En nuestra columna de la semana pasada comentábamos que la percepción acerca de que el predominio militar de los Estados Unidos en el mundo se encontraría en declive es demasiado simple, alejada de la realidad, pues esta es mucho más compleja. Recordemos que no estamos reflexionando acerca de ámbitos como el político, el financiero, el cultural o el tecnológico, sino sobre el militar. Nos referiremos a los demás ámbitos sólo si consideramos que ejercen influencia en este último. Veamos ahora las razones de nuestra aseveración.
En primer lugar, Estados Unidos sigue jugando militarmente en su propio campo, en el que no hay nadie aún que pueda estar en condiciones de desafiarlo. Se trata de un orden de magnitud completamente diferente al de, por ejemplo, Rusia y, en muchos aspectos, también al de China: tomando solamente el ejemplo del poder naval, ninguno de estos dos gigantes se acerca a la calidad y potencia destructora de la marina estadounidense. En segundo lugar, los indicadores económicos también hablan por Estados Unidos. Antes de la guerra en Ucrania, Rusia tenía una producción económica que podíamos situar entre la de España y la de Italia, y todo indica que saldrá muy maltrecha de la invasión, sea cual sea el resultado final. China, por su parte, se encuentra sentada sobre una bomba demográfica debido al rápido envejecimiento de su población. En tercer lugar, Estados Unidos sigue teniendo el mayor poder innovador en todo el mundo. Allí se realizan principalmente importantes avances científicos, técnicos y tecnológicos, por ejemplo, en el ámbito de la inteligencia artificial. Por si esto fuera poco, allí se concentra la mayor cantidad y calidad de las investigaciones tecnológicas en el campo militar.
No obstante, es posible afirmar que los Estados Unidos quizá hayan superado ya el culmen de su poder, por lo que estaría justificado formular la pregunta siguiente: ¿Seguimos viviendo todavía en la era estadounidense? Yo creo que sí, pero poniendo el énfasis en “todavía”. Después de todo, es posible que Estados Unidos haya superado la cima, el cenit de su poderío, pero el fin de su dominio probablemente no tendrá causas militares, económicas, culturales o tecnológicas, sino políticas. Los Estados Unidos habrán perdido el momento de seguir ejerciendo el liderazgo en un escenario militarmente unipolar si acaban hundiéndose en el caos político interno en el caso de elegir como presidente del país nuevamente a Donald Trump o a un político de comparables características, limitaciones y convicciones.En lo que atañe a los países europeos, no están ni estarán en condiciones de jugar un papel importante por sí solos, sino como parte de la Unión Europea (UE), por lo que la Gran Bretaña está en una situación muy vulnerable tras haber llevado a cabo el tristemente célebre “Brexit”. Sin embargo, la UE perderá cada vez más influencia si no adquiere una capacidad militar significativamente mayor para actuar con fuerza, unidad y determinación en puntos cruciales. Se necesitarán mayorías calificadas con respecto a las decisiones de política exterior común que actualmente requieren unanimidad; las mayorías calificadas ayudarán a que dichas decisiones ya no se retrasen o se imposibiliten. La integración militar más estrecha de los países de la UE también es importante, por lo que deben acelerarse los pasos para lograrla. No hay que olvidar que la fuerza militar también otorga peso diplomático: primero es la diplomacia arropada por el poderío militar, y sólo cuando esta no funciona debe entrar el factor militar como ultima ratio.La UE debe convertirse, por lo tanto, en un bloque capaz de enfrentarse a un conflicto bélico al lado de los Estados Unidos, lo cual, no obstante, no debe conducir a una “militarización del pensamiento” no de los gobiernos ni de los ciudadanos europeos. Lo que la UE debe cuidar es su capacidad de disuasión: si algún Estado decide forzar una guerra contra algún país miembro de la UE en particular, contra Europa en general o contra la OTAN, entonces Europa debe ser capaz de librar esa guerra y, en el mejor de los casos, ganarla. Si esta convicción no se asume por todos, entonces el único camino que queda es el de la rendición. Por esto es esencial que Ucrania persista y no sucumba. Si los países europeos tienen fuerzas de defensa, para eso deben servir: para la defensa propia y de los aliados.¿Qué tan probable es un conflicto armado que enfrente a los Estados Unidos y a sus aliados europeos contra un Estado agresor? Creo que la principal amenaza proviene de Rusia, un gran Estado revisionista con deseos neoimperialistas en el vecindario inmediato de la UE. En los últimos años, Putin ha atacado repetidamente a algunos países colindantes, a Ucrania incluso por segunda ocasión; por lo tanto, como ya hemos afirmado repetidamente en esta columna, sería ingenuo creer que después de eso no sucederá nada peor. Eso significaría una repetición del mismo error que cometió Europa –particularmente Alemania- al tratar amigablemente con Rusia y hacer negocios con ella durante muchos años, creyendo que eso mantendría en paz a Putin. Lo hemos comentado aquí varias veces, y mis cuatro fieles y amables lectores no me dejarán mentir: no es buena idea hacer negocios con tiranos. Lo malo del caso es que la señora Merkel al parecer nunca leyó esta columna, o al menos no nos hizo caso.Para los Estados Unidos, desde la perspectiva militar, los conflictos actuales en Ucrania y en el Medio Oriente representan los mayores desafíos, sin olvidar un gran conflicto latente: los constantes roces de China con sus vecinos y su expansión en el Mar del Sur de China. Es muy probable que una invasión a Taiwán sea solamente una cuestión de tiempo. La colaboración política, tecnológica y militar de China, Rusia, Corea del Norte, Irán y Siria pone a los estadounidenses ante un desafío mayúsculo, pues se trata de países gobernados por autócratas y en donde un cambio político no se ve por ningún lado. En cambio, en las democracias occidentales el panorama no es nada halagador: los electores pueden cansarse de estar apoyando a Ucrania y a Israel, en situaciones que, para muchos, no representan una amenaza para la seguridad propia, por lo que pueden elegir a partidos o a dirigentes que propongan suspender el apoyo militar, económico y político a los aliados. Esta percepción de los electores, aunque equivocada, pone en riesgo no solamente a Ucrania –y, potencialmente, a Taiwán-, sino a las propias democracias occidentales, cosa que muchos electores tanto en Europa como en Estados Unidos no alcanzan a vislumbrar. En todo caso, en lo que atañe al poderío militar estadounidense, está muy lejos de ser alcanzado por sus principales rivales: China y Rusia, pues sus gastos en materia de defensa son aún inalcanzables por parte de estos dos países. Además, la calidad del armamento estadounidense sigue estando en general muy por encima del de su contraparte en China y Rusia, como ha quedado más que evidenciado en Ucrania. Es cierto que, por ejemplo, la marina de guerra china tendrá en unos años más unidades que la estadounidense; sin embargo, no dispone aún –ni dispondrá en un futuro más o menos cercano- de la cantidad de bases militares alrededor del mundo ni de la capacidad de movilizar grandes flotas agrupadas en torno a poderosos portaaviones, característica fundamental del poderío naval estadounidense. En este rubro del poder aeronaval, Rusia está aún más lejos, pues solamente dispone de un portaaviones ya muy antiguo y prácticamente inservible.Las fuerzas aéreas de ambos países están, de la misma manera, muy lejos de alcanzar a la cantidad y a la calidad de la aviación militar de los Estados Unidos. También aquí se antoja, por el momento, muy difícil que Rusia y China lleguen a superar a la “USAF” en un futuro medianamente cercano. Es cierto que en algunos rubros puedan ser superiores, como sucede, en el caso ruso, con el desarrollo de misiles hipersónicos o con los helicópteros de combate, pero los Estados Unidos están claramente en el camino para reducir rápidamente esta desventaja. Por lo pronto, los ucranianos ya demostraron que dichos misiles hipersónicos no son indestructibles, como ya habíamos advertido en este mismo espacio cuando Putin los anunció hace unos años con gran pompa y orgullo, pero Putin tampoco lee esta columna.