Zombis Preguntones
24/10/2023
Autor: Óscar Leyva

¿Se ha detenido a pensar que podría estar rodeado de zombis sin siquiera notarlo? ¿O que los que lo rodean no se han dado cuenta que fueron infectados?

Hemos explorado cómo la inmensa mayoría permanece ajena al apocalipsis. La invasión zombi ya sucedió. Estábamos tan distraídos en otros asuntos, ¡o quizás tan preocupados por el fin del mundo!, que no advertimos que todo acabó. Descubramos juntos las inquietantes señales que delatan a los zombis del siglo XXI.

Ya reflexionamos sobre el apocalipsis zombi de la vida real, sobre cómo ocurrió la catástrofe y describimos cómo es que muchos se resisten a admitirlo; explicamos que el agente transmisor de la infección zombi no es un virus, como en las películas, sino ideas muertas que devoran el cerebro de las personas. También abundamos sobre cómo una de las razones por las que el apocalipsis pasó desapercibido es que los zombis del siglo XXI aparecieron con ciertas características modificadas, y que eso los diferencia de sus contrapartes de la ficción.  Aún así, convenimos que los zombis de la vida real conservan sus notas esenciales intactas y de ahí procedimos a explicar algunas de ellas. La primera y más importante de todas ellas, es que los zombis no saben que son zombis. Han perdido la conciencia, la capacidad de autoconocimiento y de reflexión, y por ello, no se han enterado de que las ideas que entretienen en su mente han perecido. Andan dando tumbos y tropezando como si nada, en evidente estado de descomposición, pero no lo saben. Después, abundamos sobre un síntoma zombi inconfundible: la furia. Explicamos cómo los zombis reaccionan furibundos a las diferencias, porque son alérgicos al error. Temen que se les exhiba cuando se equivocan y por eso reaccionan violentamente cuando alguien piensa diferente. Equiparan el error a la ignorancia, idiotez o maldad y así, no soportan la idea de equivocarse. Son malos perdedores, berrinchudos y temperamentales. Pero esa furia es una fachada, pura apariencia, porque en realidad, los zombis sufren de un complejo de inferioridad muy arraigado. Este complejo los mantiene muy atentos a lo que piensan los demás, no vaya a ser que otros se burlen de ellos. Finalmente, explicamos que por estar tan pendientes de lo que la gente opina, han perdido cualquier vestigio de sentido del humor. Son muy serios, se toman las cosas muy a pecho y no soportan una broma. ¡Ah, y también aprovechamos para contar unos chistes muy malos de los que aún no hemos conseguido recuperarnos! Todo eso hemos conseguido hasta ahora.

Sin embargo, no podemos conformarnos con todo lo que hemos logrado. Hay que avanzar, siempre avanzar: ir hacia adelante, no dormir en los laureles de nuestras glorias pasadas. Sin importar la magnitud de nuestras victorias, hay que seguir adelante. ¡Avancen!

¿Siente una cierta picazón, molestia o irritación ante el llamado a seguir adelante? ¡Cuidado! Esta reacción también puede ser una señal de infección zombi. Vamos a ver de qué se trata.

En las diferentes representaciones de los zombis de ficción, como las películas, los cómics y las series, podemos descubrir que los muertos vivientes deambulan por la tierra. Esta palabra es clave: deambular. No caminan, no están paseando, no marchan ni circulan, no. Deambulan. Deambular significa andar sin rumbo, sin un propósito o destino, sin motivación, sin dirección. Así se desplazan los pobres zombis. Deambulan infelizmente, tambaleándose, desmoronándose, gimiendo y gruñendo lastimosamente. Es tan reconocible el deambular zombi, acompañado de sus característicos gruñidos, que estoy seguro que cualquiera de ustedes, apreciadísimos lectores, son capaces de producir una representación fiel de esta conducta. ¿Se anima a intentarlo? (Si no se atreve, recuerde que no hay que tomarse a sí mismo tan en serio).

Algo digno de notar es que otra palabra para decir “deambular” es “errar”. ¡Curioso! ¿O no? Sobre todo considerando lo que ya aprendimos acerca de que los zombis son alérgicos al error, y un sinónimo de cometer errores es, también, “errar”. Así que los zombis son alérgicos a “errar” (equivocarse), pero al mismo tiempo, están “errando” (deambulando).

Pues bien: los zombis del siglo XXI, como sus contrapartes de la ficción, también deambulan (y también gimen y gruñen, pero de eso hablaremos en otra ocasión). Su deambular consiste en empantanarse en la autocompasión, en ser incapaces de seguir adelante, en errar sin rumbo ni propósito en su pasado, en sus errores, en la opinión de los demás. Se compadecen de sí mismos (y quieren que los demás también lo hagan). Están atascados en los lodos de su autopercepción, que a la vez es provocada por lo que otros opinan. Esto se debe a que, como hemos visto antes, en los zombis ocurre una tragedia: son unos egocéntricos irreflexivos. No hacen otra cosa que pensar en sí mismos, pero son incapaces de sumergirse en las profundidades de su propia conciencia. Apenas chapotean en la superficie de su personalidad, hacen olas y salpican en la delgada capa que todos ven, que todos juzgan y sobre la que todos opinan. Se ahogan en la apariencia, y ello les impide avanzar hacia las regiones más profundas de su ser. Ya sea por miedo, pereza o conformismo, se rinden a la certeza que les proporciona lo que los demás dicen, ya sea que confirme lo que piensan de sí mismos o les dé la oportunidad de tirarse al piso y seguir atascados, inmóviles, sin avanzar, deambulando.

Y como prefieren permanecer empantanados en la superficie, no ejercitan la principal herramienta para avanzar, para moverse, para sacudirse el lodo y adquirir rumbo, propósito, dirección. Nos referimos a la crítica, que en sentido más sencillo, se presenta en forma de preguntas. Los zombis odian las preguntas. Las odian porque no proporcionan certeza, sino que introducen incertidumbre. Prefieren las fórmulas fáciles que lo resuelven todo, desde lo más sencillo, hasta lo más complejo. Pero con ello ignoran que las preguntas, con todo y la incertidumbre (o precisamente por la incertidumbre), impulsan hacia adelante, obligan a moverse. La certeza de las respuestas nos llama a estarnos quietos, a dejar de buscar. Las preguntas, en cambio, son provocaciones, empujan, sacuden y espabilan. Al respecto, y a modo de cierre, suscribo lo que dice Jostein Gaarder, que habla mucho mejor que este humilde cazador de zombis:

Una respuesta nunca vale la pena de ser reverenciada. Aunque sea inteligente y correcta, pero aun así, nunca se la debe saludar con una reverencia (…) Cuando reverencias, te rindes. Nunca debes rendirte ante una respuesta (...) Una respuesta es siempre el estrecho camino que está detrás tuyo. Sólo una pregunta puede apuntar el camino hacia adelante.1

Llegó la hora el autoexamen:

¿Quiere saber si usted ha sido infectado y está en camino de convertirse en zombi? ¡Haga preguntas! ¡Pregunte más, pregunte siempre, pregunte todo! En pocas palabras, pregunte y… ¡AVANCE!

Vamos ganando terreno, un zombi a la vez.

 

1  Gaarder, Jostein. “¡Hola! ¿Quién anda ahí! 1997. p. 34.