Aristóteles decía que una realidad puede ser definida fundamentalmente de tres modos: a) por género próximo y diferencia específica, como cuando decimos que un ‘perro’ es un ‘can doméstico’; b) por la afección y su sujeto, como cuando se define lo ‘chato’ como la ‘nariz curva’; c) por su opuesto, como cuando se define lo ‘eterno’ como lo que ‘no es temporal’ (no tiene inicio ni tiene final). Mi objetivo es definir la idiotez de este tercer modo.
Dicho esto, quiero poner un contrapunto a unos videos que ya había escuchado de Agustín Laje en torno a la “generación idiota” (homónimo de su último libro). Para él, ‘idiota’ significa quien fundamenta sus opiniones en nada, quien argumenta siempre desde la emoción (no dice “yo pienso…”, sino dice “yo siento…”), el que está abierto al engaño pues es un consumidor acrítico de opiniones que una mafia del poder inocula culturalmente.
Entiendo que por ‘idiota’ se pueda comprender eso y muchas otras cosas. Pero quisiera compartir algo que puede completar y corregir la visión del propio Laje.
‘Idiota’ en griego se dice ἰδιώτης (idiótes) y es un término que proviene de la raíz ἴδιος (ídios), que significa, propio (opuesto a compartido), privado (opuesto a público) y singular (opuesto a colectivo o común). ‘Idioma’, es la lengua que es ‘propia’ de un pueblo; ‘idiosincrasia’ es ese modo de ser ‘propio’ de una nación, ‘idiota’ es quien se interesa sólo de lo suyo y manda a volar lo común, el que se interesa sólo de sus asuntos, de lo privado, de su fuero, mientras que, a la calle, al barrio, a los partidos políticos, al estado que guardan las instituciones del Estado, los manda por un tubo. Simplemente le son irrelevantes.
Laje piensa que hay una generación idiota porque es una generación sin pensamiento crítico. Yo pienso que estamos en una generación idiota porque es una generación bastante egoísta. Usted va a decir: ¿qué más da? Son aproximaciones complementarias. Sí, nada más que creo que Laje pone la carreta por delante de los caballos.
La vida obsesivamente privada, exclusivamente mía, propia y singular, es la vida que hoy se concibe como la mejor vida. ¿Por qué escuchar algo en común si todos podemos escuchar en nuestros auriculares lo que a cada uno interesa? ¡He aquí el inicio de la idiotez! No estamos dejando espacios al compartir, al convivir, al vincular, a lo común, a lo nuestro, a lo de todos…
El resultado ha sido terrible. Inmerso en mi música, mis videos, mis ondas, mis rollos, mis intereses, mis vanidades, mis temores, mis horrores, mis sueños… ya no dejo espacio a conjugar la vida en plural, ese magnífico plural de la primera persona destinado a nombrar lo más bello. Mi razón, obsesionada por lo propio, termina renunciando a la pretensión de universalidad, termina claudicando a la radicalidad, termina reducida a la focalidad. Termina idiota.
Por eso es que al final, el que está encerrado en su subjetividad y no da paso a la intersubjetividad, no sabe defender ni argumentar por qué es importante el transporte público, ni los museos gratuitos, ni el que las calles sean seguras o que la basura se recicle, ni el que haya que asumir políticas públicas más audaces en torno a la generación de energías limpias. Porque nada de eso aún es parte de su esfera de interés. Lo privado (obsesivamente buscado e insanamente defendido) produce grandes daños.
La Universidad es un espacio maravilloso por muchos motivos, pero uno de ellos que me parece bastante benéfico es que es el lugar donde una persona aprende a convivir, aprende la dimensión social de su existencia, alza su mirada y desatiende su ombligo, ve rostros, historias, otras geografías; la cartografía de las injusticias le revela no sólo su privilegio, sino su responsabilidad. La Universidad debiera ser, toda ella, una experiencia de servicio social. El bien común cura la idiotez.