Maurice Blondel (1861-1949) fue de esos intelectuales geniales; me atrevería a decir que es un prototipo de intelectual católico. Estudió derecho y también letras. Su tesis doctoral encierra su toma de postura ante la época y también su programa de vida: “La acción: ensayo de una crítica de la vida y de una ciencia práctica”. A Blondel le impresionó la indiferencia religiosa de los intelectuales franceses de su tiempo. Como si el más estricto rigor metodológico de un científico implicase el ocultamiento de su fe o, en ocasiones, su franco abandono.
Pero Blondel no se dejó seducir por la idea de ser un católico de clóset, que colgara en la percha su bombín, su abrigo y, junto con ellos, su fe, antes de entrar al aula, a la biblioteca o al laboratorio… y sacarla a relucir los domingos en misa o en el rosario que se reza en sufragio de un difunto.
Tampoco se amoldó “à l'époque”, a la sabiduría de la adaptabilidad profesada desde antaño y de tantas formas: “Ve do vas y como vieres así haz”, “Donde fueres, haz lo que vieres”, “when in Rome, do as the Romans do”. ¿Por qué Blondel habría de ceder al cientificismo positivista imperante, ese que declara no razonable aquello que no cae bajo el lente del microscopio y que no puede formularse matemáticamente?
¿Blondel quería hacer apologética? A mí no me convencen los que califican de ‘fin’ lo que es un ‘efecto.’ Me explico. Blondel era sincero, quería penetrar la realidad, que la realidad cobrara pleno sentido. Blondel se propuso como fin ser un intelectual, y uno de los efectos fue ser apologeta, al querer defender y mostrar a los demás la razonabilidad de la creencia cristiana. Tan real como el sol es un artículo de fe, tan patente como un sorbo de café caliente es un suspiro de gratitud al contemplar lo que Dios nos ama. Si el filósofo y el científico buscan la verdad de lo “real” y lo real abarca también la esfera de los sentimientos, de las convicciones, de las creencias, de los ideales… entonces no se puede renunciar a buscar la verdad de la fe. ¿Qué sería de mí, si mi fe y mi sentido de vida estuviesen asentados en un rotundo error? ¿Por qué dejó de ser interesante para los intelectuales preguntarse por la realidad del Cielo y sólo aceptar como válidas preguntas como la reacción química del óxido de fósforo en contacto con el sodio? ¿Cuándo los intelectuales mutilamos la integralidad del ser humano y decidimos tirar por la borda epistemológica algunas de sus dimensiones?
Si Blondel terminó haciendo apologética fue porque comenzó siendo un sincero intelectual. Él no quería, prima facie, exponer argumentos para creer o para dirigirse en la vida así o asá. Él buscaba ardientemente la verdad: no esta o aquella, sino toda.
Hay una cita de nuestro autor que me parece extraordinaria:
“La filosofía debe ser la santidad de la razón. No se es competente en ella por ser inteligente y pensativo. Es necesario ser hombre, ser cristiano, ser santo: he aquí la experiencia necesaria” (“La philosophie doit être la sainteté de la raison. On n’y est pas compétent parce qu’on est intelligent et méditatif. Il faut être homme, il faut être chrétien, il faut être saint: c’est là l’expérience nécessaire”. (Blondel, M., Carnets Intimes, Vol. I, Cerf, París, 1961, p. 104).
Me admira lo que esos cuatro rasgos delinean acerca de un intelectual cristiano:
-Ser inteligente y pensativo. Ser rigurosos, metodológicamente impecables, dominadores de nuestras disciplinas, competentes en nuestras técnicas. Por ‘pensativo’ imagino a rumiantes más que a ocurrentes; no a genios de un golpe de suerte, sino aquellos a los que la musa encuentra siempre trabajando.
-Ser hombres, ser plenamente humanos. Pisar nuestro suelo y conocer nuestras raíces históricas, valorar nuestra cultura, respirar nuestro siglo con sus convulsas y sus prodigios. No somos creaturas élficas, asépticas de las batallas culturales… antes de subir a la torre de marfil, o más bien, para no subir a ella, untemos de barro nuestros pies y manos. Como dice un canto: “…que el dolor no me sea indiferente / que la reseca muerte no me encuentre / vacío y solo sin haber hecho lo suficiente”.
-Ser cristianos. Frecuentar las Escrituras y acudir a los sacramentos; profundizar intelectualmente nuestra fe, dar testimonio alegre de nuestra esperanza, practicar comunitariamente la caridad.
-Ser santos. Al respecto dice el Papa Francisco: “Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales” (Gaudete et exsultate, 14).
Y lo que dijo Blondel acerca de la filosofía, creo que se puede extrapolar a los economistas, a los juristas, a los ingenieros químicos y a los politólogos, a los gastrónomos y a los que estudian el comercio internacional, a los literatos y a los profesionales de la enfermería, a todos los universitarios.