reaccionan con ira.
La alergia al error, la violencia con la que reaccionan los zombis, su facilidad para insultar, sus frecuentes explosiones emocionales, dejan ver una característica más de su condición (¡otro síntoma!), y es su irremediable narcisismo. Más de esto, la próxima vez.
Por ahora, como ya quedó claro que los zombis no saben que son zombis, cabe un pequeño autoexamen: ¿Cuál es su reacción ante la derrota y el error? ¿Con qué facilidad admite estar equivocado? Si usted siente un picor insoportable cada vez que pierde, si se enoja con facilidad cuando alguien le hace notar sus equivocaciones, si está puesto para corregir a otros pero no para ser corregido usted mismo ¡cuidado! Mucha agua y jabón para aliviar esa horrible picazón.
Por lo pronto, sigamos tomando partido a favor de los vivos, y revirtiendo el apocalipsis, un zombi a la vez.
1 Ustedes disculparán la traducción libre a la que me animo aquí: “Sobre cometer errores: aventuras en el borde del error”.
2 Cf. Schulz, Kathryn. “Being Wrong: Adventures in the Margin of Error”. 2010 pp 107-109.